El
segundo artículo del "Diario de la crisis" del Padre Federico
Lombardi. La emergencia que estamos viviendo, en la fatiga de vivir sin la
Eucaristía, nos ha llevado a redescubrir la comunión espiritual
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Eucaristia |
Cuando
nosotros, que ahora somos viejos, éramos niños, en el catecismo nos hablaban a
menudo de "comunión espiritual". Nos dijeron que podíamos unirnos
espiritualmente a Jesús que se ofrece en el altar, aunque no tomáramos la
comunión sacramental recibiendo físicamente la hostia consagrada.
La
"comunión espiritual" era una práctica religiosa que tenía como
objetivo hacernos sentir más continuamente unidos a Jesús, no sólo cuando
comulgábamos en la misa, sino también en otros lugares o momentos. No era una alternativa
a la comunión sacramental, pero en cierto sentido la continuaba y nos preparaba
para ella, durante las visitas al Santísimo Sacramento o en otros momentos de
oración. Luego no escuchamos prácticamente nada más sobre ello por décadas. El
énfasis en participar en la misa tomando la comunión, ciertamente bueno, había
llevado a que otras dimensiones tradicionales de la devoción cristiana fueran
eclipsadas.
Empecé
a pensar insistentemente en la "comunión espiritual" en una ocasión
excepcional. Durante la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid en 2011 una
repentina tormenta destruyó la mayoría de las tiendas durante la noche, donde
se habían preparado las partículas para ser consagradas para la comunión de los
casi dos millones de jóvenes presentes en la misa conclusiva del día siguiente.
Así, en la gran misa presidida por el Papa, sólo una pequeña parte de los
jóvenes pudo tomar la comunión sacramental porque faltaban las hostias. Muchos
estaban contrariados - al menos al principio - como si por esta razón la
Jornada Mundial de la Juventud fracasara, porque faltaba algo esencial en el
momento religioso culminante del evento. Se necesitó mucho esfuerzo y también
tiempo para ayudar a comprender que el acto físico de recibir la hostia santa
es muy importante, pero no es la única e indispensable manera de unirse con
Jesús y su cuerpo que es la Iglesia.
Ahora
el Papa Francisco durante la misa de la mañana en Santa Marta exhorta a los
fieles que rezan con él sin estar físicamente presentes a hacer la "comunión
espiritual". Lo hace proponiendo una de las fórmulas tradicionales
enseñadas durante mucho tiempo en el pasado por los buenos maestros
espirituales del pueblo cristiano; fórmulas que eran familiares a muchas de
nuestras madres y abuelas, que iban a menudo o cada día a misa temprano en la
mañana, pero que también sabían cómo mantenerse en unión con Dios, a su
manera, durante las ocupaciones del día.
Entre
los recuerdos de la época del catecismo me vino a la mente una pequeña imagen,
en la que en el centro estaba el sacerdote levantando la hostia consagrada, y
alrededor, como en la esfera de un reloj, se indicaban las horas de la mañana
de los diferentes países y continentes en los que los sacerdotes celebraban la
misa (¡que entonces se celebraba sólo por la mañana!). Se quería recordar que
continuamente en el mundo se renueva el sacrificio de Jesús que muere por
nosotros, y que podíamos continuamente unirnos espiritualmente a Él y a su
ofrenda.
La
"comunión espiritual", cuando no se puede recibir la comunión
sacramental, también se llama con razón "comunión del deseo". Desear
que la propia vida esté unida a Jesús, especialmente a su sacrificio por
nosotros en la Cruz.
En
este prolongado tiempo de ayuno eucarístico obligatorio, muchas personas
acostumbradas a la comunión sacramental frecuente sintieron cada vez más la
falta del "pan de cada día" eucarístico. De manera verdaderamente
excepcional fue la misma Iglesia la que aceptó imponer este ayuno a los fieles,
como signo de solidaridad y de participación en los asuntos de pueblos enteros
obligados a limitaciones, privaciones y sufrimientos por la pandemia. El ayuno
es una privación, pero puede ser un tiempo de crecimiento. Así como el amor de
los cónyuges, durante mucho tiempo alejados el uno del otro por razones de
fuerza mayor, puede madurar y profundizar en la fidelidad y la pureza, así
también el ayuno eucarístico puede convertirse en un tiempo de crecimiento de
la fe, del deseo del don de la comunión sacramental, de la solidaridad con
aquellos que por diversas razones no pueden disfrutarlo, de liberación del
descuido de la costumbre...
Entender
de nuevo que la Eucaristía es un don gratuito y sorprendente del Señor Jesús,
no obvio ni banal... que se desea de todo corazón... continuamente... ¿Podrá
esto ser también una consecuencia de este tiempo perturbador?
Federico
Lombardi
Vatican
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