Para la mujer, el sufrimiento más fuerte no es nunca el dolor
corporal…
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Hay
tantas mujeres rechazadas, repudiadas, infravaloradas. Tantas mujeres
utilizadas y heridas…
Jesús
ama a la mujer, la mira con ojos de misericordia, la enaltece. Siempre me
impresiona su mirada sobre la mujer en ese tiempo en Israel.
La mira con ojos llenos de
admiración. La ama en su verdad y la respeta. El
amor, la verdad y el respeto van siempre de la mano.
Sólo se puede amar lo que se
admira. Sólo se respeta lo que de verdad se ama. Sólo puedo amar cuando respeto.
Y al admirar la verdad
escondida en el corazón amo en lo profundo. Esa verdad sale a la luz con fuerza
y florece ante mis ojos.
Tengo
un profundo amor y respeto por la mujer. Y me duele cuando es despreciada,
abusada, ninguneada, ignorada.
Una canción de Javy Ramírez
expresa cómo la mujer tiene que amarse a sí misma para poder ser amada: “Te prefiero cuando eres tú misma la que te
prefieres”.
Vale para mí también, para
todos. Si no me amo, no puedo ser amado. Si no me respeto no
puedo ser respetado. Si no tengo en cuenta mi dignidad, no puedo pedir a los
demás que la tengan en cuenta.
Pienso en tantas
mujeres heridas, abandonadas, maltratadas. Puede
que hayan perdido su inocencia y desconfíen del que es fuerte, del que quiere
imponer su querer.
Pido por esas mujeres que
han perdido la dignidad, o han hecho que la perdieran. Por aquellas que viven
con rabia y rencor. Me conmueve su dolor, su amargura.
Han dejado a un lado su alma
grande y viven encerradas en su dolor amargo. Pido para que el perdón
y la paz llegue
a sus corazones en guerra.
Pienso en la
mujer a la que admiro. Ese corazón de mujer que tanto valoro. Pienso en su
alma pura y grande que sueña con dar la vida por entero, por aquellos a los que
ama. Esa alma que se dona sin medir, se
sacrifica por amor, acoge muy dentro al que busca hogar.
Admiro el corazón de las
mujeres que forman parte de mi vida. Admiro su belleza interior y exterior. Su
mirada pura. Su espíritu de lucha. Su fe inamovible en circunstancias adversas.
Su capacidad para el sacrificio. Su tolerancia ante el dolor.
Admiro su mirada amplia que
acoge al hijo. Esa mirada que me hace sentir niño confiado. Respeto la entereza
de la mujer, su dignidad, su grandeza de alma.
Me
duele tanto ver a la mujer rechazada, abusada, herida. Verla despreciada en su
verdad. Utilizada.
Me conmueve ver a la mujer
que lucha por encontrar su lugar y lograr que la respeten. La mujer que se
levanta siempre de nuevo en su lucha. Que ama hasta estar dispuesta
a dar la vida.
Me conmueve ese corazón que
nunca se desanima. Me impresiona la mirada misericordiosa de la mujer. Su
compasión.
Decía el padre José Kentenich:
“Para
la mujer, el sufrimiento más fuerte no es nunca el dolor corporal sino el del
alma. Pero, a menudo, el sufrimiento del alma es en lo más hondo un
compadecimiento”.
La
mujer sabe compadecerse. Sabe ponerse en mi lugar. Sufrir en mi dolor,
acompañarme en mi tormenta interior. La
compasión es el rasgo de su alma.
Me conmueve su capacidad
para acompañar al que sufre, para sostener sus lágrimas, para contener sus
rabias. Me gusta esa mujer madre que educa con paciencia y respeto infinito.
Decía el Padre Kentenich:
“Es
misión especial de la mujer educar al varón en una caballerosidad respetuosa y
delicada, mediante el fino velo del misterio con el cual ella cubre su esencia,
y mediante el aroma de su clausura interior”.
Esa
mujer que educa es una mujer que se guarda y se entrega. Guarda su intimidad,
se da con generosidad. Y educa al hombre en el respeto.
Admiro esa
alma femenina que logra sacar lo mejor de mí. Me hace más humano y sensible, más
niño y más caballero. Me hace respetar las diferencias y amar en lo humano al que
tengo delante.
Admiro
la pureza interior de la mujer que es alma abierta a Dios. Alma niña que confía
y se entrega. Se siente respetada en su verdad y vence las distancias.
Hoy vuelvo a reconocer mi
amor al corazón de la mujer. Mi respeto a su nobleza. Mi admiración por su generosidad.
El alma femenina que educa mi propia alma. Y me enseña una forma única y
sagrada de mirar la vida.
Me conmueve la entrega
abnegada de
la mujer. Su espíritu de lucha ante la adversidad. Su confianza
filial en el Dios que conduce su historia. Es hija y es niña.
Me impresiona el alma de la
mujer que es madre que acoge, educa y guía a los que se le confían. Una madre
no olvida nunca a su hijo. Lo perdona una y otra vez hasta el final de su vida.
Y vuelve a creer en la belleza escondida detrás de las fealdades aparentes.
Respeto el corazón de la
mujer. Ese corazón libre y generoso. Ese corazón puro y grande. Ese corazón
enamorado de Dios y del hombre.
Y
le pido a Dios que me enseñe siempre a respetar su dignidad, a admirar su
belleza, a cuidar su grandeza.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






