Las promesas de Dios a Abrahán o cómo liberarte de lo accesorio y entrar en
lo esencial
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| Lindsay Henwood/Unsplash | CC0 |
Tengo que dejar
la seguridad de mi tierra y ponerme en camino. Tengo que ser peregrino para no
vivir atado, esclavo. Tengo que salir de mi tierra predilecta,
o de la tierra de la esclavitud. En ambos casos me hago peregrino.
Dios le hizo
una promesa a Abrahán. Quería que lo dejara todo y se pusiera en camino:
“En aquellos
días, el Señor dijo a Abrahán: – Sal de tu tierra y de la casa de tu padre
hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré
famoso tu nombre y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan,
maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias
del mundo. Abrahán marchó, como le había dicho el Señor”.
Dios quiere que
deje sus seguridades, sus dioses, su tierra amada. A las personas de su
familia. Quiere que lo deje todo y se haga peregrino.
Me conmueve. Él
escucha la palabra de Dios y se pone en camino. No duda y, a cambio de todo lo
que deja, Dios le promete tres cosas: una tierra, una descendencia y una
intimidad con Él.
Será una
bendición su vida entera. Él cree en la promesa y se hace peregrino. Un arameo
errante que sigue los pasos de Dios. Ya no tiene ningún seguro. No tiene
ninguna posesión. Está solo, vacío, sin nada.
Dios necesita a
Abrahán como instrumento. Y para ello tiene que educarlo. Necesita que esté
desnudo de sus bienes. Libre de lo que lo ata para educarlo
con libertad.
Dios necesita a
Abrahán entregado totalmente a sus planes. Libre para obedecerlo. Le pide que
deje su tierra para heredar otra. ¿Qué sentido tiene?
Abrahán es
peregrino, no tiene tierra, no tiene raíces ni hogar. Pero anhela con fuerza
una tierra nueva, una tierra santa en la que tener que descalzarse antes de
entrar.
La tierra me
habla de hogar, de raíces, de infancia, de recuerdos sagrados. Abrahán necesita
lo que ya no tiene. El hombre de hoy vive sin hogar. Comenta el padre José
Kentenich:
“El hombre
es un ser vinculado al nido. Hoy se ha desvinculado del nido, y por eso debe
enseñársele a vincularse al nido en el corazón del Dios eterno”.
¡Cuántos
hombres viven sin raíces! El hogar puede ser un hogar físico o un hogar
espiritual. El hogar es la roca de mi vida. Vínculos sanos que hablan de hogar.
Es algo más hondo. Puede ser el corazón de una persona el que se convierte en
hogar para mí. En tierra cálida.
Dios le promete
a Abrahán una intimidad con Él. Quiero sentirme profundamente amado por
Él. Experimentar cada día su amor en intimidad.
A cambio Dios
sólo me pide que sea fiel a este amor. Me pide que no tenga otros dioses que
compitan con Él. No hará falta porque Dios me dará tal intimidad que no
necesitaré buscar fuera de su presencia.
Dios será
siempre fiel. Me lo promete. Yo no lo soy. Tengo un anhelo infinito en el
corazón. Una sed insaciable que ningún amor humano por maravilloso que sea
podrá nunca calmar.
Miraré más
alto, más lejos. Buscaré en Dios una intimidad que necesito para vivir. Mi amor
es muy pequeño y torpe. El amor de Dios es infinito y misericordioso. Me
desborda. Supera mis límites humanos.
Lo único que
necesita Dios es que yo le diga que sí. Que estoy dispuesto a dejarme querer. Que no voy a ser esquivo ni voy a huir.
Sólo quiere
mi fiat. Que me quede con Él. Me quiere a su lado sin necesidad de
buscar sucedáneos. Es un momento de Tabor continuo en mi vida lo que más
anhelo. Un descanso en su presencia.
Y por último
Dios le promete un pueblo, unos hijos, una descendencia. No quiere que Abrahán
esté solo. Quiere que tenga todo un pueblo con él.
Mi vida será
fecunda en los corazones en los que deje huella. En aquellos a los que ame y me amen. Me gusta esta imagen.
Mi vida será
fecunda en función del amor. El amor
que dé, el amor que reciba. La vida que se entrega desde un amor maduro,
sacrificado, santo. Esa será mi fecundidad, mi descendencia.
Tal vez nunca
llegue a ver a los que Dios me regale multiplicando mi descendencia. Su promesa
está viva. No quiere que esté solo. Me promete una tierra, un Dios único, un
pueblo con el que camine en solidaridad, la comunión de los santos.
Me gusta pensar
en Abrahán que lo deja todo para poseerlo todo. Los caminos no son siempre
claros ni fáciles, pero él los recorre con el corazón dispuesto. Se fía de
Dios. Sube a lo alto del monte. Desciende al encuentro de los hombres.
Es el camino
que yo emprendo. Me libero de mi tierra, de mis ataduras, para ir al
encuentro de Jesús que me espera con un pueblo nuevo, en una tierra nueva y con
un amor más grande.
Quiero renovar
mi sí a Dios a través de mi sí en la alianza. Vuelvo a escuchar la promesa en
mi alma y vuelvo a decir que sí, que creo en su amor inmenso y me pongo en
camino.
Le vuelvo a
decir que no tengo miedo a la vida porque Él me sostiene. Ya no me detienen los
miedos ni la pereza. Dios puede hacer conmigo cosas muy grandes porque
le he entregado por entero mi vida.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






