Miguel Pastorino, profesor de Filosofía en la Universidad Católica del Uruguay, se aventura a esbozar respuestas en esta entrevista
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| Miguel Pastorino, Licenciado en Filosofía, Uruguay |
¿Dónde
está Dios en el medio de esta pandemia? ¿Cuál es el sentido del sufrimiento?
¿Cómo se puede explicar desde la razón y desde la fe lo que está pasando? Son
preguntas muy recurrentes en la coyuntura actual. Miguel Pastorino, profesor de
Filosofía en la Universidad Católica del Uruguay, se aventura a esbozar
respuestas en esta entrevista.
¿Cómo se explica desde la
filosofía la existencia del mal que tanto remece a las personas?
Es
un tema siempre vigente, un gran enigma para la vida humana. Cada tradición ha
tratado de dar respuesta, aunque siempre hay un límite desbordado por la propia
experiencia del sufrimiento y del mal en el mundo.
En las tradiciones de la
India el tema se resuelve con la Ley del Karma, con el orden eterno que
entiende que todo tiene su causa, su razón de ser. En el budismo la raíz del
sufrimiento está en los deseos humanos y en el apego al mundo. En la filosofía
griega casi siempre se lo vio como imperfección del bien, como “no ser” frente
al “ser”. En gran parte de la tradición islámica se lo pensó como un misterio
sometido a la voluntad de Dios, por lo cual Dios sabe la razón, aunque el
hombre no lo comprenda. En las tradiciones judías antiguas la idea de retribución
hizo pensar que el mal era consecuencia de las infidelidades y pecados del
pueblo, es decir, consecuencia de los pecados de nuestros antepasados, una idea
que todavía se predica en algunas teologías evangélicas actuales. En la
filosofía dos autores referentes serán San Agustín y Leibniz, que siendo ambos
cristianos influirán en toda la tradición del pensamiento occidental para
resolver el dilema de un Dios todopoderoso y bueno que permite el mal.
¿Se puede pensar esta
situación de pandemia, dolor y crisis generalizada a nivel mundial como un
castigo de Dios hacia la humanidad?
Desde
mi perspectiva cristiana, es obvio que no. La fe cristiana sostiene que Dios
nos ha creado libres y que el mundo no es una prolongación de la divinidad, por
lo tanto, tiene límites. Muchos de los males que vivimos son consecuencia de
los actos humanos, y otros males que se experimentan como tales son en realidad
el propio límite de la naturaleza que lo vivimos dramáticamente, como
rebelándonos contra los acontecimientos naturales, las enfermedades y la misma
muerte. El cristianismo también afirma la existencia de una dimensión
metafísica del mal, pero allí las teologías difieren bastante. Lo común a toda
la tradición es que el amor de Dios vence al mal, pero no anula la libertad.
Dios no manda males, no crea el mal, ni decide sufrimientos sobre nadie. San
Pablo en la carta a los romanos escribe que Dios permite el mal y que de él
saca cosas buenas, pero no que sea el querer de Dios.
Entonces, ¿dónde está Dios
en el medio de la pandemia y del sufrimiento de tantas personas? ¿Bajo qué
claves humanas y racionales se puede explicar lo que pasa?
Para
los cristianos, Dios está en medio del sufrimiento, porque quien ama sufre con
los que ama, hace suyo su dolor y lo abraza, jamás lo abandona. Pero otra cosa
es que pueda cambiar esa realidad como a nosotros nos parezca. En la cruz se
revela el amor que rescata y libera del abismo de la soledad al sufriente. Un
Dios que, él mismo por amor, ha abrazado todo dolor y todo mal haciéndolo
propio, no mira desde lejos a sus hijos. La revelación cristiana hace estallar
algunas categorías metafísicas sobre lo divino. Puede parecer una locura para
ciertas lógicas de un dios filosófico que tiene que conciliarse con ciertas
ideas sobre la omnipotencia y la impasibilidad, pero la revelación cristiana
enseña que Dios es amor y que por ello se vuelve vulnerable libremente, se abre
a la aceptación o al rechazo de la humanidad, abre un espacio de libertad que a
muchos los deja perplejos porque es la paradoja de que su ser todopoderoso no
es un poder que aplasta, sino un amor infinito que se nos escapa en el
misterio.
Por
otra parte, el Dios revelado en Jesucristo no es un Dios que nos programe el
futuro ni que decida por nosotros. La voluntad de Dios no siempre coincide con
las cosas que suceden, porque de lo contrario no habría libertad, estaríamos
determinados por designios divinos sin posibilidad de elegir. Insisto: para los
cristianos, que Dios permita algo no quiere decir que lo quiera.
¿Hasta dónde se puede
“estirar” o “exigir” la fe cuando solo se ve y se vive un drama? ¿Cómo se vive
y se puede superar una crisis de fe en un contexto de este tipo?
La
fe es confianza, pero no una confianza “ciega” como suele decirse. Que sea
creer sin evidencia no significa que se crea cualquier cosa. Ser creyente no es
ser crédulo. La fe no es ingenuidad ni un sentimiento positivo, ni una ilusión
sin fundamento. Es una confianza lúcida, de quien sabe en quién se ha confiado,
de que, aunque no tiene evidencias, tiene la certeza de que puede confiar. Es
la fe de María al pie de la cruz cuando todo parecía acabar con toda promesa y
esperanza, y sin embargo esperó contra todo pronóstico negativo y sin adivinar
el futuro.
Las
crisis son siempre oportunidades para crecer, donde se pierde mucho y también
se ganan nuevos horizontes para pensar y vivir la vida. El contenido de la fe
cristiana, lo que se cree, es un horizonte de sentido que permite vivir la vida
desde una mirada nueva y distinta. Nadie por ser creyente o ateo tiene
asegurado que le vaya mejor, todos por igual sufrimos y vamos a morir.
La
diferencia para las personas de fe, es que por más duro que sea lo que toque
vivir, se sabe que no se está solo en el dolor, que el mal no tiene la última
palabra, que siempre hay esperanza aunque todo parezca oscuro. Y no es una
ilusión subjetiva para reconfortarse, sino una certeza en la que se apoya la
vida entera. El contenido de la fe cristiana no es algo útil para consolarse en
el sufrimiento, sino una certeza sobre la verdad del sentido de la vida. Para
los cristianos el sentido no se inventa, sino que se descubre, porque la vida
tiene un sentido y no lo creamos nosotros, sino que lo encontramos, o mejor
dicho, nos dejamos encontrar por él. Además, la fe cristiana no ofrece recetas
para sentirse bien ni libros de autoayuda, sino que revela el sentido último de
la existencia.
¿Qué reflexiones le
plantea una crisis como la actual? ¿Qué aprendizaje podemos obtener hasta
ahora?
El
denominador común a todo lo que se vive es como si estuviéramos redescubriendo
las cosas más elementales de nuestra condición humana y teniendo que
reconfigurar nuestra escala de valores. Veníamos viviendo a una velocidad
inmanejable y de golpe todo se detiene. ¿Hacia dónde mirar? ¿Qué nos depara el futuro
incierto? ¿Qué es lo que realmente queremos hacer con nuestra vida?
Un
virus nos ha puesto prueba en lo más valioso de nuestra humanidad y ha puesto
patas para arriba prioridades y proyectos personales. Ha mostrado de lo que es
capaz el miedo y la ansiedad, pero también de lo que somos capaces cuando el
amor vence al miedo y al egoísmo, cuando dejamos todo de lado porque lo más
importante está en juego. Nos ha hecho salir de un individualismo exacerbado
hacia un sentido de familia humana que ya no es un simple eslogan, sino una
experiencia real y cotidiana que trasciende todas las fronteras.
Una
pandemia nos recuerda que, aunque no nos gusten los límites, existen. La
enfermedad y la muerte no distinguen color de piel, ni ideologías, ni poder
económico, ni prestigio ni lugar geográfico. A su vez, nos hace más humildes:
no lo sabemos todo ni lo podemos todo. Todos caemos con la misma debilidad ante
lo que afecta nuestra salud. El individualismo se quiebra cuando descubrimos
que lo que les sucede a los demás tiene que ver conmigo y que lo que hago o
dejo de hacer tiene un efecto directo sobre los demás, que no es verdad que
cada uno puede hacer lo que quiera sin que eso afecte a otros. ¿No traerá esta
crisis también una mayor toma de conciencia del cuidado del medio ambiente, de
los demás, de la propia salud y de una política que dé más relevancia a la
ética cívica? Esperemos que sí. Pero como somos seres libres que somos, gran
parte del futuro dependerá de las decisiones individuales e institucionales.
Sebastián
Sansón Ferrari – Uruguay
Vatican
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