El
Santo Padre ha indicado que la “belleza” y el “misterio” de la Creación
“generan en el corazón del hombre el primer movimiento que suscita la oración”
¿Qué
es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán, para que de él te
cuides?”: Es el verso del Salmo 8 sobre el que se detiene el Papa hoy en
la audiencia general para reflexionar
sobre el misterio de la creación. Francisco continúa el ciclo de catequesis
sobre la oración en su audiencia general, hoy, 20 de mayo de 2020.
En
su catequesis, la tercera del ciclo sobre la
oración, que ha pronunciado esta mañana en la biblioteca del Palacio Apostólico
Vaticano, el Santo Padre ha indicado que la “belleza” y el “misterio” de la
Creación “generan en el corazón del hombre el primer movimiento que suscita la
oración”.
Grandeza y pequeñez del
hombre
El
hombre orante, ha expresado el Papa, contempla el misterio de la existencia a
su alrededor, porque “está estrechamente ligada al sentimiento de asombro”.
Continúa Francisco: “Ve el cielo estrellado que lo cubre y se pregunta qué
diseño de amor debe haber detrás de una obra tan poderosa…”.
Tal
y como plantea el salmo octavo, la grandeza del hombre es “infinitesimal cuando
se compara con las dimensiones del universo”, afirma el Pontífice. “Sus
conquistas más grandes parecen poca cosa… Pero el hombre no es nada”. Por ello,
en la oración, “se afirma rotundamente un sentimiento de misericordia”,
asegura.
Gracias,
“hermosa oración”
Asimismo,
el Obispo de Roma ha expresado que la oración es signo de “alabanza” y gratitud a Dios:
“Es necesario sentir esa inquietud del corazón que lleva a dar gracias y a
alabar a Dios”, y ese “gracias” es una “hermosa oración”.
“Todos
somos portadores de alegría”, ha recordado Francisco. “Esta vida es el regalo
que Dios nos ha dado: y es demasiado corta para consumirla en la tristeza, en
la amargura. Alabemos a Dios, contentos simplemente de existir”.
Después
de resumir su meditación en diversas lenguas, el Santo Padre ha saludado a los
fieles. La audiencia general ha terminado con el rezo del Pater Noster y
la bendición apostólica.
A continuación, sigue
la catequesis completa del Santo Padre,
traducida al español por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
Catequesis del Papa
Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Continuamos
nuestra catequesis sobre la oración, meditando sobre el misterio de la
Creación. La vida, el simple hecho de existir, abre el corazón del ser humano a
la oración.
La
primera página de la Biblia se parece a un gran himno de acción de gracias. El
relato de la Creación está ritmado por ritornelos donde se reafirma
continuamente la bondad y la belleza de todo lo que existe. Dios, con su
palabra, llama a la vida, y todas las cosas entran en la existencia. Con la
palabra, separa la luz de las tinieblas, alterna el día y la noche, intervala
las estaciones, abre una paleta de colores con la variedad de las plantas y de
los animales. En este bosque desbordante que rápidamente derrota al caos, el
hombre aparece en último lugar. Y esta aparición provoca un exceso de
exultación que amplifica la satisfacción y el gozo: “Vio Dios cuanto había
hecho, y todo estaba muy bien” (Gn 1:31). Bueno, pero también bello: Se ve la
belleza de toda la Creación.
La
belleza y el misterio de la Creación generan en el corazón del hombre el primer
movimiento que suscita la oración (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2566).
Así dice el Salmo octavo que hemos escuchado al principio: “Al ver tu cielo,
hechura de tus dedos, la luna y las estrellas que fijaste tú, ¿qué es el hombre
para que de él te acuerdes, el hijo de Adán, para que de él te cuides?”. (vv.
4-5).
El
hombre orante contempla el misterio de la existencia a su alrededor, ve el
cielo estrellado que lo cubre -que los astrofísicos nos muestran hoy en día en
toda su inmensidad- y se pregunta qué diseño de amor debe haber detrás de una
obra tan poderosa… Y, en esta inmensidad ilimitada ¿qué es el hombre?. “Qué
poco”, dice otro salmo (cf. 89:48): un ser que nace, un ser que muere, una
criatura fragilísima. Y, sin embargo, en todo el universo, el ser humano es la
única criatura consciente de tal profusión de belleza. Un ser pequeño que nace,
muere, hoy está y mañana ya no, es el único consciente de esta belleza.
¡Nosotros somos conscientes de esta belleza!.
La
oración del hombre está estrechamente ligada al sentimiento de asombro. La
grandeza del hombre es infinitesimal cuando se compara con las dimensiones del
universo. Sus conquistas más grandes parecen poca cosa… Pero el hombre no es
nada. En la oración, se afirma rotundamente un sentimiento de misericordia.
Nada existe por casualidad: el secreto del universo reside en una mirada
benévola que alguien cruza con nuestros ojos. El Salmo afirma que somos poco
menos que un Dios, que estamos coronados de gloria y de esplendor (cf. 8:6). La
relación con Dios es la grandeza del hombre: su entronización. Por naturaleza
no somos casi nada, pequeños, pero por vocación, por llamada, ¡somos los hijos
del gran Rey!.
Esta
es una experiencia que muchos de nosotros ha tenido. Si la trama de la vida,
con todas sus amarguras, corre a veces el riesgo de ahogar en nosotros el don
de la oración, basta con contemplar un cielo estrellado, una puesta de sol, una
flor…, para reavivar la chispa de la acción de gracias. Esta experiencia es
quizás la base de la primera página de la Biblia.
Cuando
se escribió el gran relato bíblico de la Creación, el pueblo de Israel no
estaba atravesando por días felices. Una potencia enemiga había ocupado la
tierra; muchos habían sido deportados, y se encontraban ahora esclavizados en
Mesopotamia. No había patria, ni templo, ni vida social y religiosa, nada.
Y
sin embargo, partiendo precisamente de la gran historia de la Creación, alguien
comenzó a encontrar motivos para dar gracias, para alabar a Dios por la
existencia. La oración es la primera fuerza de la esperanza. Tú rezas y la
esperanza crece, avanza. Yo diría que la oración abre la puerta a la esperanza.
La esperanza está ahí, pero con mi oración le abro la puerta. Porque los
hombres de oración custodian las verdades basilares; son los que repiten, primero
a sí mismos y luego a todos los demás, que esta vida, a pesar de todas sus
fatigas y pruebas, a pesar de sus días difíciles, está llena de una gracia por
la que maravillarse. Y como tal, siempre debe ser defendida y protegida.
Los
hombres y las mujeres que rezan saben que la esperanza es más fuerte que el
desánimo. Creen que el amor es más fuerte que la muerte, y que sin duda un día
triunfará , aunque en tiempos y formas que nosotros no conocemos. Los hombres y
mujeres de oración llevan en sus rostros destellos de luz: porque incluso en
los días más oscuros el sol no deja de iluminarlos. La oración te ilumina: te
ilumina el alma, te ilumina el corazón y te ilumina el rostro. Incluso en los
tiempos más oscuros, incluso en los tiempos de dolor más grande.
Todos
somos portadores de alegría. ¿Lo habíais pensado? ¿Qué eres un portador de
alegría? ¿O prefieres llevar malas noticias, cosas que entristecen? Todos somos
capaces de portar alegría. Esta vida es el regalo que Dios nos ha dado: y es
demasiado corta para consumirla en la tristeza, en la amargura. Alabemos a
Dios, contentos simplemente de existir.
Miremos
el universo, miremos sus bellezas y miremos también nuestras cruces y digamos:
“Pero, tú existes, tú nos hiciste así, para ti”. Es necesario sentir esa
inquietud del corazón que lleva a dar gracias y a alabar a Dios. Somos los
hijos del gran Rey, del Creador, capaces de leer su firma en toda la creación;
esa creación que hoy nosotros custodiamos, pero en esa creación está la firma
de Dios que lo hizo por amor. Qué el Señor haga que lo entendamos cada vez más
profundamente y nos lleve a decir “gracias”: y ese “gracias” es una hermosa
oración.
Rosa
Die Alcolea
©
Librería Editorial Vaticano
Fuente:
Zenit






