Cuando la discreción se convierte en el lenguaje de lo
esencial
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| © Antoine Mekary / Aleteia |
La
Iglesia siempre ha reconocido a san José como el mayor santo de la Iglesia
después de la Virgen María. Un Padre de la Iglesia, san Gregorio de Nazianzen
(siglo IV), escribió:
“El Señor ha
reunido en José, como en un sol, todo lo que los santos tienen reunido en luz y
esplendor”.
¿No
es esto exagerado considerando lo que sabemos de él? Para responder a esta
pregunta, es necesario entender que no es tanto su biografía lo que es
importante sino su ser “teológico”. Es decir, su propia existencia en
Dios. Su discreción se convierte entonces en el lenguaje de lo esencial.
Maestro de la escucha de Dios
Lo
que es absolutamente desarmante es que el lugar de mayor santidad -Nazaret- es
también el lugar de mayor discreción.
Una vida
tan simple, casi banal. Una vida de amor conyugal y caridad familiar. Una vida marcada por el trabajo. Toda una vida orientada hacia Dios a
través de la oración y la observancia de
las prescripciones
religiosas.
¡Una
vida marcada por la obediencia al deber de estado en
la monotonía de la vida cotidiana! Nunca terminaremos de meditar sobre esta
relación contrastante entre tan eminente santidad y la vida humilde de cada
día.
En esta
escuela de Nazaret, san José aparece como el doctor del “silencio”. Es un maestro en la escucha de Dios.
Vivió
el “Shema Israel” (“Escucha a Israel”) al máximo, rezándolo dos veces al día.
Por lo tanto, su silencio no es silencio, sino calidad de escucha.
José
no tarda en obedecer: ¡nunca avisado, pero siempre listo! Este es el signo
convincente de su abandono, confiando en la divina providencia: “llevó a María
a su casa” (Mt 1, 24); se fue a Belén (Lc 2, 4); tomó a la madre y al niño y
huyó a Egipto (Mt 2, 13). Después de la muerte de Herodes, regresó a
Nazaret con su esposa y el niño (Mc 2, 19-23).
A
través de su ejemplo de vida real y bien “encarnada”, el esposo de María, el
padre de Jesús y el artesano del pueblo se convirtió en el testigo de una vida
auténticamente mística.
Es
“justo” porque “es una persona que reza, que vive por la fe y que busca hacer
el bien en cada circunstancia concreta de la vida”, dijo san Juan Pablo II.
“No imagines tu santidad: recíbela, constrúyela humildemente”
Lo
que no se expresa explícitamente sobre José – esos años de vida de amor y
trabajo – nos conduce, por necesidad, a nuestra propia vida cotidiana. Es como si
Dios nos dijera a través de José:
“No busques oportunidades de santificación en ningún otro lugar que
no sea la realidad de tu vida. No abandones de tu vida para encontrar al
Señor. No pienses en tu santidad: recíbela, constrúyela con humildad pero
con firmeza, en el curso de los acontecimientos que son todas oportunidades
para la obediencia a la voluntad del Padre en el cielo, todas oportunidades
para el don generoso de ti mismo, todos lugares para encontrar y vivir lo único
necesario: el amor a Dios y al prójimo.”
José:
una santidad sin palabras, pero no sin elocuencia. Su silencio nos invita a
escuchar a la Palabra, la Palabra hecha carne que está en el centro de su vida
y de la nuestra.
Por
el padre Nicolas Buttet
Fuente:
Aleteia






