Sucesos
lamentables que plantean un desafío más allá de lo legal. ¿A qué responden?
¿Cuál debe ser la actitud pastoral de la Iglesia?
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Recientemente
ha sido noticia en España la profanación de un templo católico –la iglesia parroquial
de San Pedro en La Felguera (Asturias)–, que ha encontrado un lugar importante
en los medios de comunicación porque en esta ocasión no sólo hay imágenes de
los destrozos, sino que está la grabación de las cámaras de seguridad.
Se
trata de cuatro chicas jóvenes que, según parece, prendieron fuego al paño del
altar y dañaron algunas partes del edificio, además de otros objetos
–micrófonos, libros litúrgicos…–, durante 20 largos minutos poco después del
mediodía, mientras la iglesia permanecía abierta pero vacía.
¿Sin mala intención?
“Los
feligreses están asustados, preocupados y dolidos”, declaró el párroco. Un
hecho de estas características, aunque no llegue a ser una profanación de tipo
sacrílego, ofende a los creyentes, que ven agredido un espacio sagrado, un
lugar de encuentro con Dios en el recogimiento de la oración y de encuentro con
los hermanos en la celebración de la fe.
Siempre
que nos encontramos ante una agresión de este tipo, surgen las preguntas: ¿a
qué se ha debido? En ocasiones, puede ser un acto intencionado por parte de un
grupo satánico o de algún tipo de práctica ritual, con propósito claramente
sacrílego y de hacer daño a la Iglesia como comunidad (más allá de la iglesia
concreta). Y así se da la profanación de la eucaristía reservada en el sagrario
o de imágenes sagradas y elementos litúrgicos.
Otras
veces el móvil es meramente material, con el consiguiente robo de objetos de
valor, dinero, obras de arte, etc. O bien por parte de personas que han
estudiado concienzudamente el templo, sus componentes valiosos y sus fallos de
seguridad, o bien por parte de ladrones que actúan con rapidez para llevarse lo
que a primera vista es más apetecible.
En
esta ocasión, la razón parece clara, ya que el hecho está grabado: según la
persona que descubrió los destrozos en la iglesia, por parte de las jóvenes “no
había un ánimo de robar. Una de las chicas estaba hablando por el micrófono, se
sentaban encima del altar y en un momento de la grabación también se les ve
bailando, como burlándose”.
No es un hecho aislado
Llama
la atención la banalidad con la que actuaron, al no demostrar ni el mínimo
respeto que se debe a cualquier lugar, ni la sensibilidad con un espacio
considerado sagrado, en este caso, por los católicos. La falta de civismo es
clara y merece toda reprobación.
Pero
podemos mirar alrededor y ver otros ejemplos de vandalismo en lugares
religiosos. Baste con la interminable lista de iglesias, ermitas, santuarios,
capillas… que son usadas como “lienzo” de los grafitis. Y hasta los cementerios
a veces son objeto de agresiones, como ha pasado hace unos días en Osséjà
(Francia), donde dos adolescentes de 13 años dañaron hasta 30 tumbas
simplemente porque pasaban por allí y se les ocurrió hacerlo.
Algunos
pueden hablar incluso de una “moda”. Quizás sea exagerado, pero sí es cierto
que se ha perdido el respeto a los lugares de culto, sean de la religión que
sean. ¿Se trata de anticristianismo en el caso de las iglesias, o de
islamofobia cuando se trata de mezquitas u oratorios musulmanes?
Habrá
casos en los que sí haya un sentimiento antirreligioso, y hay que estar atentos
para detectar a los responsables y averiguar qué se esconde detrás, porque
puede haber grupos que difundan un discurso de odio e intolerancia contra
alguna religión determinada (o contra todas).
Otras
veces estaremos ante simple y puro gamberrismo o vandalismo… que resulta
especialmente hiriente por atentar contra el mundo de las creencias, tan
importante para las personas que configuran su vida desde la adhesión a una u
otra forma de trascendencia.
La respuesta de los
creyentes
La
actitud de cualquier persona religiosa no puede ser la de revanchismo o ansias
de venganza. Esto contradice cualquier idea creyente de la compasión, el perdón
o la misericordia. Lo que no está reñido con que se denuncien estos actos y se
pida justicia, necesaria para una vida social ordenada y pacífica.
Si
hablamos, en concreto, de la Iglesia católica, y de los cristianos en general,
la respuesta está clara, y se encuentra en la misma persona de Jesús, que, como
Hijo de Dios, es la plenitud de la revelación. Sus hechos y sus palabras –y, en
este caso, también sus silencios– son la pauta de actuación de sus seguidores y
lo que ellos mismos ofrecen a los demás como propuesta de vida nueva y
alternativa.
¿A
qué me refiero? A sus hechos de perdón y misericordia con los pecadores. Sí, y
sin romanticismos ni sensiblerías: grandes pecadores, personas malvadas que
fueron miradas con amor y ternura por Cristo y recibieron el regalo del perdón
y el don de la conversión.
Me
refiero también a sus palabras, condensadas en el “Sermón de la montaña”, donde
llamó bienaventurados a los mansos, a los pacíficos, a los perseguidos… y donde
pronunció la proclama más contracultural de la historia de la humanidad, yendo
más allá de cualquier moral racional: “amad a vuestros enemigos y rezad por los
que os persiguen” (Mt 5, 44), y “no hagáis frente al que os agravia. Al
contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra” (Mt 5,
39).
Y
también tienen mucho que “decirnos” sus silencios. Sobre todo el grande y largo
silencio de Jesús en su pasión y muerte, apenas roto con pocas palabras… el
silencio del Verbo encarnado que se deja matar, se hace víctima de la
injusticia y del pecado para restaurar la justicia y la gracia. Ésta es la gran
respuesta de Dios a la violencia humana, también a aquella a la que no
encontramos sentido. La respuesta divina a las burlas gratuitas y agresiones
inmerecidas.
¿Qué debe hacer la
Iglesia?
La
Iglesia, los católicos –y todos los cristianos– debemos enseñar el respeto a
los lugares de culto, por supuesto. Y cuidarlos mucho. Dar testimonio, con
nuestra actitud cuando estamos dentro, de lo importantes que son las iglesias
para nosotros, con nuestros gestos, silencio… y adoración. A veces tenemos
importantes déficits en este sentido: si pedimos respeto, empecemos nosotros
respetando la casa de Dios.
¿Y
cuándo, como hemos visto, se producen agresiones vandálicas, burlas y
destrozos? Contestar a los autores con la misericordia: esa Iglesia cuya
iglesia han dañado –ya porque estuviera abierta, ya porque la hayan violentado–
tiene y tendrá siempre abiertas las puertas para ellos. La actitud de la
comunidad cristiana tiene que ser siempre pastoral y maternal.
Habrá
que preguntarse por lo que hay en el corazón de esas personas, sobre todo
cuando son jóvenes, para que actúen así en su vida o lo hagan de forma
especialmente violenta cuando se trata de la Iglesia. Y presentarles el mensaje
siempre nuevo del Evangelio, que llena el corazón y ofrece un proyecto de vida
plena: la salvación.
En
su exhortación Christus vivit, el
papa Francisco propone a la Iglesia dos actitudes ante los jóvenes de hoy: “la
capacidad de encontrar caminos donde otros ven sólo murallas” y “la habilidad
de reconocer posibilidades donde otros ven solamente peligros” (n. 67). Muchos
de ellos tienen grandes heridas, y ésta debe ser nuestra respuesta: “Jesús,
lleno de vida, quiere ayudarte para que ser joven valga la pena” (n. 109).
Luis
Santamaría
Fuente:
Aleteia