No te
conformes con arrastrarte por la vida
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Artem Bali/Unsplash | CC0 |
Creo
que ya siendo joven soñaba con las alturas. Entre deseos y pretensiones
mundanas y divinas. Entre encuentros profundos y pasajeros con hombres y con
Dios.
Caminando de puntillas por
la vida sin dejar huella, o echando raíces profundas. En esos años de juventud
en los que uno tiene toda la vida por delante. Cientos de hojas en blanco
por escribir con paciencia. Mil posibilidades abiertas ante los ojos. Mil
sueños posibles por realizar.
En ese momento en el que la
muerte es para otros, y la enfermedad, y el fracaso. En ese instante en el que
uno cree que es capaz de todo.
Yo pensé que tenía fuerzas
suficientes para escalar mil cumbres. Me creí dotado de un poder sobre humano
para vencer obstáculos. Soñé con lo imposible creyendo que para mí
sería posible.
Me rompí algún hueso
luchando contra la vida. Vi mis primeras heridas dibujadas en el alma, en la
piel. Sentí el rechazo, la soledad y el éxito. Lo saboreé todo con
aire de conquista.
Mi alma inconformista no
quería que las cosas fueran sólo como eran. No deseaba repetir moldes, copiar a
los mayores, repetir sus mismas caídas. Conmigo
iba a ser todo distinto, pensaba ingenuamente.
Escalé, soñé, vibré, me enamoré.
La
vida siendo joven se abre a mil caminos. Y siempre tuve un miedo. Acabar siendo
mediocre, tibio, burgués. Siempre me asustó acomodarme a la vida y
dejar de reinventarme. Siempre temí que las desilusiones del camino pudieran
apagar las llamas de mi alma.
Recuerdo una fábula que
siempre me conmueve.
Un hombre subió a las
montañas y encontró un nido de águilas. Se llevó de allí uno de los aguiluchos
a su casa. Allí lo puso en su gallinero junto con las gallinas. Lo empezó a
alimentar como si fuera una gallina. Pero no dejaba por eso de ser un águila en
su corazón. Un hombre pasó por el pueblo y visitó a su amigo. Al ver en el
gallinero el águila le preguntó qué hacía allí y le contó la historia. El
hombre le pidió que la dejara libre. Pero el
águila no sabía volar. Se había vuelto gallina. Tuvieron que llevarlo a la
montaña y mostrarle el sol. Solo entonces, desde lo alto, extendió sus alas e inició su vuelo al
sol.
Tengo un corazón de águila
envuelto en alas de gorrión. Siempre fue así. Y a veces me acostumbré a no
soñar con cosas grandes. Santa Teresita se sentía débil y pequeña, pero con un
corazón inmenso:
“No
soy un águila. Del águila tengo sólo los ojos y el corazón, pues, a pesar de mi
extremada pequeñez me atrevo a fijar la mirada en el Sol divino, el Sol del
amor y mi corazón siente todas las aspiraciones del águila. El pajarito querría
volar hacia ese sol brillante que fascina sus ojos. ¡Ay! todo lo que puede
hacer es agitar sus alitas, pero echar a volar, eso no está en la pequeñez de
su poder”.
Me siento así después de
caminar por la vida. Veo que mi corazón de águila, el mismo que tengo desde
joven, sigue ahí, intacto. No se conforma, no quiere arrastrase por el corral
de las gallinas.
Y al mismo tiempo, más que
nunca, más que entonces, soy consciente de mi
pequeñez.
Como decía santa Teresita:
“Jesús,
tu pajarito está contento de ser débil y pequeño. ¿Qué sería de él si fuese
grande? Nunca tendría la audacia de comparecer en tu presencia, de dormitar
delante de ti”.
Siento mi pobreza y
pequeñez. Mis cobardías, mi sangre tibia. No
quiero conformarme con arrastrarme por la vida. Sigo
soñando con alturas que alcanzo a ver con mis ojos soñadores. Lo quiero
todo. Lo sueño todo. Lo deseo todo.
Y mi corazón vibra y no se
conforma. Arde dentro de mí un fuego por el camino, mientras escucho a Jesús
recorrer mis pasos. Él va conmigo y me dice que cree en mí, que sueña conmigo.
Sabe que puedo dar más, ser más.
Conoce mi fragilidad y sabe
de mis heridas. Me ha visto caer y levantarme tantas veces. Ha sufrido mis
debilidades y se ha conmovido con mi pobreza. Y me
quiere. Y me
vuelve a recordar esos sueños que siempre tuve.
No quiero ser mediocre en mi
entrega. Ahora sé que la fidelidad no se consigue a fuerza de
voluntad. Es un don que le pido a Dios cada mañana. Igual que pido el don de
soñar, de anhelar, de desear una vida más grande, más plena.
Es abundante la mies y los
obreros pocos. Son tantos los que necesitan consuelo y
esperanza. Hay
tanta muerte y dolor a mi alrededor.
Lo he visto con mis ojos. Lo
he palpado en la sangre de tantas heridas. Y he vuelto a comenzar una vez más,
siendo pobre, siendo niño.
A veces los árboles no me
dejan ver el bosque. La espesura nubla mi ánimo al ocultarse el
sol. Hoy vuelvo a soñar con ser águila. El sol se levanta ante mis ojos.
No quiero permanecer
temeroso en el corral. Pensando que las alturas me pueden llevar por caminos
peligrosos. La vida siempre es peligrosa. La del águila, la de la
gallina. Lo importante es saber qué es aquello con
lo que sueño.
Miro al sol con mis ojos
ciegos. Lo miro con la esperanza de que un día Jesús me coja entre sus manos y
me suelte desde lo alto de la última cumbre. Y
emprenda yo mi vuelo al cielo, al sol, a la vida plena.
Quiero que
surja en mi alma el deseo de ser siempre fiel a la semilla de eternidad que
llevo dentro.
Que no aparte la vista del sol, aunque me ciegue.
Que sepa mantenerme en la batalla sujeto en
ese corazón abierto de Jesús en el que vivo herido. En su herida encuentro mi
descanso. En su amor puedo llegar más
lejos, porque Él me lleva. No soy yo.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia