Para no
desfallecer hay que tener paciencia y mirar a Jesús
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| Di BONNINSTUDIO -Shutterstock |
En el corazón del hombre se albergan los
sentimientos y deseos más puros, y también crecen las más grandes tristezas,
pasiones y contradicciones.
Pascal definía al hombre como “juez de
todas las cosas; estúpida lombriz de tierra; depositario de la verdad; montón
de dudas; gloria y desperdicio del universo”. Y es que el hombre es todo eso y
mucho más.
Por eso, la verdadera aventura y la
verdadera gloria de los humanos consiste en vivir sabiendo que podemos
ser ese “desperdicio”, o ser esa “gloria del universo”.
Todos los días nos vemos obligados a
apostar. Y,
¿cuáles son las claves de esa apuesta? Pues literalmente elegir
lo que tenemos de animal o lo que tenemos de racional. Apostar por el egoísmo o
por la generosidad. Elegir entre una vida bien vivida o una vida arrastrada.
Optar entre vivir despierto o vegetar. Empeñarse en realizar
nuestros mejores sueños o nuestros peores deseos.
Todo hombre tiene que hacer estas opciones
y cada uno tiene que hacer la propia, sin la excusa de que el mundo o las
circunstancias no le dejaron.
Vivir es
apostar y mantener la apuesta. Es lanzarse al vacío muchas veces y otras
veces optar por lo seguro. Es discernir en cada momento cuál camino
elegir, aunque en ocasiones la vida elija por nosotros. Es saber recorrer este
camino con total libertad, aunque no todo lo que encuentre sea de mi
agrado. Es ir por los caminos de mi existencia, aunque muchas veces estos no
respondan al plan original y perfecto que me había trazado, y sabiendo que este
camino no responderá a todas mis expectativas.
La clave está en no dejar la
apuesta en la primera esquina, en no desesperar. Es obvio que nos vamos a
desanimar, que nos va a doler, que no vamos a poder hacer todo como
quisiéramos… Para no desfallecer hay que tener paciencia
y mirar a Jesús.
Decir: “Señor aquí estoy, ¿qué quieres que haga” y el auxilio vendrá.
San Agustín decía que el hombre es capax Dei, “capaz de Dios”. Capaz nada menos
que de Dios, pero también capaz de un vacío que, precisamente por
esa grandeza, sería casi infinito.
Por eso se trata de elegirlo
a Él todos los días. Se trata de ser capaz de llegar a Dios en este camino
infinito que es mi propia existencia. Ser capaz de dejar que Él sea quien
camine conmigo.
Es doloroso ser hombre, nada en nuestra
vida está dicho y tendremos que andar para hacer camino, pero con
Jesús hay una senda que ya está marcada.
Caminar hacia lo que deseamos es una
empresa seria, un asunto muy relevante al que vale la pena ponerle todos
nuestros sentidos y nuestro corazón, pues como dijo Martín Descalzo en su libro
“Razones para vivir”: “Me asusta ser hombre. Me entusiasma y me asusta. A lo
que no estoy dispuesto es a engañarme, a pensar que esto es un jueguecito sin
importancia, que los años son unas fichas de cartón que nos dieron para ir
entreteniéndonos mientras cae la tarde”.
Luisa
Restrepo
Fuente:
Aleteia






