Francisco
Nguyen Van Thuan ofrece consejos útiles para renovar las fuerzas durante el
aislamiento
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© DR |
Van
pasando los días y el confinamiento se va extendiendo en muchos sitios
convirtiéndose en una tarea más pesada y trabajosa. Los psicólogos coinciden en
que es normal que el aislamiento genere ansiedad y agotamiento, algo
que el tiempo fácilmente puede intensificar. En tales circunstancias, ¿cómo
podemos continuar sin perder los ánimos?
Francisco
Nguyen Van Thuan fue un cardenal vietnamita que vivió 13 años en
prisión bajo el régimen comunista. Al principio le costó mucho el
cambio de aceptar que ya no podía salir, estar entre los suyos o hacer su
trabajo, pero poco a poco el aislamiento fue transformando toda su existencia.
En
uno de sus libros, titulado “Cinco panes y dos peces”, comparte lo que le ha
ayudado a mantenerse en pie durante sus largos años de “confinamiento”. Hoy
podemos recuperar sus palabras como valiosos consejos para renovar nuestras
fuerzas durante esta nueva etapa de pandemia.
Vivir el momento presente
El
no poder salir hace que uno viva con una gran expectativa sobre el tiempo de
salida, estar pendiente a los anuncios oficiales e ir tachando los días en el
calendario. Francisco dice que un día tomó la decisión de dejar de contar
los días que le quedaban de cautiverio y decidió dejar de esperar para enfocarse
en vivir cada día, cada minuto, como el último de su vida.
Esto
le ayudó a dejar de lado todo lo que era accesorio para concentrarse en lo
esencial. Estar presente en cada palabra, en cada gesto y cada conversación
telefónica. Cada decisión que tomaba era la cosa más bella de su vida.
Tal
vez las cosas más visibles y grandes que nos rodeaban se han detenido, pero
muchas pequeñas siguen en movimiento, muchas de ellas antes tal vez
imperceptibles para nosotros. Contemplar estos detalles en el momento presente
dan una elasticidad al aparato psíquico que nos ayuda a mantenernos enfocados.
Es
de gran ayuda durante el confinamiento estar en esa presencia del día, incluso
en silencio descubriendo palabras internas, escondidas, y meditando
en ellas. Esta actitud nos llevará a hacer un ejercicio diario para la
paciencia que sólo se desarrolla en tiempos de adversidad y en donde nos damos
cuenta que la vida es una trascendencia más profunda que la rutina.
Encontrar nuestro
propósito
Hay
tantas cosas que somos capaces de hacer y muchas otras que deseamos continuar
haciendo o habíamos planeado y ahora al estar confinados y sin poder salir de
casa, parecen inalcanzables. Es fácil sentirse desanimado y frustrado.
A
Francisco le había ocurrido eso. Pensaba en las visitas pastorales, la
formación de los seminaristas, la construcción de escuelas, de hogares para
estudiantes y las misiones para evangelizar. Todas obras excelentes que quería
poner en práctica, pero ya no podía hacer.
Un
día comprendió una verdad: podría estar haciendo muchas cosas pero tal vez
Dios en ese momento lo quería allí y no en otra parte. Primero elegía a Dios y
no sus obras. Si Dios quería que abandone todo, lo correcto era ponerlo en sus
manos con confianza, porque Dios haría estas obras mejor que él y se las
confiará a otros mucho más capaces.
Tal
vez este tiempo de confinamiento sea un momento para aumentar nuestra
confianza, dejar de “hacer” y enfocarse más en el “ser”. Las actividades
implican una monotonía que a veces no nos dejan mucho tiempo para reflexionar y
cuando no podemos ver el propósito, perdemos la búsqueda del porvenir.
Todo
proceso debe llevarnos a un mejor lugar de nuestro carácter, de nuestra vida
familiar, de nuestro trabajo. Esta es una oportunidad para ayudarnos a
desprendernos de todo para encontrarnos con nosotros mismos. Un tiempo
oportuno para buscar a Dios y el propósito con el que nos ha creado y aprender
a dejar que actúe para resolver todo y mejor.
Rezar
unos por otros
Otra
gran ayuda en momentos como estos es recurrir a la oración. Rezar, pero también
pedir que otros recen por nosotros. Muchas personas pensaron que en la prisión
Francisco había tenido mucho tiempo para orar, pero él dice que no es algo
fácil porque al estar aislado uno puede experimentar toda su debilidad,
fragilidad física y mental y el tiempo pasa lentamente.
Por
eso sus oraciones preferidas eran breves y sencillas tomadas del Evangelio como
por ejemplo “en tus manos encomiendo mi espíritu…” (Lc 23, 46), “ten compasión
de mí, que soy pecador” (Lc 18, 13) o “acuérdate de mí cuando llegues a tu
Reino” (Lc 23, 42-43). Palabras o frases cortas y sencillas, pero muy valiosas.
Una
vez cuenta que se conmovió mucho con la oración sencilla de un
comunista que primero fue un espía y después se hizo amigo suyo. Este le había
prometido que rezaría por él, pero dudó de ello sabiendo que no practica ningún
credo y un día, quizá seis años después estando en su aislamiento, Francisco se
sorprendió al recibir una carta de él que decía:
“Querido
amigo, te había prometido ir a orar por ti ante Nuestra Señora de Lavang. Lo
hago cada domingo, si no llueve. Tomo mi bicicleta cuando oigo sonar la
campana. La basílica está totalmente destruida por el bombardeo, por eso voy al
monumento de la aparición que aún permanece intacto. Oro por tí así: Señora, no
soy cristiano, no conozco las oraciones, te pido que des al señor Thuan lo que
él desea”.
Una
oración como esta, aun sin compartir las mismas creencias, es escuchada. Si
incluimos la oración en nuestra vida diaria de modo práctico los unos por los
otros, “podremos descubrir la verdad sobre nosotros mismos, la unidad
interior y al ‘Tú’ que cura las angustias y las preocupaciones de aquel
subjetivismo salvaje que no deja paz”.
Llenar nuestros días con
amor
Las
dos grandes motivaciones de acción en la vida son el amor o el miedo. O amamos
algo por lo que somos impulsados o intentamos evitar aquello por lo que tenemos
temor. En el aislamiento la incertidumbre aumenta y podemos pensar en perder
los ahorros, enfermarnos con coronavirus o no ver más a los amigos. El temor se
transforma en una verdadera cárcel.
En
los momentos más dramáticos del aislamiento, cuando estaba casi agotado y sin
fuerza para rezar, Francisco encontró un modo para recuperar lo esencial de su
oración y fue eligiendo el amor: amando a los otros sin condición, colmando
cada momento con amor en el perdón y la misericordia hasta lograr la unidad con
los demás.
No
tenía nada, ni siquiera pertenencias, pero tenía amor en su corazón y un
día dijo “quiero ser el muchacho que ofreció todo lo que tenía”. Casi
nada, cinco panes y dos peces, pero era “todo” lo que tenía, para convertirse
en un “instrumento del amor” para los demás.
A
la mañana siguiente empezó a amar, sonriendo, intercambiando palabras amables
con los guardias de la prisión, a contarles sobre sus viajes. Al principio fue
rechazado, pero poco a poco fue forjando una amistad con ellos, fueron
mostrando interés por aprender lenguas extranjeras y los guardias terminaron
convirtiéndose en sus alumnos.
Es
un error el no darse cuenta de quienes nos rodean. Hoy estamos en casa y muchos
con familiares. Aun aunque no nos llevemos bien, comprometerse en una campaña
que tenga como fin hacerlos felices es un sacrificio que nos renovará. “Gasta
todas tus energías y estate siempre listo a darte a ti mismo para conquistar a
tu prójimo. Esto traerá paz”.
Cecilia
Zinicola
Fuente:
Aleteia