Homilía
del Papa
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| El Papa preside la misa de apertura del Sínodo, 6 oct. 2019 © Zenit/Rosa Die Alcolea |
“Reavivar
el don; acoger la prudencia audaz del Espíritu, fieles a su novedad” es la
exhortación que el Papa Francisco ha hecho en la Misa de apertura del Sínodo
para la Región Amazónica, esta mañana, en la Basílica de San Pedro.
Este
domingo, 6 de octubre de 2019, a las 10 horas, el Santo Padre ha celebrado la
Santa Misa en la Basílica Vaticana, con ocasión de la apertura de la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la
Región Panamazónica, en la que han participado los 13 cardenales recientemente creados por
el Santo Padre, los 185 Padres sinodales, obispos,
sacerdotes y representantes de asociaciones y comunidades eclesiásticas
amazónicas, procedentes del territorio amazónico.
“Sintámonos
convocados aquí para servir, poniendo en el centro el don de Dios”. En la
homilía, Francisco ha reflexionado en torno al don recibido por
Dios: “hemos recibido un don para ser dones”, y ha recordado “el don que hemos
recibido es un fuego, es un amor ardiente a Dios y a los hermanos”.
Así,
el Pontífice ha recordado a los padres sinodales, cardenales, sacerdotes y
representantes del pueblo amazónico presentes en la Eucaristía, que el “fuego
de Dios es calor que atrae y reúne en unidad”, el fuego del Evangelio no es el
fuego “aplicado por los intereses que destruyen, como el que recientemente ha
devastado la Amazonia”.
Anuncio del Evangelio
“El
anuncio del Evangelio es el primer criterio para la vida de la Iglesia”, ha
indicado el Papa. “Muchos hermanos y hermanas en Amazonia llevan cruces
pesadas y esperan la consolación liberadora del Evangelio y la caricia de amor
de la Iglesia”, ha señalado. “Que Él, que hace nuevas todas las cosas, nos dé
su prudencia audaz, inspire nuestro Sínodo para renovar los caminos de la
Iglesia en Amazonia, de modo que no se apague el fuego de la misión”.
Al
término de la homilía, el Papa ha aplaudido la dedicación misionera
del cardenal Cláudio Hummes, arzobispo emérito de Sao Paulo (Brasil) y
relator general de la Asamblea Especial del Sínodo.
Los
trabajos del Sínodo sobre el tema Amazonía: nuevos caminos para la Iglesia
y para una ecología integral comenzarán el lunes por la mañana en el Aula
Nueva del Sínodo, donde 184 participantes debatirán y escucharán los diferentes
testimonios, muchos de ellos, de representantes amazónicos del 6 al 27 de
octubre de 2019.
A
continuación, ofrecemos la homilía pronunciada por el Papa Francisco:
Homilía del Papa Francisco
El
apóstol Pablo, el mayor misionero de la historia de la Iglesia, nos ayuda a
“hacer Sínodo”, a “caminar juntos”. Lo que escribe Timoteo parece referido a
nosotros, pastores al servicio del Pueblo de Dios.
Ante
todo dice: «Te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por la
imposición de mis manos» (2 Tm 1,6). Somos obispos porque hemos recibido
un don de Dios. No hemos firmado un acuerdo, no nos han entregado un contrato
de trabajo “en propia mano”, sino la imposición de manos sobre la cabeza, para
ser también nosotros manos que se alzan para interceder y se extienden hacia
los hermanos.
Hemos
recibido un don para ser dones. Un don no se compra, no se cambia y no se
vende: se recibe y se regala. Si nos aprovechamos de él, si nos ponemos
nosotros en el centro y no el don, dejamos de ser pastores y nos convertimos en
funcionarios: hacemos del don una función y desaparece la gratuidad, así
terminamos sirviéndonos de la Iglesia para servirnos a nosotros mismos.
Nuestra
vida, sin embargo, por el don recibido, es para servir. Lo recuerda el
Evangelio, que habla de «siervos inútiles» (Lc 17,10). Es una expresión
que también puede significar «siervos sin beneficio». Significa que no nos
esforzamos para conseguir algo útil para nosotros, un beneficio, sino que
gratuitamente damos porque lo hemos recibido gratis (cf. Mt 10,8).
Toda nuestra alegría será servir porque hemos sido servidos por Dios, que se ha
hecho nuestro siervo. Queridos hermanos, sintámonos convocados aquí para
servir, poniendo en el centro el don de Dios.
Para
ser fieles a nuestra llamada, a nuestra misión, san Pablo nos
recuerda que el don se reaviva. El verbo que usa es fascinante:
reavivar literalmente, en el original, es “dar vida al fuego” [anazopurein]. El
don que hemos recibido es un fuego, es un amor ardiente a Dios y a los
hermanos. El fuego no se alimenta por sí solo, muere si no se mantiene vivo, se
apaga si las cenizas lo cubren. Si todo permanece como está, si nuestros días están
marcados por el “siempre se ha hecho así”, el don desaparece, sofocado por las
cenizas de los temores y por la preocupación de defender el status quo.
Pero «la Iglesia no puede limitarse en modo alguno a una pastoral de
“mantenimiento” para los que ya conocen el Evangelio de Cristo. El impulso
misionero es una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial»
(BENEDICTO XVI, Exhort. apost. postsin. Verbum Domini, 95). Porque la
Iglesia siempre está en camino, siempre en salida, jamás cerrada en sí misma.
Jesús no ha venido a traer la brisa de la tarde, sino el fuego sobre la tierra.
El
fuego que reaviva el don es el Espíritu Santo, dador de los dones. Por eso san
Pablo continúa: «Vela por el precioso depósito con la ayuda del Espíritu
Santo que habita en nosotros (2 Tm 1,14). Y también: «Dios no
nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de
prudencia» (v. 7). No es un espíritu cobarde, sino de prudencia. Alguno
piensa que la prudencia es una virtud “aduana”, que detiene todo para no
equivocarse. No, la prudencia es una virtud cristiana, es virtud de vida, más
aún, la virtud del gobierno. Y Dios no ha dado este espíritu de prudencia.
Pablo contrapone la prudencia a la cobardía.
¿Qué
es entonces esta prudencia del Espíritu? Como enseña el Catecismo, la prudencia
«no se confunde ni con la timidez o el temor», si no que «es la virtud
que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro
verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo» (n. 1806). La
prudencia no es indecisión, no es una actitud defensiva. Es la virtud del
pastor, que, para servir con sabiduría, sabe discernir, sensible a la novedad
del Espíritu. Entonces, reavivar el don en el fuego del Espíritu es lo
contrario a dejar que las cosas sigan su curso sin hacer nada. Y ser fieles
a la novedad del Espíritu es una gracia que debemos pedir en la oración.
Que Él, que hace nuevas todas las cosas, nos dé su prudencia audaz,
inspire nuestro Sínodo para renovar los caminos de la Iglesia en Amazonia, de
modo que no se apague el fuego de la misión.
El
fuego de Dios, como en el episodio de la zarza ardiente, arde pero no se consume
(cf. Ex 3,2). Es fuego de amor que ilumina, calienta y da vida, no
fuego que se extiende y devora. Cuando los pueblos y las culturas se devoran
sin amor y sin respeto, no es el fuego de Dios, sino del mundo. Y, sin embargo,
cuántas veces el don de Dios no ha sido ofrecido sino impuesto, cuántas veces
ha habido colonización en vez de evangelización. Dios nos guarde de la avidez
de los nuevos colonialismos. El fuego aplicado por los intereses que destruyen,
como el que recientemente ha devastado la Amazonia, no es el del Evangelio. El
fuego de Dios es calor que atrae y reúne en unidad. Se alimenta con el
compartir, no con los beneficios. El fuego devorador, en cambio, se extiende
cuando se quieren sacar adelante solo las propias ideas, hacer el propio grupo,
quemar lo diferente para uniformar todos y todo.
Reavivar
el don; acoger la prudencia audaz del Espíritu, fieles a su novedad; san Pablo
dirige una última exhortación: «No te avergüences del testimonio […]; antes
bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de
Dios» (2 Tm 1,8). Pide testimoniar el Evangelio, sufrir por el Evangelio,
en una palabra, vivir por el Evangelio.
El
anuncio del Evangelio es el primer criterio para la vida de la Iglesia: es su
misión, su identidad. Poco después Pablo escribe: «Pues yo estoy a punto de ser
derramado en libación» (4,6). Anunciar el Evangelio es vivir el ofrecimiento,
es testimoniar hasta el final, es hacerse todo para todos (cf. 1 Cor 9,22),
es amar hasta el martirio. Agradezco a Dios porque en el Colegio Cardenalicio
hay algunos hermanos cardenales mártires, que han probado, en la vida, la cruz
del martirio. De hecho, subraya el Apóstol, se sirve el Evangelio no con la
potencia del mundo, sino con la sola fuerza de Dios: permaneciendo
siempre en el amor humilde, creyendo que el único modo para poseer de
verdad la vida es perderla por amor.
Queridos
hermanos: Miremos juntos a Jesús Crucificado, su corazón traspasado por
nosotros. Comencemos desde allí, porque desde allí ha brotado el don que
nos ha generado; desde allí ha sido infundido el Espíritu Santo que
renueva(cf. Jn 19,30). Desde allí sintámonos llamados, todos y cada
uno, a dar la vida. Muchos hermanos y hermanas en Amazonia llevan cruces
pesadas y esperan la consolación liberadora del Evangelio y la caricia de amor
de la Iglesia. Tantos hermanos y hermanas en Amazonia han gastado su vida.
Permitidme de repetir las palabras de nuestro amado Cardenal Hummes. Cuando él
llega a aquellas pequeñas ciudades de Amazonia, va a los cementerios a buscar
la tumba de los misioneros. Un gesto de la Iglesia para aquellos que han
gastado la vida en Amazonia. Y después, un poco de astucia, dice al Papa: “No
se olvide de ellos. Merecen ser canonizados”. Por ellos, por estos que están
dando la vida ahora, por aquellos que han gastado la propia vida, con ellos,
caminemos juntos.
Rosa
Die Alcolea
©
Librería Editorial Vaticano
Fuente:
Zenit






