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Audiencia General, 23 oct. 2019 © Vatican Media |
El
Papa Francisco indicó que, desde Pentecostés, el Espíritu Santo es
“protagonista de la misión. Y nos lleva hacia adelante, necesitamos ser fieles
a la vocación que el Espíritu nos mueve a hacer. Para llevar el Evangelio”.
Hoy,
30 de octubre de 2019, el Santo Padre, ha continuado con el ciclo de catequesis
sobre los Hechos de los Apóstoles, en concreto, ha enfocado su reflexión en el
pasaje “¡Pasa a Macedonia y ayúdanos!” (Hechos 16:9). La fe cristiana
llega a Europa (Hechos de los Apóstoles 16, 9-10).
El cristianismo llega a
Europa
En
primer lugar, Francisco subrayó que, efectivamente, al leer los Hechos de los
Apóstoles se comprueba que “el Espíritu Santo es el protagonista de la misión
de la Iglesia: es Él quien guía el camino de los evangelizadores mostrándoles
el camino a seguir”.
Después
repasó los tres hechos importantes que suceden a Pablo en Filipos, colonia
romana de Macedonia. Así, aludió a que “la fuerza del Evangelio se dirige sobre
todo a las mujeres de Filipos, en particular a Lidia”, que acogió a Cristo,
recibió el Bautismo junto con su familia y decidió también recibir a los
apóstoles.
Este,
según el Pontífice, constituye “el testimonio de la llegada del cristianismo a
Europa: el inicio de un proceso de inculturación que dura también hoy”.
Oración de alabanza
Más
tarde, Pablo y Silas son encarcelados porque liberaron a una esclava poseída
por un “espíritu adivino” con la que sus amos ganaban mucho dinero, motivo por
el que estos denunciaron a los apóstoles. En este sentido, el Obispo de Roma
apuntó que también hoy hay gente que paga por este tipo de servicios.
No
obstante, en lugar de lamentarse, Pablo y Silas entonan una alabanza a Dios que
produce un terremoto que acaba por liberar a todos los reos de la prisión. De
este modo, “como la oración de Pentecostés, la de cárcel también tiene efectos
prodigiosos”, remarcó el Santo Padre.
Ante
este suceso, el carcelero, dado que estos pagaban con su propia vida la huida
de los prisioneros, quería matarse. Sin embargo, preguntó a Pablo “¿Qué tengo
que hacer para salvarme?” (Hechos 16:27-28).
El
apóstol le respondió “Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa” (v.
31) y, explicó Francisco, “en ese momento se produce el cambio: en el corazón
de la noche, el carcelero escucha la palabra del Señor con su familia, acoge a
los apóstoles, les lava las heridas –porque les habían pegado- y recibe el
Bautismo junto a los suyos”.
Un corazón abierto
Finalmente,
el Papa Francisco exhortó a pedir al Espíritu Santo “un corazón abierto,
sensible a Dios y hospitalario con nuestros hermanos y hermanas, como el de
Lidia, y una fe audaz, como la de Pablo y Silas, y también una apertura del
corazón, como la del carcelero que se deja tocar por el Espíritu Santo”.
A
continuación, reproducimos la catequesis completa del Papa.
Catequesis del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Leyendo
los Hechos de los Apóstoles se puede ver cómo el Espíritu Santo es el
protagonista de la misión de la Iglesia: es Él quien guía el camino de los
evangelizadores mostrándoles el camino a seguir.
Lo
vemos claramente cuando el apóstol Pablo, llegado a Tróada, tiene una visión.
Un macedonio le ruega: “¡Pasa a Macedonia y ayúdanos! (Hechos 16:9). El pueblo
de Macedonia del Norte está muy orgulloso de esto, muy orgulloso de haber
llamado a Pablo para que Pablo fuera a anunciar a Jesucristo. Recuerdo tanto a
ese hermoso pueblo que me recibió con tanto calor: ¡Que conserven esta fe que
Pablo les predicó! El Apóstol no duda, se va a Macedonia, seguro de que es Dios
mismo quien lo envía, y llega a Filipos, “colonia romana” (Hch 16,12) en
la Via Egnatia, para predicar el Evangelio. Pablo se queda allí varios días.
Tres son los acontecimientos que caracterizan su estancia en Filipos en estos
tres días: tres hechos importantes: 1) la evangelización y el bautismo de Lidia
y su familia; 2) su arresto junto con Silas, después de haber exorcizado a una
esclava explotada por sus amos; 3) la conversión y el bautismo de su carcelero
y de su familia. Veamos estos tres episodios de la vida de Pablo.
La
fuerza del Evangelio se dirige sobre todo a las mujeres de Filipos, en
particular a Lidia, vendedora de púrpura, en la ciudad de Tiatira, creyente en
Dios a quien el Señor abre su corazón “para que se adhiriese a las palabras de
Pablo” (Hch 16,14). Lidia, en efecto, acoge a Cristo, recibe el Bautismo junto
con su familia y acoge a los que pertenecen a Cristo, acogiendo a Pablo y a
Silas en su casa. Aquí tenemos el testimonio de la llegada del cristianismo a
Europa: el inicio de un proceso de inculturación que dura también hoy. Entró
por Macedonia.
Después
de la calidez experimentada en casa de Lidia, Pablo y Silas tendrán que hacer
cuentas con la dureza de la prisión: pasan del consuelo de esta conversión de
Lidia y de su familia a la desolación de la cárcel a la que los arrojan por
haber liberado en el nombre de Jesús “a una esclava poseída de un espíritu
adivino” y “producía mucho dinero a sus amos” con el oficio de adivina (Hch
16,16). Sus amos, ganaban mucho y esta pobre esclava hacía lo que hacen
los adivinos: te adivinaba el futuro, te leía las manos, como dice la canción:
“Toma esta mano, gitana”, y por eso la gente pagaba. También hoy, queridos
hermanos y hermanas, hay gente que paga por ello. Recuerdo que en mi diócesis,
en un parque muy grande, había más de 60 mesitas donde estaban sentados los
adivinos y las adivinas, que te leían la mano ¡y la gente creía en estas cosas!
Y pagaba. Y esto sucedía también en la época de San Pablo. Sus amos, en
represalia, denuncian a Pablo y llevan a los Apóstoles ante los jueces
acusándoles de desorden público.
Pero
¿qué pasa? Pablo está en la prisión y durante su encarcelamiento se produce un
hecho sorprendente. Está desolado pero, en vez de quejarse, Pablo y Silas
entonan una alabanza a Dios y esta alabanza desencadena una fuerza que los
libera: durante la oración un terremoto sacude los cimientos de la prisión, se
abren las puertas y caen las cadenas de todos (cf. Hch 16,25-26). Como la
oración de Pentecostés, la de cárcel también tiene efectos prodigiosos.
El
carcelero, creyendo que los prisioneros habían huido, quería matarse, porque
los carceleros pagaban con su propia vida la huida de los prisioneros, pero
Pablo le grita: “Estamos todos aquí”. (Hechos 16:27-28). El carcelero pregunta
entonces: “¿Qué tengo que hacer para salvarme?” (v. 30). La respuesta es: “Ten
fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa” (v. 31). En ese momento se
produce el cambio: en el corazón de la noche, el carcelero escucha la palabra
del Señor con su familia, acoge a los apóstoles, les lava las heridas
–porque les habían pegado- y recibe el bautismo junto a los suyos; luego,
“se alegró con toda su familia por haber creído en Dios” (v. 34), prepara la
mesa e invita a Pablo y Silas a quedarse con ellos: ¡el momento del consuelo!
En el corazón de la noche de este carcelero anónimo, la luz de Cristo brilla y
vence a las tinieblas: las cadenas del corazón caen y brota en él y una alegría
nunca antes experimentada. Así es como el Espíritu Santo hace la misión: desde
el principio, desde Pentecostés en adelante, Él es el protagonista de la
misión. Y nos lleva hacia adelante, necesitamos ser fieles a la vocación que el
Espíritu nos mueve a hacer. Para llevar el Evangelio.
Pidamos
también nosotros hoy al Espíritu Santo un corazón abierto, sensible a Dios y
hospitalario con nuestros hermanos y hermanas, como el de Lidia, y una fe
audaz, como la de Pablo y Silas, y también una apertura del corazón, como la
del carcelero que se deja tocar por el Espíritu Santo.
Larissa
I. López
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