Veo un enemigo frente a mí, no un amigo que desea como yo que
las cosas mejoren, pero puedo cambiar algo en mi interior…
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¡Cuánto
cuesta aprender a dialogar! Hablar sin imponer. Respetar las opiniones
contrarias. Escuchar lo que el otro dice tratando de ponerme en su lugar. No
descalificarlo cuando no piensa como yo o no apoya mi planteamiento.
Aceptar que alguien pueda
tener una mejor idea. Reconocer la verdad que hay en lo que los demás presentan
como argumento válido. Saber callar y esperar mi turno sin interrumpir. Ser
incluso capaz de callarme sin tener siempre que decir todo lo que pienso.
“En
el mucho hablar, dice Proverbios, no faltan culpas, pero el que modera sus
labios es inteligente”.
Cuesta
guardar silencio. Cuesta guardar mi opinión. Es como si no pudiera evitarlo:
“San Arsenio reconoce que se ha
arrepentido muchas veces de hablar, pero nunca de guardar silencio”.
¡Cuánto me cuesta callarme y
escuchar! Dice san Efrén:
“Habla
mucho con Dios y poco con los hombres”.
¡Cuánto
cuesta dialogar tratando de llegar a un punto común, a un acuerdo, a una mejor
solución para todos! Lo veo en la política, en la religión, en el deporte. Lo
veo en la vida de cada día cuando se trata de buscar soluciones o decidir quién
tiene que llevar a cabo un proyecto determinado.
Puedo caer con frecuencia en
la dialéctica. Usando un lenguaje con oposición de contrarios. Presento las
cosas como blancas o negras. No hay tonos grises, no hay posturas intermedias.
O
estoy feliz o amargado. O algo es bueno o es malo. O soy de un bando o de otro.
O soy rico o soy pobre. La dialéctica me enfrenta con el otro, lo
convierte en mi enemigo, en aquel al que no tengo que respetar, al que tengo
que vencer.
Veo un
enemigo frente a mí, no un amigo que desea como yo que las cosas mejoren. Quiero
imponerme y ganar. Demostrar
que lo que yo quiero es lo correcto, no todo lo demás.
No pienso tanto en el bien
común que suele ser más amplio, no me fijo en los demás. Pienso sólo en mí, en mi
visión de la vida, de la historia. Pienso en mis intereses por encima del resto.
Lo que yo deseo es lo verdadero.
Lo que los demás desean es falso. Polos opuestos. No hay posibilidad de
diálogo. No me entiendo con nadie. ¡Qué difícil llegar a un acuerdo cuando
tengo intenciones tan opuestas!
El
diálogo tiene que llevar al encuentro. Saber callar, renunciar, ofrecer. No querer quedar
siempre por encima. El interés de los demás, no sólo el mío.
Dialogar es un arte, es un
misterio. Ponerme en el corazón del otro, en su piel. Mirar
la vida desde sus heridas y comprender la razón de lo que dice. No juzgar por
las palabras.
No
quedarme en la apariencia. Ir al fondo de las cosas. No pretender que mi amor propio y
mi orgullo se impongan. No soy yo el importante. Dios lo es. Y los demás en quienes
mora Dios.
Y entonces puedo yo
desaparecer o no ser tomado en cuenta. Puedo pasar al olvido o no ser querido. Puedo
ser despreciado, o incluso difamado. No importa. Pongo a Dios en el centro.
Y al hacerlo así es en
realidad el hombre el que aparece en el lugar importante. Es el que sufre, el
pobre, el necesitado. Para llegar a ese punto tengo
que estar más lleno de Dios. Leía una descripción del que reza
buscándose a sí mismo:
“Reza
para obtener algo de Dios. Le parece central recibir algo para estar mejor. Se
interesa por sí mismo y no por Dios. Referencia al yo. Exige que Dios se ocupe
de él en lugar de entregarse. Lo central de la oración es la entrega”.
Necesito cambiar mi mirada
en esa relación con Dios. No rezo para estar bien, no rezo por mí, para ser
feliz. No rezo para tener paz en el corazón. Mi oración es entrega.
Entonces me descentro.
Entonces soy capaz de entrar en diálogo con Dios y con el hombre. No
busco imponer mi criterio, mi forma de ver las cosas. Sólo quiero llegar a un
consenso,
a un acuerdo. Renuncio a lo mío. Acojo lo bueno que hay en el corazón del otro.
La oración me enseña a ser
más desprendido. Vivo en la tierra atado al cielo. Y dejo de darme tanto valor
e importancia. El amor de Dios sana mi
corazón egoísta que sólo busca su bien.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






