El amor genérico es más limpio pero... no es amor
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| Pixaby |
Entre
el cielo y el suelo se mueven mis ansias. Entre el límite infinito del sol y el
aire y mi capacidad para asumir las deficiencias propias de mi naturaleza
herida.
Y en medio de mi pobreza
vuelvo a constatar una verdad sencilla: la
vida que no se da, se pierde. El abrazo que no sucede me deja
helado. La palabra no dicha se vuelve silencio ahogado. Y el recuerdo olvidado
deja vacía el alma.
Entre el cielo y el suelo
suceden mis días con la lentitud pasmosa que marcan las agujas de mi reloj de
bolsillo. Uno tras otro. ¿Acaso no importa que el tiempo pase?
Las horas que ahora tengo
por delante, los planes y desafíos. Todo se desliza entre los dedos, corriendo
por mis pasos hacia el pasado. Y
yo me detengo a contemplar la vida, en silencio. Y lo hago dejando a un
lado el camino.
Sé que no quiero perder el
tiempo. Las palabras dichas se las lleva el viento. Y las reflexiones profundas
del alma se guardan para siempre. Quedan los hechos concretos, la vida amada.
El amor hecho carne, y no poesía. Aunque un verso ilustre mejor lo que el alma
siente.
Pero los hechos, las
renuncias, los abrazos y la fidelidad callada es lo que al final queda. No las
promesas y las buenas intenciones. No las teorías y sueños de amar a la
humanidad entera.
Yo quiero ser de Dios y de
la carne, del suelo y del cielo. Y que no me pase lo que leía el otro día:
“Como
no tienen la fuerza y la gracia de ser de la naturaleza, creen que son de la
gracia. Como no tienen el valor de pertenecer al mundo creen que pertenecen a
Dios. Como no tienen el valor de ser de uno de los partidos del hombre, creen
que son del partido de Dios. Como no son del hombre, creen que son de Dios. Como
no aman a nadie, creen que aman a Dios. Son los teóricos del amor universal, a toda la humanidad, y
con el fin de no comprometerse con afectos y rostros concretos”.
Puede pasarme como sacerdote
que quiera amar a la humanidad entera sin
sufrir por nadie.
Que mire conmovido las muertes de seres lejanos y pase de puntillas por la vida
de los que me rodean. Sin preguntar, sin detenerme. Sin acompañar, sin cuidar
la vida concreta de cada uno.
Es cierto que amar
supone involucrarse, dejarse tocar y perder el tiempo. Exige renunciar a mis
seguridades y no querer siempre proteger mi mundo, mi espacio.
Amar en genérico tiene sus
ventajas. Me vuelvo inmune a los nombres concretos. No son necesarios porque
amo en general, a todo hombre. Y amando a todos no amo a ninguno en concreto. Casi que no es necesario.
Miro a Jesús escribiendo
sobre la arena mientras una mujer suplica en silencio que salve su vida. Una
vida concreta. Desconocida.
Podía
seguir amando en genérico. Amar en concreto suponía salvar la vida de una mujer
y exponer la propia. El amor concreto es de alto riesgo. Me saca de mi comodidad y
me coloca en el centro de las críticas y sospechas. De los comentarios y los
miedos.
El amor en general salva mi
fama, mi nombre, mi imagen. Me guarda. Pero sé, no sé bien cómo, que si no
amo en concreto a los hombres tampoco amaré con un amor personal a Dios. Decía el Padre
Kentenich:
“Sólo
unos pocos pedagogos vislumbran, cuán débil y raquítico es el amor personal a
Dios, también en almas femeninas religiosas. La razón, entre otras, es y
permanece siempre la misma. El amor a Dios no radica con suficiente profundidad
en el amor al prójimo, religiosamente anclado; y por eso no es resistente en las
crisis y cargas de la vida moderna”.
Un
amor a Dios desencarnado es un amor de ideas, de pensamientos piadosos, de palabras poéticas
llenas de fuego, de ensoñaciones bonitas que intentan sacarme de mi pobreza.
Pero el amor de Dios se
encarna. Y el rostro de Jesús deja de escribir sobre la arena y perdona en
público a una mujer concreta mirándola a los ojos.
Salva a una persona que ha
cometido un pecado público. Y su mirada hacia ella la perdona. Su amor la levanta. Es
concreto, es personal, es humano.
Mi
amor no puede ser genérico. Porque corro el riesgo de no ser
sacerdote sino funcionario. De no ser pastor sino ideólogo. Encargado de
actividades y no hombre de Dios entre los hombres.
Corro
el riesgo de escribir libros sin alma cuando mi alma no ama en lo concreto. Y
levantar teorías como muros que separan a Dios de los hombres y a los hombres
entre ellos.
Es más pulcro el amor que no
se embarra, que no se acerca, que no se abaja. Es más puro, más limpio como teoría
abstracta.
Pero no es el amor de ese
Dios hecho carne que vertió su sangre por amarme en serio. Por amarme a mí con
mi nombre, con mis deficiencias, con mis pecados. Amarme a mí en concreto, no a
todos los hombres con un amor genérico.
Es personal ese amor de Dios
que me levanta y sostiene cada mañana. Para
darme la vida. No es una teoría. Es un amor hecho carne.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






