Los
reyes magos trajeron a Jesús: oro, incienso y mirra. Conocemos el significado
de estas ofrendas pero un poco menos su impacto en nuestra oración …
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El
oro define al rey, el incienso celebra a Dios, la mirra anuncia su muerte.
Estas ofrendas traídas por los reyes magos a Jesús simbolizan los fundamentos
de toda oración.
La oración es real
Ella celebra el esplendor de
este Dios que es nuestro rey. Se hace alabanza, rinde gloria, lo que también se
llama “doxología” (como, al final del canto de un Salmo, la invocación “Gloria
al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo”).
La oración, litúrgica o
personal, no puede olvidarse de ser doxología. La oración descentrada,
nos invita a consagrarnos a Dios en lugar de a nosotros. Y sabemos que tan
pronto como nos consagramos a Él (Él que no cesa de ocuparse de nosotros), nos
portamos mejor.
La oración es un incienso
¡Y que cesemos por fin de
pretender que el tiempo dedicado a la oración sea arrebatado por el cuidado del
prójimo! Nadie, ni siquiera la persona consagrada más activa, pasa todo el día
entregándose a su prójimo. Es ella, por el contrario, la que más reza.
Por otro lado, la oración
arrebata muchos momentos preciosos al ensimismamiento, a la ligereza de la vida
y a la insoportable pesadez del ser.
La oración es como la mirra
La oración no es una
distracción, una ocupación inocente, una actividad que no involucra. Cualquiera
que penetra en los senderos de la oración pasa por una
muerte segura:
la muerte del hombre viejo, de sí mismo, de lo que no pone Dios en el primer
lugar.
La oración no se contenta
con meditar sobre la Pasión de Cristo. Ella conduce a vivirla tú mismo.
¿Qué oración ofrecer a
Dios?
Según el día, ofreceremos
una u otra ofrenda: oro, incienso o mirra. En realidad, el que ora ofrece cada
día un poco de las tres. Los reyes magos son el alma cristiana que adora al
Niño.
La adoración cristiana no es
un simple deber, el culto de una religión que nos ha visto nacer. Ella nos
marca con la cruz de Cristo.
Esto explica la prisa de los
magos que vinieron precisamente a adorar, también explica a todos los Herodes
del mundo, a quienes a veces nos parecemos, o bien de quienes debemos escapar
yendo por otro camino.
Por el
Hermano Thierry-Dominique Humbrech
Fuente:
Aleteia