Catequesis
completa
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| El Papa pronuncia la catequesis en Streaming © Vatican Media |
“En
cada corazón”, recuerda el Papa, “incluso en la persona más corrupta y lejos
del bien, se esconde un anhelo de luz, aunque se encuentre bajo escombros de
engaños y errores, pero siempre hay una sed de verdad y bondad, que es la sed de
Dios”.
El
Pontífice ha reflexionado ayer, 11 de marzo de 2020,
sobre la cuarta bienaventuranza: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed
de justicia porque serán saciados” (Mt 5,6), retomando el ciclo de catequesis sobre las
bienaventuranzas, que inició antes del Miércoles de Ceniza, e interrumpió
para hablar del inicio de la Cuaresma.
Esta
mañana, la audiencia general ha tenido lugar a puerta cerrada, en el Palacio
Apostólico, donde el Santo Padre se ha reunido junto a los sacerdotes
traductores frente a las cámaras que emitían en directo, vía streaming,
por primera vez en la historia, la catequesis del Papa.
Hambre y sed, necesidades
primarias
“El
hambre y la sed son necesidades primarias, se trata de la supervivencia”. Hay
que subrayarlo: “no se trata de un deseo genérico, sino de una necesidad vital
y cotidiana, como es la alimentación”.
Así,
recuerda el Papa que “en las Escrituras encontramos expresada una sed más
profunda que la sed física, que es un deseo en la raíz de nuestro ser”. Aclara
que “verdaderamente las injusticias hieren a la humanidad” y asegura que “la
sociedad humana tiene una necesidad urgente de equidad, verdad y justicia
social”.
“Es
el Espíritu Santo quien despierta esta sed: Él es el agua viva que ha plasmado
nuestro polvo, Él es el soplo creador que le dio vida”, anuncia Francisco. Por
eso, la Iglesia es “enviada a anunciar a todos la Palabra de Dios, impregnada
de Espíritu Santo”. Porque el Evangelio de Jesucristo es “la mayor justicia que
se puede ofrecer al corazón de la humanidad, que tiene una necesidad vital de
ella, aunque no se dé cuenta”.
A
continuación sigue la catequesis completa que el Papa Francisco ha pronunciado
esta mañana, 11 de marzo de 2020.
Catequesis del Papa
Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, buenos días:
En
la audiencia de hoy seguimos meditando sobre el luminoso camino de la felicidad
que el Señor nos ha dado en las Bienaventuranzas, y llegamos a la cuarta:
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque serán
saciados”.
Ya
hemos encontrado la pobreza de espíritu y el llanto; ahora nos enfrentamos a
otro tipo de debilidad, la relacionada con el hambre y la sed. El hambre y la
sed son necesidades primarias, se trata de la supervivencia. Hay que
subrayarlo: no se trata de un deseo genérico, sino de una necesidad vital y
cotidiana, como es la alimentación.
Pero,
¿qué significa tener hambre y sed de justicia? Ciertamente no estamos hablando
de los que quieren venganza, al contrario, en la bienaventuranza anterior
hablamos de mansedumbre. Verdaderamente las injusticias hieren a la humanidad;
la sociedad humana tiene una necesidad urgente de equidad, verdad y justicia
social; recordemos que el mal que sufren las mujeres y los hombres del mundo
llega al corazón de Dios Padre. ¿Qué padre no sufriría por el dolor de sus
hijos?
Las
Escrituras hablan del dolor de los pobres y de los oprimidos que Dios conoce y
comparte. Por haber escuchado el grito de opresión levantado por los hijos de
Israel – como nos dice el Libro del Éxodo (cf. 3:7-10) – Dios ha bajado a
liberar a su pueblo. Pero el hambre y la sed de justicia de la que nos habla el
Señor es aún más profunda que la legítima necesidad de justicia humana que todo
hombre lleva en su corazón.
En
el mismo “Sermón de la Montaña”, un poco más adelante, Jesús habla de una
justicia mayor que el derecho humano o la perfección personal, diciendo: “Si
vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en
el Reino de los Cielos”. (Mt 5, 20) Y esta es la justicia que viene de
Dios (cf. 1 Cor1:30).
En
las Escrituras encontramos expresada una sed más profunda que la sed física,
que es un deseo en la raíz de nuestro ser. Un salmo dice: «Dios, tú mi Dios, yo
te busco, sed de ti tiene mi alma, en pos de ti languidece mi carne, cual
tierra seca, agotada, sin agua.» (Sal 63, 2). Los Padres de la Iglesia hablan
de esta inquietud que habita en el corazón del hombre. San Agustín dice:
«Porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que
descanse en ti.(1).Hay una sed interior, un hambre interior, una inquietud …
En
cada corazón, incluso en la persona más corrupta y lejos del bien, se esconde
un anhelo de luz, aunque se encuentre bajo escombros de engaños y errores, pero
siempre hay una sed de verdad y bondad, que es la sed de Dios. Es el Espíritu
Santo quien despierta esta sed: Él es el agua viva que ha plasmado nuestro
polvo, Él es el soplo creador que le dio vida.
Por
eso la Iglesia es enviada a anunciar a todos la Palabra de Dios, impregnada de
Espíritu Santo. Porque el Evangelio de Jesucristo es la mayor justicia que se
puede ofrecer al corazón de la humanidad, que tiene una necesidad vital de
ella, aunque no se dé cuenta.(2)
Por
ejemplo, cuando un hombre y una mujer se casan, tienen la intención de hacer
algo grande y hermoso, y si mantienen viva esta sed, siempre encontrarán el
camino a seguir, en medio de los problemas, con la ayuda de la Gracia. ¡También
los jóvenes tienen esta hambre, y no deben perderla! Es necesario proteger y
alimentar en el corazón de los niños ese deseo de amor, de ternura, de acogida
que expresan en su ímpetu sincero y luminoso.
Cada
persona está llamada a redescubrir lo que realmente importa, lo que realmente
necesita, lo que hace la vida buena y, al mismo tiempo, lo que es secundario y
de lo que puede prescindir tranquilamente.
Jesús
anuncia en esta bienaventuranza, hambre y sed de justicia, que hay una sed que
no será defraudada; una sed que, si se asegunda será saciada y siempre será
satisfecha, porque corresponde al mismo corazón de Dios, a su Espíritu Santo
que es el amor y también a la semilla que el Espíritu Santo ha sembrado en
nuestros corazones. ¡Que el Señor nos dé esta gracia: la de tener esta sed de
justicia que es precisamente la gana de encontrarle, de ver a Dios y de hacer
el bien de los demás!
(1) Confesiones,.
1, 3.
(2) Catecismo
de la Iglesia Católica, 2017.- La gracia del Espíritu Santo nos confiere la
justicia de Dios. El Espíritu, uniéndonos por medio de la fe y el Bautismo a la
Pasión y a la Resurrección de Cristo, nos hace participar en su vida.
Rosa
Die Alcolea
Fuente:
Zenit






