Concretamente,
la reflexión del Santo Padre ha versado sobre “La oración de los justos”
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| Audiencia General, 27 mayo 2020 (C) Vatican Media |
En
la audiencia general, durante la cuarta
catequesis del Papa sobre la oración, el Pontífice ha resaltado que la oración
parece ser “el dique, el refugio del hombre ante la oleada de maldad que crece
en el mundo” y que “también rezamos para ser salvados de nosotros mismos”.
Hoy,
27 de mayo de 2020, la audiencia general, tal y como ocurre desde la irrupción
de la pandemia del coronavirus, ha sido celebrada en la biblioteca del Palacio
Apostólico y emitida en directo por zenit.
Concretamente, la reflexión del Santo Padre ha versado sobre “La oración de los
justos” (Sal 17,1-3.5).
En
primer lugar, Francisco ha resaltado que el plan de Dios para la humanidad es
bueno, “pero en nuestra vida diaria experimentamos la presencia del mal” y cómo
los primeros capítulos del libro del Génesis describen la expansión progresiva
del pecado en las vivencias humanas: Adán y Eva “dudan de las intenciones
benévolas de Dios” y se rebelan contra Él; Caín siente envidia de su hermano
Abel y termina asesinándolo…
Una nueva creación
El
mal, prosigue, “se propaga como un incendio hasta ocupar todo el cuadro”, de
manera que los relatos del diluvio universal y de la torre de Babel “revelan
que es necesario un nuevo comienzo, como una nueva creación, que tendrá su
cumplimiento en Cristo”.
No
obstante, el Papa Francisco afirma que en la Biblia también aparece la historia
“que representa el rescate de la esperanza”. Y que, “aunque casi todos se
comportan con brutalidad, haciendo del odio y la conquista el gran motor de las
vivencias humanas, hay personas capaces de rezar a Dios con sinceridad, capaces
de escribir de otra manera el destino del hombre”, sostiene.
En
esta línea, se encuentra el ejemplo de Abel, que ofrece a Dios “un sacrificio
de primicias” y el de Noé, “un hombre justo que ‘andaba con Dios’, frente al
cual Dios detiene su propósito de borrar a la humanidad”.
Salvarnos de nosotros
mismos
Con
estas historias, apunta el Obispo de Roma, “uno tiene la impresión de que la
oración sea el dique, el refugio del hombre ante la oleada de maldad que crece
en el mundo” y añade que, “pensándolo bien, también rezamos para ser salvados
de nosotros mismos.”
Por
ello, es importante rezar: “Señor, por favor, sálvame de mí mismo, de mis
ambiciones, de mis pasiones”. “Los orantes de las primeras páginas de la Biblia
son hombres artífices de paz: en efecto, la oración, cuando es auténtica,
libera de los instintos de violencia y es una mirada dirigida a Dios, para que
vuelva a ocuparse del corazón del hombre”, añade.
La
oración, explica el Santo Padre, “es poderosa, porque atrae el poder de Dios y
el poder de Dios da siempre vida; siempre. Es el Dios de la vida y hace
renacer” y por eso “el señorío de Dios pasa por la cadena de estos hombres y
mujeres, a menudo incomprendidos o marginados en el mundo”,
Cadena de vida
Además,
remarca que “el mundo vive y crece gracias al poder de Dios que estos
servidores suyos atraen con sus oraciones. Son una cadena que no hace ruido,
que rara vez salta a los titulares, y sin embargo ¡es tan importante para devolver
la confianza al mundo!”.
Para
el Pontífice la oración es “una cadena de vida, siempre: muchos hombres y
mujeres que rezan, siembran la vida. La oración siembra vida, la pequeña
oración: por eso es tan importante enseñar a los niños a rezar. Me duele cuando
me encuentro con niños que no saben hacerse la señal de la cruz”.
Abrir
la puerta a Dios
“Es
importante que los niños aprendan a rezar. Luego, a lo mejor, pueden olvidarse,
tomar otro camino; pero las primeras oraciones aprendidas de niño permanecen en
el corazón, porque son una semilla de vida, la semilla del diálogo con Dios”,
insiste.
Finalmente,
Francisco concluye: “La oración abre la puerta a Dios, transformando nuestro
corazón tantas veces de piedra, en un corazón humano. Y se necesita mucha
humanidad, y con la humanidad se reza bien”.
A continuación, sigue la
cuarta catequesis completa del Papa.
Catequesis del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Dedicamos
la catequesis de hoy a la oración de los justos.
El
plan de Dios para la humanidad es bueno, pero en nuestra vida diaria
experimentamos la presencia del mal: es una experiencia diaria. Los primeros
capítulos del Libro del Génesis describen la expansión progresiva del pecado en
las vivencias humanas. Adán y Eva (cf. Gn 3, 1-7) dudan de las intenciones
benévolas de Dios, pensando que se trate de una deidad envidiosa que impide su
felicidad. De ahí la rebelión: ya no creen en un Creador generoso que desea su
felicidad. Su corazón, cediendo a la tentación del Maligno, es presa de
delirios de omnipotencia: «Si comemos el fruto del árbol, nos haremos
semejantes a Dios» (cf. v. 5). Y esta es la tentación: esta es la ambición que
penetra en el corazón. Pero la experiencia va en la dirección opuesta: sus ojos
se abren y descubren que están desnudos (v. 7), sin nada. No lo olvidéis: el
tentador es un mal pagador, paga mal.
El
mal se vuelve aún más atroz con la segunda generación humana, es más fuerte: es
la historia de Caín y Abel (cf. Génesis 4:1-16). Caín tiene envidia de su
hermano; aunque es el primogénito, ve a Abel como un rival, uno que amenaza su
primacía. El mal se asoma a su corazón y Caín es incapaz de dominarlo. El mal
empieza a penetrar en el corazón: los pensamientos son siempre los de mirar mal
al otro, con sospecha. Y esto sucede también con el pensamiento: “Este es malo,
me perjudicará”… Y este pensamiento se va abriendo paso en el corazón…Y así la
historia de la primera fraternidad termina con un asesinato. Pienso, hoy, en la
fraternidad humana…guerras por doquier.
En
la descendencia de Caín se desarrollan los oficios y las artes, pero también se
desarrolla la violencia, expresada en el siniestro cántico de Lamec, que suena
como un himno de venganza: “Yo maté a un hombre por una herida que me hizo y a
un muchacho por un cardenal que recibí. […] Caín será vengado siete veces, mas
Lámek lo será setenta y siete”. La venganza. “Lo has hecho ¡vas a pagarlo!”.
Pero eso no lo dice el juez, lo digo yo. Y yo me vuelvo juez de la situación. Y
así el mal se propaga como un incendio hasta ocupar todo el cuadro: “Viendo
Yahveh que la maldad del hombre cundía en la tierra, y que todos los
pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo” (Gen 6,5). Los
grandes frescos del diluvio universal (cap. 6-7) y la torre de Babel (cap. 11)
revelan que es necesario un nuevo comienzo, como una nueva creación, que tendrá
su cumplimiento en Cristo.
Y
sin embargo, en estas primeras páginas de la Biblia, también está escrita otra
historia, menos llamativa, mucho más humilde y devota, que representa el
rescate de la esperanza. Aunque casi todos se comportan con brutalidad,
haciendo del odio y la conquista el gran motor de las vivencias humanas, hay
personas capaces de rezar a Dios con sinceridad, capaces de escribir de otra
manera el destino del hombre. Abel ofrece a Dios un sacrificio de primicias.
Después de su muerte, Adán y Eva tuvieron un tercer hijo, Set, de quien nació
Enos (que significa “mortal”), y se dice: “En aquel tiempo comenzaron a invocar
el nombre del Señor” (4:26). Entonces aparece Enoc, un personaje que “anduvo
con Dios” y fue arrebatado al cielo (cf. 5:22.24). Y finalmente está la
historia de Noé, un hombre justo que “andaba con Dios” (6:9), frente al cual
Dios detiene su propósito de borrar a la humanidad (cf. 6:7-8).
Leyendo
estas historias, uno tiene la impresión de que la oración sea el dique, el
refugio del hombre ante la oleada de maldad que crece en el mundo. Pensándolo
bien también rezamos para ser salvados de nosotros mismos. Es importante rezar:
“Señor, por favor, sálvame de mí mismo, de mis ambiciones, de mis pasiones”.
Los orantes de las primeras páginas de la Biblia son hombres artífices de paz:
en efecto, la oración, cuando es auténtica, libera de los instintos de
violencia y es una mirada dirigida a Dios, para que vuelva a ocuparse del
corazón del hombre. Se lee en el Catecismo: “Este carácter de la oración ha
sido vivido en todas las religiones, por una muchedumbre de hombres piadosos”
(CCC, 2569). La oración cultiva prados de renacimiento en lugares donde el odio
del hombre solo ha sido capaz de ensanchar el desierto. Y la oración es
poderosa, porque atrae el poder de Dios y el poder de Dios da siempre vida; siempre.
Es el Dios de la vida y hace renacer.
Por
eso el señorío de Dios pasa por la cadena de estos hombres y mujeres, a menudo
incomprendidos o marginados en el mundo. Pero el mundo vive y crece gracias al
poder de Dios que estos servidores suyos atraen con sus oraciones. Son una
cadena que no hace ruido, que rara vez salta a los titulares, y sin embargo ¡es
tan importante para devolver la confianza al mundo!
Recuerdo
la historia de un hombre: un jefe de gobierno, importante, no de esta época,
del pasado. Un ateo que no tenía sentido religioso en su corazón, pero de niño
escuchaba a su abuela rezar, y eso permaneció en su corazón. Y en un momento
difícil de su vida, ese recuerdo volvió a su corazón y dijo: “Pero la abuela
rezaba…”. Así que empezó a rezar con las fórmulas de su abuela y allí encontró
a Jesús.
La
oración es una cadena de vida, siempre: muchos hombres y mujeres que rezan,
siembran la vida. La oración siembra vida, la pequeña oración: por eso es tan
importante enseñar a los niños a rezar. Me duele cuando me encuentro con niños
que no saben hacerse la señal de la cruz. Hay que enseñarles a hacer bien la
señal de la cruz, porque es la primera oración. Es importante que los niños
aprendan a rezar. Luego, a lo mejor, pueden olvidarse, tomar otro camino; pero
las primeras oraciones aprendidas de niño permanecen en el corazón, porque son
una semilla de vida, la semilla del diálogo con Dios.
El
camino de Dios en la historia de Dios ha pasado por ellos: ha pasado por un
“resto” de la humanidad que no se uniformó a la ley del más fuerte, sino que
pidió a Dios que hiciera sus milagros, y sobre todo que transformara nuestro
corazón de piedra en un corazón de carne (cf. Ez 36,26). Y esto ayuda a la
oración: porque la oración abre la puerta a Dios, transformando nuestro corazón
tantas veces de piedra, en un corazón humano. Y se necesita mucha humanidad, y
con la humanidad se reza bien.
Larissa
I. López
© Librería
Editorial Vaticana
Fuente:
Zenit






