Queriendo
caer bien y buscar "likes", ¿por qué digo a veces lo que no siento?
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| By Maria Evseyeva|Shutterstock |
No
sé si soy yo o son los otros los que determinan quién soy y cuánto valgo. No sé
si son mis propias mentiras las que me envenenan el alma y me ponen triste.
O es el mundo con sus
juicios el que determina cómo debo comportarme y actuar para recibir aplausos.
El que decide de forma despótica si tengo o no derecho a sonreír y ser feliz.
No sé si me estoy dejando
llevar por la corriente, por las costumbres, por lo que todos piensan o sienten.
O si soy suficientemente
maduro para ser yo mismo siempre y
lograr así conservar mi propia forma de ver las cosas. No lo sé.
En medio del mar de dudas me
sumerjo en la vorágine de lo que escucho, de lo que veo, de lo que siento.
Pretendo ser alguien
diferente y me ofusco queriendo caer
bien. ¿Por qué digo a veces lo que no siento? ¿Por qué me da miedo ser
verdadero y decir lo que siento, lo que pienso, lo que sufro?
Cada
vez que he sido sincero y veraz he recibido un elogio o una crítica. Tal vez
algunos se han alejado de mí en silencio. No lo sé. No importa tanto.
Veo que hay
en mí un instinto voraz de supervivencia. Que pretende buscar siempre el
reconocimiento del mundo, de los pueblos. Bendita costumbre la mía de
buscar la sonrisa.
¿Por qué me duele tanto que
algunos piensen mal de mí? ¿Me duele porque es mentira lo que dicen? ¿O me
duele porque mancillan mi imagen ante
los demás?
La verdad se puede observar
desde distintos ángulos. Cada uno puede acceder a ella desde su forma de
entender la vida.
Verán una cosa en mí y será
verdadera. Verán otra y también lo será, aunque se contrapongan. Sólo Dios conoce toda mi verdad.
¿Es
la mirada del otro la que determina lo que es verdad y lo que no? ¿Es el juicio
del hombre el que decide lo que está bien y lo que está mal?
Puedo no salir en la portada
de ninguna revista, en el titular de ninguna noticia, y no por eso deja de ser
noticia todo lo que me pasa.
El
mejor juez de mi vida es Dios y es un padre misericordioso. No sé muy bien cómo
le he dado poder a las masas para levantar mi ánimo o hundirlo.
Quizás
por eso expongo mi vida una y otra vez deseando el reconocimiento. Esa búsqueda
enfermiza de mi propio ego.
Creo que no tengo nada que
demostrarle a nadie. No vivo en una carrera por ser el número uno en todas las
estadísticas.
Quiero
sólo vivir para servir donde Dios me quiera. Con una sonrisa. Con alegría. Quiero
ser yo mismo allí donde me encuentre. Mostrar mi verdad sin miedo al rechazo.
Quiero
tratar a todos igual, sin hacer distinciones. Sin juzgar corazones cuando
veo sólo rostros. Que no me importe lo que digan de mí, aunque sea una verdad
sesgada, o una mentira manifiesta. No importa tanto. Las palabras, también las
escritas, se las lleva el viento.
Quisiera
ser libre sin temer el fracaso, el rechazo, la indiferencia, el olvido. Libre siendo yo mismo. Y
educar a hombres que reflejen esa misma libertad que tenía Cristo. Decía el
Padre Kentenich:
“El
ideal de la educación es este: – Aquí estoy y formo hombres según la imagen de
Cristo. Cada vida humana encarna una
idea de Dios. Dios quiere realizar un pensamiento suyo en cada individuo. Y mi tarea, como educador, consiste en ayudar a
descubrir ese pensamiento de Dios y entregar mis fuerzas para que ese
pensamiento de Dios se encarne y se realice en el tú”.
Esa
idea de Jesús que yo encarno es la que vale la pena. Lo demás es hojarasca que vuela y desaparece.
Tanto como la fama de una
noticia, que hoy es trending topic y
mañana cae en el olvido. Así es el paso del hombre por la vida.
Y
no quiero perder un solo momento angustiado por el eco de mis palabras, por la sombra que proyecta
mi figura, por la luz que surge de mis entrañas. Es lo de menos.
Sólo
quiero reflejar una idea de Dios. Un sueño. Una misión. Una forma concreta de
amar y
hacer las cosas.
Una manera limitada, con
deficiencias. No lo haré todo como Jesús. Porque sólo soy una idea suya. Un
matiz. Una luz.
Y
junto a muchos reflejaré mejor el rostro de Jesús. No veré en los demás
competidores. Desterraré la envidia de mis sentimientos.
No me dejaré llevar por la
pena cuando no me admiren. Viviré en la sombra como un niño confiado porque es
ahí donde Jesús puede abrazarme y sostener mis pasos.
Cuando
sé lo que tengo que ser para los demás, dejaré de imitar a otros. Cuando tenga
clara mi misión, desaparecerá de mí la envidia.
Tengo paz al mirar a Dios
porque Él me mira a mí y ve en mí su rostro y sonríe. O un aspecto de su
rostro. O un reflejo de su belleza.
Definitivamente no son los
demás los que tienen poder para decidir mi felicidad o mi pena. Soy yo el que
les da derecho sobre mis estados de ánimo cuando me dejo llevar y cedo a la
búsqueda de la aprobación de todos. Es mía la culpa.
Decido no caer de nuevo en
ello. Sólo me importa la mirada de Dios. Siempre llena de amor. Es la que me da consuelo
y esperanza.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






