La
verdadera vida es darse cuenta de pertenecer a Alguien y, en Él, de
pertenecer a todos
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El bautismo es el comienzo de la vida nueva. Pero, ¿qué significa vida nueva?
La vida nueva del bautismo no es nueva como cuando cambiamos de trabajo
o nos mudamos a otra ciudad y decimos: Comencé
una vida nueva.
En estos
casos, por supuesto, la vida cambia, tal vez mucho, es diferente de la
anterior: mejor o peor, más interesante o agotadora, según el caso.
Las
condiciones, el contexto, los compañeros de trabajo, los conocidos, tal vez
incluso las amistades, la casa, el salario, son diferentes. Pero no es una vida
nueva, es la misma vida que continúa.
La vida nueva del bautismo también es diferente del vivir un cambio radical de nuestros sentimientos por un enamoramiento o una desilusión, una enfermedad, un imprevisto importante.
La vida nueva del bautismo también es diferente del vivir un cambio radical de nuestros sentimientos por un enamoramiento o una desilusión, una enfermedad, un imprevisto importante.
Cosas como estas pueden ocurrirnos como un terremoto, tanto interior como
exteriormente: pueden cambiar los valores, las opciones de fondo: afectos,
trabajo, salud, servicio a los demás…
Tal vez,
primero se pensaba en una carrera, pero luego se empieza a hacer un trabajo
voluntario, ¡incluso a hacer de la propia vida un don para los demás! Primero
no se pensaba en construir una familia, y luego se experimenta la belleza del
amor conyugal y familiar.
También estos
cambios, que son grandes y extraordinarios, todavía son “solo”
transformaciones. Son modificaciones que nos llevan a una vida más bella y
dinámica, o más difícil y agotadora.
No es casualidad que cuando los relatamos
siempre usamos el más y el menos. Decimos que han hecho nuestra existencia más
bella, más alegre, apasionante.
Es porque
todavía estamos haciendo comparaciones entre cosas más o menos similares. Es
como si estuviéramos midiendo las cosas en una escala de valores. La vida antes
era alegría 5, ahora es alegría 7; la salud antes era 9, ahora es 4. ¡Los
números cambian, pero no la sustancia de
la vida!
Pero la vida nueva del bautismo no es nueva
solo en comparación con el pasado, con la vida precedente, con la vida de
antes. Nueva no significa
reciente, no significa que haya habido una modificación, un cambio.
La vida de Dios es
comunión y se nos da como amistad
La vida nueva de la que habla san Pablo en
sus cartas nos recuerda el mandamiento nuevo de
Jesús (cf. Jn 13,34); nos
recuerda el vino nuevo del
Reino (cf. Mc 14, 29), el
cántico nuevo que los salvados
cantan ante el trono de Dios (cf. Ap 5,9): realidades
definitivas, diríamos, con una palabra teológica, escatológica.
Así,
entendemos que para la vida nueva no
es posible hacer comparaciones. ¿Se puede comparar la vida y la muerte, o la
vida antes y después del nacimiento?
Cristo no se hizo uno de nosotros, no vivió
su Pascua de pasión, muerte y resurrección para “mejorar” nuestra vida, para hacerla más bella, más sabrosa, más
larga, más intensa, fácil o feliz. Él vino -como nos dijo- para que tengamos vida en abundancia (cf. Jn 10,10).
Esta es la vida nueva, la vida que Dios
Padre nos da en el bautismo.
Es nueva porque es
otra vida comparada con la nuestra, porque es
precisamente Suya, es la vida misma de Dios.
¡Este es el gran regalo que Jesús nos ha
dado y que nos da! Participar del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. Participar del amor que Ellos tienen por todos los hombres y por toda la
creación. ¡La vida nueva es la vida de Dios que nos ha sido dada!
Los cristianos siempre hemos buscado
imágenes y símbolos para expresar este don inmenso. Somos
muchos, diferentes y, sin embargo, somos uno, somos la Iglesia.
Y esta unidad
es aquella
del amor, que no obliga, no humilla, no nos limita, sino que nos fortalece, nos
edifica a todos juntos y nos hace amigos.
Jesús tiene
una bella expresión en el Evangelio:
“Esta es la vida eterna: que te conozcan a
ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado” (Jn 17,3).
Él mismo nos
dice que la
vida verdadera es el encuentro con Dios; y que el encuentro con Dios es el
conocimiento de Dios.
Sabemos,
pues, por la Biblia que no se conoce a
una persona solo con la cabeza, porque conocer significa amar. Y
esta es la vida de Dios que se nos da: el amor que se hace nuestro, y que
poco a poco nos hace crecer, gracias al Espíritu Santo (Rm 5,5),
e ilumina incluso nuestras pequeñas “gracias, ¿puedo?, perdón” de cada día.
Aunque las
palabras son inadecuadas, se puede decir que la vida nueva es darse cuenta de la pertenencia a Alguien, de pertenecer a Alguien y, en Él, de
pertenecer a todos.
Pertenecer significa que cada uno es para
el otro.
Esto me recuerda lo que dice la esposa del
Cantar de los Cantares:
“Mi
amado es para mí y yo soy para mi amado” (Ct 2,16).
Es así como
el Espíritu Santo día tras día lleva a cumplimiento la oración de Jesús al
Padre:
“No
ruego solo por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán
en mí: Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también
ellos sean uno en nosotros” (Jn 17,20-21).
Una de las
imágenes más antiguas -ya utilizada por san Pablo- para expresar esta
pertenencia, esta con-vida, es la
del cuerpo, cuya Cabeza es Cristo y
cuyos miembros somos nosotros
“Ahora vosotros sois el cuerpo de Cristo y,
cada uno según su parte, sus miembros”
(1Co 12, 27).
En
el cuerpo humano hay algunas funciones esenciales, como los latidos del corazón
y la respiración.
Me gusta
imaginar que la oración personal y comunitaria de
nosotros cristianos es el aliento, el latido del corazón de la Iglesia, que
infunde su fuerza al servicio de quien trabaja, estudia,
enseña; que hace fecundo el conocimiento de las personas instruidas y la
humildad de los sencillos; que da esperanza a la tenacidad de quien lucha
contra la injusticia.
La
oración es nuestro sí al Señor, a su amor que nos alcanza; es acoger al
Espíritu Santo que, sin jamás cansarse, derrama amor y vida sobre todos.
San Serafín
de Sarov, gran maestro espiritual de la Iglesia rusa, decía:
“Adquirir el Espíritu de Dios es, pues, el
verdadero fin de nuestra vida cristiana, hasta el punto de que la oración, las
vigilias, el ayuno, la limosna y otras acciones virtuosas hechas en nombre de
Cristo no son sino medios para este fin”(1) .
Uno no
siempre es consciente de la respiración, pero no se puede dejar de respirar.
(1) San
Serafín de Sarov, Conversación con
Motovilov
Extracto
-publicado en Vaticannews.va–
de La
Oración. El aliento de la vida nueva, uno de los dos libros del
papa Francisco que serán publicados este jueves 24 de octubre, que contiene
discursos del Papa sobre la oración, en particular sobre la plegaria del
Padrenuestro.
Vatican
News
Fuente:
Aleteia