Dios me regala todo en la vida para que aprenda a vivir, de
mi mirada depende cómo vivir este tiempo
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Shutterstock | Jacob_09 |
Mis
ojos están cansados de tanto ver luz sin ver. Cansados de no reconocer a Jesús.
Cansados de no ver más que la oscuridad. Cansados de ver sólo rostros y no
corazones.
Dios mira el corazón. Yo me
fijo en la apariencia. Veo rostros, no corazones. Veo la
superficie de
las cosas, no la hondura bajo el agua.
Me gustaría tener un corazón
capaz de ir a la profundidad. Me gustaría mirar más dentro de cada
persona y ver a Dios oculto detrás de la apariencia.
Me
cuesta ver, me cuesta creer. Tengo el corazón lleno de miedos
y dudas. La
fe es tan débil… Y recuerdo al zorro hablándole al principito:
“He
aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver
bien; lo esencial es invisible para los ojos. – Lo esencial es invisible para
los ojos- repitió el principito para acordarse. – Lo que hace más importante a
tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella”.
Importa
el tiempo que paso con mi rosa, con los míos. El tiempo en el que cuido mis
vínculos.
La vida es siempre el mismo tiempo que tengo ante mis ojos. Puedo usarlo bien,
puedo perderlo.
Lo esencial es lo
importante. Y yo no veo muy dentro. Se me pasa por alto lo importante. Me fijo
en lo que brilla y reluce. No sé elegir.
Me equivoco. Soy un ciego.
Me quedo en los ojos, en el rostro, en las palabras. Y no logro ver de primeras
el corazón. Juzgo y me confundo.
Soy un
ciego para ver el alma de las personas que es lo que de verdad importa. Esa es mi ceguera. No
comprendo que Dios me regala todo en la vida para que
aprenda a vivir.
Cada tiempo tiene su enseñanza y de mí depende leerla debajo de la superficie
de las cosas.
Aprender a mirar no es tan
sencillo. Comentaba una sicóloga:
“La
felicidad no es lo que nos pasa sino cómo interpretamos lo que nos pasa. Elegir
felicidad en lugar de infidelidad. Aprender a disfrutar en la medida de lo
posible. La felicidad depende de superar heridas y dificultades”.
De mi
mirada depende cómo vivir este tiempo. De mi forma de aprender a ver bajo la
superficie de las cosas. En la vida puedo quedarme en el envoltorio de los
regalos. Si relucen, si parecen valiosos.
Luego tengo que abrir el
envoltorio y ver lo que hay en su interior. Mi ceguera me lleva a no saber ver
bien lo valioso detrás de lo difícil.
Vivo quejándome de las
circunstancias adversas. Me vuelvo inseguro. Pierdo las certezas. Mi queja ser
eleva como un clamor, como un llanto. Busco culpables. Responsables de haber
llegado a este punto. Alguien debería responder.
Mi ceguera no me deja ver más
que lo malo que me rodea. El dolor, la enfermedad, el llanto. Mi ceguera me
centra en mí mismo.
No
veo, me siento inseguro y pienso sólo en mí, en salvar mi vida. La vida de los demás
no me interesa. Sólo la mía es importante. Mi vida, mis sueños, mis caminos,
mis logros. La vida de los demás importa menos.
Aprender a mirar supone un
cambio de actitud ante la vida. En lugar de caminar cariacontecido sonrío, me
río de la vida, miro todo con paz y esperanza. Necesito fe.
Si
toda esta crisis mundial me enseña una nueva forma de mirar la vida algo habré aprendido.
Esa es la verdadera Pascua que espero. El paso de Dios por mi corazón que me
abre los ojos y me enseña a mirar muy dentro, a ver lo esencial, a apreciar lo
que merece la pena.
El hombre de Dios, con la
mirada de Dios, mira confiado en medio de la tormenta. No se amedranta ante
las dificultades. Mira hacia delante y ve la luz al final del túnel.
Sonríe en la adversidad y le
saca provecho a todo lo que le toca vivir. No
se amarga, no se inquieta, confía. Esa mirada es la que yo necesito.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia