Se
esperó amor pero sólo se encontró desprecio y violencia: la ira brota del
corazón que ha sido herido
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Fotomovimiento-(CC BY-NC-ND 2.0) |
¿Quién
decide lo que está bien y lo que está mal? ¿La mayoría? ¿Aquellos que tienen el
poder y los medios de comunicación? ¿Hay verdades absolutas que valen para
todos y siempre? ¿O todo es relativo y todo vale? ¿Quién decide lo que es
gracioso y lo que no lo es? ¿Quién marca la moda a seguir, los hábitos que
tengo que asumir como míos?
¿A quién sigo, quién es mi
modelo, quién mi líder? ¿Qué caminos son los que quiero recorrer? ¿Qué verdades
las que amo con todas mis fuerzas, como rocas inamovibles? ¿Tengo principios
sólidos anclados en el alma o todo depende del color con el que mire las cosas?
Son preguntas que quedan
suspendidas en el aire esperando una respuesta. ¿Quién me da la respuesta?
Me conmueve la violencia
desproporcionada. Los gritos, los actos vandálicos, los gestos de odio y rabia. ¿Cómo
llega a brotar el odio en la mirada?
Nadie nace odiando. Más bien
diría que los hombres nacen con una predisposición natural hacia el amor. Besan
y buscan los besos de su madre. Quieren ser amados.
Lo
malo es cuando en lugar de besos reciben violencia. En lugar de amor odio y
desprecio. En lugar de comprensión indiferencia. En lugar de paz ira. Y el amor
esperado se torna vacío.
El alma
herida que ha sufrido el abandono busca culpables. ¿Quiénes son los
culpables de mis propias heridas? Siempre hay alguien en mi alma al que
perdonar.
Me
hirieron incluso
sin ellos quererlo. Sin que yo mismo supiera. Pero luego noto
el dolor de la herida y brota de mi alma el odio.
¿Qué
hago con el odio que siento? ¿Cómo logro transformarlo en amor? Puedo esperar a que se enfríe. Y
vive en mí un odio frío que clama venganza.
O
puedo elegir el otro camino y perdonar. Le
pido a Dios que me enseñe a amar no habiendo sido amado por los míos, por los
que yo quería que me amaran.
He
recibido a cambio desprecio, odio, indiferencia. Y mi alma se ha llenado de una
rabia contenida dispuesta a estallar. Sobre todo, cuando veo que las cosas no
están bien.
La desigualdad social, la
discriminación, la injusticia, la indiferencia ante el pobre que pide ante mi
puerta, los que viven sin hogar donde reclinar su cabeza, los que no pueden
acceder a una sanidad que salve sus vidas en la enfermedad, los que no tienen
tiempo ni dinero para descansar, para ir de viaje.
Mi
indiferencia ante la desigualdad agrava el resentimiento. Y me pregunto
sorprendido de dónde viene tanto odio. Nació muy
lentamente, bajo la piel, sin que yo me diera cuenta. Como esa semilla que
envenena el alma.
El protagonista de una
película decía: “Sólo espero que mi muerte tenga más sentido que
mi vida”. Y lo decía
después de haber llevado una vida miserable. Sin un solo momento de felicidad
como él mismo confiesa.
He hecho acepción de
personas. He mirado con desprecio al que no tiene, al
que pide, al que roba. Y el odio se ha ido acumulando en su pecho. Esperando
una chispa que incendie el mundo con su ira, con su rabia contenida.
¿Cómo no me he dado cuenta
antes?, me pregunto mientras
consiento con mi pasividad que aumenten la desigualdad, las
diferencias, la injusticia.
¿Quién determina lo que es
justo y lo que no lo es? Miro a Dios conmovido. ¡Cuánto odio grita con rabia a
mi alrededor! Escucho la palabra de Dios:
“El
Señor es juez, y para Él no cuenta el prestigio de las personas. Para Él no hay
acepción de personas en perjuicio del pobre, sino que escucha la oración del
oprimido. No desdeña la súplica del huérfano, ni a la viuda cuando se desahoga
en su lamento. Quien sirve de buena gana, es bien aceptado, y su plegaria sube
hasta las nubes. La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene
hasta que alcanza su destino. No desiste hasta que el Altísimo lo atiende,
juzga a los justos y les hace justicia. El Señor no tardará”.
La
justicia de Dios no tardará. Yo creo en el poder de Dios para decidir lo que
está bien y lo que está mal. Lo que es verdadero, justo y bueno.
Lo que viene del amor.
Hay
tantas cosas que tengo que cambiar en mi vida para que cambie el mundo… Creo en esas verdades
que se mantienen en el tiempo y para todos. Esa verdad que viene de Dios que me
ha creado para el amor, no para el odio. Para la comunión, no para la división.
Para la misericordia, no para el desprecio.
La ira
brota del corazón que ha sido herido. Y Jesús quiere que yo cambie este
mundo. Que en lugar de herir, sane. Que en lugar de guerra,
lleve yo la paz a los corazones que odian.
Que ponga yo justicia en la
injusticia. Y refleje con mi vida un mundo nuevo, un amor hondo, una vida
verdadera en la que todo puede ser diferente.
Yo
puedo cambiar este mundo enfermo cambiando antes mi corazón enfermo. Vuelvo la
mirada a Dios y le suplico que tenga misericordia de mí. Porque no lo he visto
antes. Porque he vivido como si no existiera la injusticia a mi alrededor. Y
existe.
Y luego me sorprende la
violencia y me indigno contra aquellos que la promueven, o la canalizan bajo el
nombre de una causa justa. Y me da pena tanto dolor provocado por el odio. Es
verdad.
Pero quizás es que yo no me
he dado cuenta antes. He hecho acepción de personas. No he
tratado a todos por igual. He pasado por delante del que sufre sin detener mis
pasos. He hecho más profunda la brecha de la injusticia.
No he
socorrido al
enfermo, al que estaba solo, al débil. No he respondido con bondad al que
requería un minuto de mi tiempo. No he sido justo en mi trato.
Me he
aprovechado de mi poder abusando del mismo. ¿Me sorprende la violencia? Las causas son más
hondas. Necesito cambiar yo para que cambie mi mundo. Necesito ser yo signo de
la misericordia para que muchos acaricien la misericordia.
Creo que hay un bien y un
mal. Creo que hay cosas justas y otras injustas. Creo que el bien es más fuerte
que el mal. Y el amor vence el odio. Creo en la comunión y en la paz. Y creo que Dios puede cambiarme para cambiar este
mundo que necesita su amor.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia