La
oración es un corazón a corazón silencioso y libre con Dios, pero también una
dura batalla de todos los días, ¡cuántos cristianos la comienzan con entusiasmo
y la abandonan en el transcurso de la ruta! Aquí 7 claves que permiten
practicar esta hermosa oración cotidianamente
La
oración no es “hacer” sino “estar con”. Esto no impide que esta cita, a veces
seca, de la oración se motive y se construya. Pierre Descouvemont, sacerdote y
teólogo, explica las siete cosas que hay que hacer para tener éxito en la
práctica cotidiana de la oración.
Complacer a Dios
Es
primeramente para agradar a Dios que debemos aceptar la invitación que Él nos
envía todos los días en la oración. La Biblia no los afirma en efecto: tenemos
la estupenda posibilidad de contribuir a la felicidad de nuestro Dios.
Él no nos necesita, ya que,
desde siempre y hasta siempre, es infinitamente feliz en el seno de la vida
trinitaria. Pero nos ama tanto que reclama nuestros pobres
gestos de amor. Él
los “mendiga”, decía santa Teresa del Niño Jesús.
Uno no persevera en la
oración solo para recibir los torrentes de amor que se desbordan del corazón de
Cristo, sino por el placer de complacerle.
Por eso, aburrirse no es
grave, ya que él está verdaderamente feliz de este tiempo dado. Y aún hay que
pedir la gracia de creer.
“Hacer” el pleno
Uno
no hace la oración haciendo el vacío, sino haciendo el pleno.
Tomemos ejemplo de los
monjes que alimentan su oración de la famosa lectio divina. Rezan partiendo de
las Escrituras. Se toman el tiempo para escuchar al Señor decirles y repetirles
su amor a través de su Palabra.
Muchos cristianos se quejan
de que no logran hacer el vacío al comienzo de su oración, esto es normal: solo
se suprime lo que se remplaza.
“Hacer” silencio
Hacer
silencio no significa hacer el vacío en tu mente. Por el contrario, ten cuidado
de no dejar que tu espíritu divague en consideraciones intempestivas sobre los
textos bíblicos o el autor espiritual que acabamos de leer.
Dios no necesita escuchar un
ejercicio retórico o una charla teológica. ¡Cuantas
menos palabras, mejor! Ellas pueden ser simples como las palabras de un niño:
“¡Gracias, Señor! ¡Perdón! ¡Por favor! Dios mío, te amo”.
Sin embargo, no nos
imaginemos que para hacerlo bien deberíamos callarnos absolutamente y no decir
nada. Aquel que grita: “Señor, ¿por qué tantas pruebas en mi vida? ¡Me resulta
difícil aceptar tu voluntad! “, agrada lo mismo que el que está recogido.
Nuestra conversación con el
Señor -a veces escucho, a veces hablo, a veces me callo- debe ser tan simple
como una cita de amor.
“Hacer” confianza
Simple
… ¡pero difícil! No nos sorprendamos de que sea difícil orar. San Pablo no duda
en decir que “no sabemos orar correctamente” (Rom 8:26).
Cuando oramos, es el
Espíritu Santo el que ora en nosotros. Incluso cuando no lo pensamos, es Él
quien inspira nuestra oración. Él es el alma, el aliento que nos lleva al Padre
y nos hace gritar, con Jesús y en él: “¡Abba, Padre!”.
Él es quien nos hace gustar
el Amor del Padre, quien hace resonar en el fondo de nuestros corazones: “¡Tú
también eres mi hijo amado en quien me complazco!
Entonces podemos decirle con
confianza a nuestro Dios: “Tu afecto por mí no tiene medida”.
El Espíritu también es, y
sobre todo, aquel que aumenta la capacidad respiratoria de nuestros pulmones
espirituales a fin de que el Señor pueda colmarnos en la medida de nuestra
esperanza en Él.
“Hacer” esfuerzo
Para
orar, es necesario un esfuerzo indispensable de voluntad no solo para empezar
sino para perseverar… y volver a la oración cuando uno la ha abandonada.
Este esfuerzo, lo hacemos
como una oveja frágil, en las manos del Buen Pastor, bajo su mirada, para hacerlo
sonreír más.
“Hacer” un rincón de
oración
Instala
en un rincón de tu casa imágenes y fotos frente a las cuales será más fácil
reunirse y rezar en comunión con todos tus hermanos y hermanas del Cielo de la
tierra. La existencia misma del rincón de oración nos recuerda que tenemos que
preparar esta futura cita.
“Hacer” un retiro
Es
mucho más fácil perseverar en la oración cuando has tenido la humildad y el
coraje de seguir una verdadera “escuela de oración”.
Para esquiar bien, tomamos
lecciones. Para hacer una buena oración, es normal dedicar unos días en la vida
a aprender lo que nuestros antepasados descubrieron en la fe … ¡y
ejercitándose! Aquí, como en otros lugares, los reciclajes y las inyecciones de
estímulo son indispensables.
Por
Emmanuel Pellat
Fuente:
Aleteia






