Pasión
por la libertad
Tengo
un derecho inalienable que nadie me puede quitar. El derecho a ser libre en mis
decisiones. Y a menudo veo que no soy tan libre. O la expectativa de los demás,
o el miedo al rechazo y al juicio condicionan lo que decido.
Nunca podré ser enteramente
libre, eso lo sé. Siempre habrá algo que influya y me
condicione. Pero me gustaría al menos sentir que puedo hacer uso de esa
libertad sagrada de los hijos de Dios.
La libertad de hombre. La
libertad de niño. Quiero ser libre y dejar que otros también lo sean. Aunque no
cumplan lo que espero, ni hagan lo que deseo. Decía el padre José Kentenich:
“Dios dotó la voluntad del hombre de una
libertad limitada que presenta dos dimensiones: capacidad
de decisión y capacidad de realizar lo decidido. Quien le coarte las decisiones
personales a que tiene derecho el educando, está actuando contra el sentido
primario de la libertad de la voluntad y, según el caso, peca
o comete una imperfección. Lo mismo vale cuando por medios injustos se frustra
o dificulta la libre decisión”.
El Padre Kentenich tenía una
gran pasión por la libertad. Yo también la tengo. Quiero ser libre
para ser yo mismo. Libre
para decidirme autónomamente por lo que me hace mejor persona, más de Dios, más
coherente y fiel a mi verdad.
¿Para qué la libertad?
Libre para
evitar las presiones del mundo que busca que me adapte y acople a los deseos de
otros, de las masas. Libre en los brazos de Dios para confiar ciegamente en sus planes, aun
cuando no los entienda.
Libre para echar raíces y
sacarlas de la tierra. Y volver a plantar mi alma en otro jardín. Libre para
amar y ser amado. Para dar sin esperar nada. Para ser yo mismo sin tener que
ser lo que otros quieren.
Libre para emprender mi
viaje y libre para quedarme anclado. En medio de un mar de sueños. Arraigado en
lo alto, o en lo más profundo. Libre para obedecer con un sí o con un no.
Depende del caso.
Libre
para construir un mundo nuevo. Libre para decir lo que pienso, también cuando
me perjudique. Libre para no acabar pensando como vivo. Libre para ser fiel a
mis ideas, sueños y
aventuras engendradas en mi alma de niño.
Libre ante el fracaso y la
crítica. Libre para llevar la contraria, cuando no estoy de acuerdo. Libre para
aceptar cuando los otros estén en lo cierto. Libre para seguir mi plan o
renunciar al mismo. Libre para callar o hablar indistintamente.
Libre para soñar con cielos
desconocidos o para aceptar la vida con sus límites concretos. Libre, es lo que
sueño. Libre para vivir mi vida sin vivir la de otros. Para apasionarme con mis
cosas sin descartar las de los demás.
Libre para aceptar que no me
valoren o tomen en cuenta, o no conozcan todos mis esfuerzos y sacrificios.
Libre para sonreír cuando me corrijan y alegrarme cuando la verdad me duela.
Libre para mirar mi pasado
con sus heridas sin negarlo nunca. Libre para sonreír al ver cómo brota de mi
herida una fuente de vida. Libre para que el mundo no me condicione tanto.
Libre
de mis propios caprichos y deseos, me es tan difícil mantenerme firme. Libre
para caminar largas jornadas o permanecer varado en mi barca junto al puerto.
Libre para hacer o no hacer
pasando desapercibido. Libre para vivir la vida que yo deseo y no la que otros
han pensado para mí.
Libre para comenzar
aventuras y soñar con cielos eternos. Libre para construir mi vida de la mano
de Dios dejando que Él sea el timonero.
Libre
para triunfar y fracasar y mantenerme feliz en ambos casos. Libre para vivir
anclado y en vuelo en todo momento. Libre para descansar y ponerme en camino.
Sueño
con esa libertad que es don sagrado. El don que pido cada vez que me siento
esclavo o dependiente o atado. Cuando noto que no estoy siendo fiel a mi
camino. O estoy cediendo y dejándome llevar por la corriente. Y acabo creyendo
que así conseguiré el amor de muchos.
Libre para ser fiel a mi
camino, a la vocación a la que Dios me llama.
Hoy miro mis cadenas y se
las entrego impotente a Dios. Le pido que corte todo aquello que me aleja de
Él. Y me ate más a Él, porque eso me hará plenamente libre. Es lo que sueño.
Una libertad del cielo hecha carne en mi alma. Una
libertad sagrada de Dios que me permita navegar confiado por el mar de su
misericordia.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






