Jesús y el respeto a las mujeres
Jesús trata siempre con
extremada delicadeza y respeto a la mujer. Vive las medidas de prudencia
adecuadas para no escandalizar y dar buen ejemplo; pero no deja de conceder
atención e importancia a la mujer en su predicación y en el nuevo reino.
“Sucedió, después, que él
recorría ciudades y aldeas predicando y anunciando la buena nueva del Reino de
Dios; le acompañaban los doce y algunas mujeres que habían sido
libradas de espíritus malignos y de enfermedades: María,
llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; y Juana, mujer de Cusa,
administrador de Herodes; y Susana, y otras muchas que le asistían con sus
bienes”(Lc).
Un trato preferencial
Muchas otras reciben el trato delicado
de su caridad como Marta la hermana de Lázaro, las madres de diversos
apóstoles: María Cleofé y Salomé, la mujer siriofenicia, la mujer adúltera, y
la hija de Jairo son las más conocidas.
Pero lo que llama la atención es que
forman un grupo separado de los discípulos, que también siguen al Señor y le ayudan de
diversas maneras. Ellas se saben
bien tratadas por Jesús, y esto contrasta con la consideración
que recibían en aquellos tiempos en casi todas las culturas, y de un modo
especial en Israel.
Sorprende la discriminación, – casi el desprecio-, con que
son tratadas las mujeres en la Roma y en Grecia clásicas, tan avanzadas en
otros aspectos. Pero lo mismo se puede decir de otras culturas de aquel tiempo.
En Israel la religión era, sobre todo,
una cuestión de varones. La mujer no podía estudiar la Torá; era
indigna de participar de la mayoría de las fiestas; la mayoría eran
analfabetas, y eran consideradas una carga para la familia, alguien a ignorar,
un mal inevitable, además de imputarles una peculiar maldad femenina.
Estaban obligadas permanentemente a un
ritual de purificación. No se podía hablar con alguna mujer en público. Las
leyes de repudio las perjudicaban ostensiblemente. Las viudas tenían una vida difícil, a
expensas de otros familiares de buen corazón; sin los cuales estaban abocadas a
la miseria.
Jesús es
diferente
Todo esto contrasta con la conducta de Jesús.
El hecho de llevar un grupo de discípulas es bien diferente de la costumbre de
los rabinos que sólo hombres admitían como discípulos. Jesús enseña y se deja
servir de ellas, prácticamente lo único que podían hacer por Él, además de
creer y seguirle.
En su predicación abundan los ejemplos extraídos del entorno
femenino, como la que pone la levadura en el pan, la que busca
la moneda perdida, las vírgenes que se preparan para la boda, la viuda y el
juez inicuo; y habla con estima de las mujeres del Antiguo testamento.
Este respeto y consideración son más
notorios cuando se trata de extranjeras en las que elogia su fe; y contrapone
la generosidad de la viuda ante la ostentación de los fariseos.
Enseña lo
más positivo de la mujer y por ello será criticado
Jesús enseña con su
actitud lo
más positivo de la mujer: su fortaleza para amar, y su fe sencilla y profunda. Rechaza el
desprecio y la marginación indisimulada en lugares secundarios. La mujer tiene
un papel distinto del varón, en unas cuestiones del mismo valor, en otras
distinto.
Cierto que Jesús no las elige
para ser sacerdotes de la nueva Alianza, pero también es cierto que tienen una
primacía en el orden del amor, como se verá al pie de la cruz y en la
resurrección. Desde el principio María,
su Madre, ocupa en la salvación un lugar privilegiado: el primero después
de Cristo.
Ella es la representante de la
humanidad en el momento previo a la Encarnación, y llega ser la Madre que
engendra en el tiempo a la persona del Verbo. Ella será la Madre de todos los
hombres por especial designio divino. No cabe mayor grado de dignidad.
Sin embargo, la actitud de
Jesús respecto a la mujer será criticada y le acusan, con mente pervertida, de
aceptar y comer con pecadores y prostitutas. Sucio modo de mirar el amor limpio
y sano.
Artículo
publicado en Primeros Cristianos
Fuente:
Aleteia