A
través de las que el hombre se verá reflejado al orar con Dios
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| "La Oración De Moisés" (C) Vatican Media |
El
Papa Francisco ha pronunciado la séptima catequesis sobre
la oración: “La oración de Moisés” (Gen 32, 25-30), desde la audiencia
general celebrada en la biblioteca del Palacio Apostólico ayer,
miércoles 17 de junio de 2020.
En
este itinerario sobre el tema de la oración, el Papa señaló que Dios nunca amó
tratar con orantes “fáciles” y ni siquiera Moisés será un interlocutor “débil”,
desde el primer día de su vocación.
El
Santo Padre ha destacado cinco característica de Moisés,
el profeta de Madián, a través de las que el hombre se verá reflejado al orar
con Dios: amistad con el Señor, coherencia con sus raíces, humanidad y temor,
intercesión a Dios y puente de unión entre Dios y los hombres.
Amigo de Dios
Moisés
es tan amigo de Dios “como para poder hablar con Él cara a cara”, describe
Francisco. “Y será tan amigo de los hombres como para sentir misericordia por
sus pecados, por sus tentaciones, por la nostalgia repentina que los exiliados
sienten por el pasado, pensando en cuando estaban en Egipto”.
No reniega de su pueblo
“Es
un hombre del pueblo” asegura el Pontífice. Moisés no reniega de Dios, pero ni
siquiera reniega de su pueblo. “Es coherente con su sangre, es coherente con la
voz de Dios. Moisés no es, por lo tanto, un líder autoritario y despótico”.
Además,
el Obispo de Roma indica que Moisés nunca perdió la memoria de su pueblo, y
asegura que esta “es una grandeza de los pastores: no olvidar al pueblo, no
olvidar las raíces”.
Intercesor
“Pensemos
en Moisés, el intercesor”, ha aconsejado el Papa: “Cuando nos entren las ganas
de condenar a alguien y nos enfademos por dentro –enfadarse hace bien, pero
condenar no hace bien– intercedamos por él: esto nos ayudará mucho”.
En
este sentido, el profeta “nos anima a rezar con el mismo ardor que Jesús, a
interceder por el mundo, a recordar que este, a pesar de sus fragilidades,
pertenece siempre a Dios”.
Humano
El
Papa Francisco describe a Moisés como “un hombre como nosotros” y revela que
tenía en el corazón temores, dudas y miedos. “¿Cómo puede rezar Moisés?”
planteó Francisco. “También esto nos sucede a nosotros: cuando tenemos dudas,
¿pero cómo podemos rezar? No nos apetece rezar. Y es por su debilidad, más que
por su fuerza, por lo que quedamos impresionados”.
Puente
“Moisés
no cambia al pueblo”, apunta el Santo Padre. “Es el puente, es el intercesor.
Los dos, el pueblo y Dios y él está en el medio. No vende a su gente para hacer
carrera. No es un arribista, es un intercesor: por su gente, por su carne, por
su historia, por su pueblo y por Dios que lo ha llamado. Es el puente”.
Y
también hoy, afirma el Santo Padre, “Jesús es el pontifex, es el puente
entre nosotros y el Padre. Y Jesús intercede por nosotros, hace ver al Padre
las llagas que son el precio de nuestra salvación e intercede. Y Moisés es la
figura de Jesús que hoy reza por nosotros, intercede por nosotros”.
A continuación sigue la
catequesis del Papa Francisco completa:
Catequesis del Papa
Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En
nuestro itinerario sobre el tema de la oración, nos estamos dando cuenta de que
Dios nunca amó tratar con orantes “fáciles”. Y ni siquiera Moisés será un
interlocutor “débil”, desde el primer día de su vocación.
Cuando
Dios lo llama, Moisés es humanamente “un fracasado”. El libro del Éxodo nos lo
representa en la tierra de Madián como un fugitivo. De joven había sentido
piedad por su gente y había tomado partido en defensa de los oprimidos. Pero
pronto descubre que, a pesar de sus buenos propósitos, de sus manos no brota
justicia, si acaso, violencia. He aquí los sueños de gloria que se hacen
trizas: Moisés ya no es un funcionario prometedor, destinado a una carrera
rápida, sino alguien que se ha jugado las oportunidades, y ahora pastorea un
rebaño que ni siquiera es suyo. Y es precisamente en el silencio del desierto
de Madián donde Dios convoca a Moisés a la revelación de la zarza ardiente: “Yo
soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de
Jacob. Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios” (Éxodo 3,6).
A
Dios que habla, que le invita a ocuparse de nuevo del pueblo de Israel, Moisés
opone sus temores y sus objeciones: no es digno de esa misión, no conoce el
nombre de Dios, no será creído por los israelitas, tiene una lengua que
tartamudea… Y así tantas objeciones. La palabra que florece más a menudo de los
labios de Moisés, en cada oración que dirige a Dios, es la pregunta “¿por
qué?”. ¿Por qué me has enviado? ¿Por qué quieres liberar a este pueblo? En el
Pentateuco hay, de hecho, un pasaje dramático en el que Dios reprocha a Moisés
su falta de confianza, falta que le impedirá la entrada en la tierra prometida.
(cf. Números 20,12).
Con
estos temores, con este corazón que a menudo vacila, ¿cómo puede rezar Moisés?
Es más, Moisés parece un hombre como nosotros. Y también esto nos sucede a
nosotros: cuando tenemos dudas, ¿pero cómo podemos rezar? No nos apetece rezar.
Y es por su debilidad, más que por su fuerza, por lo que quedamos
impresionados. Encargado por Dios de transmitir la Ley a su pueblo, fundador
del culto divino, mediador de los misterios más altos, no por ello dejará de
mantener vínculos estrechos con su pueblo, especialmente en la hora de la
tentación y del pecado. Siempre ligado al pueblo. Moisés nunca perdió la
memoria de su pueblo. Y esta es una grandeza de los pastores: no olvidar al
pueblo, no olvidar las raíces.
Es
lo que dice Pablo a su amado joven obispo Timoteo: “Acuérdate de tu madre y de
tu abuela, de tus raíces, de tu pueblo”. Moisés es tan amigo de Dios como para
poder hablar con Él cara a cara (cf. Éxodo 33,11); y será tan amigo de los
hombres como para sentir misericordia por sus pecados, por sus tentaciones, por
la nostalgia repentina que los exiliados sienten por el pasado, pensando en
cuando estaban en Egipto.
Moisés
no reniega de Dios, pero ni siquiera reniega de su pueblo. Es coherente con su
sangre, es coherente con la voz de Dios. Moisés no es, por lo tanto, un líder
autoritario y despótico; es más, el libro de los Números lo define como “un
hombre muy humilde, más que hombre alguno sobre el haz de la tierra” (cf. 12,
3). A pesar de su condición de privilegiado, Moisés no deja de pertenecer a ese
grupo de pobres de espíritu que viven haciendo de la confianza en Dios el
consuelo de su camino. Es un hombre del pueblo.
Así,
el modo más proprio de rezar de Moisés será la intercesión (cf. Catecismo de la
Iglesia Católica, 2574). Su fe en Dios se funde con el sentido de paternidad
que cultiva por su pueblo. La Escritura lo suele representar con las manos
tendidas hacia lo alto, hacia Dios, como para actuar como un puente con su
propia persona entre el cielo y la tierra. Incluso en los momentos más
difíciles, incluso el día en que el pueblo repudia a Dios y a él mismo como
guía para hacerse un becerro de oro, Moisés no es capaz de dejar de lado a su
pueblo. Es mi pueblo. Es tu pueblo. Es mi pueblo. No reniega ni de Dios ni del
pueblo. Y dice a Dios: “¡Ay! Este pueblo ha cometido un gran pecado al hacerse
un dios de oro. Con todo, si te dignas perdonar su pecado…, y si no, bórrame
del libro que has escrito” (Éxodo 32,31-32).
Moisés
no cambia al pueblo. Es el puente, es el intercesor. Los dos, el pueblo y Dios
y él está en el medio. No vende a su gente para hacer carrera. No es un
arribista, es un intercesor: por su gente, por su carne, por su historia, por
su pueblo y por Dios que lo ha llamado. Es el puente. Qué hermoso ejemplo
para todos los pastores que deben ser “puente”. Por eso, se les llama pontifex, puentes.
Los pastores son puentes entre el pueblo al que pertenecen y Dios, al que
pertenecen por vocación. Así es Moisés: “Perdona Señor su pecado, de otro modo,
si Tú no perdonas, bórrame de tu libro que has escrito. No quiero hacer carrera
con mi pueblo”. Y esta es la oración que los verdaderos creyentes cultivan en
su vida espiritual. Incluso si experimentan los defectos de la gente y su
lejanía de Dios, estos orantes no los condenan, no los rechazan.
La
actitud de intercesión es propia de los santos, que, a imitación de Jesús, son
“puentes” entre Dios y su pueblo. Moisés, en este sentido, ha sido el profeta
más grande de Jesús, nuestro abogado e intercesor. (cf. Catecismo de la Iglesia
Católica, 2577). Y también hoy, Jesús es el pontifex, es el puente entre
nosotros y el Padre. Y Jesús intercede por nosotros, hace ver al Padre las
llagas que son el precio de nuestra salvación e intercede. Y Moisés es la
figura de Jesús que hoy reza por nosotros, intercede por nosotros.
Moisés
nos anima a rezar con el mismo ardor que Jesús, a interceder por el mundo, a
recordar que este, a pesar de sus fragilidades, pertenece siempre a Dios. Todos
pertenecen a Dios. Los peores pecadores, la gente más malvada, los dirigentes
más corruptos son hijos de Dios y Jesús siente esto e intercede por todos. Y el
mundo vive y prospera gracias a la bendición del justo, a la oración de piedad,
a esta oración de piedad, el santo, el justo, el intercesor, el sacerdote, el
obispo, el Papa, el laico, cualquier bautizado eleva incesantemente por los
hombres, en todo lugar y en todo tiempo de la historia. Pensemos en Moisés, el
intercesor. Y cuando nos entren las ganas de condenar a alguien y nos enfademos
por dentro –enfadarse hace bien, pero condenar no hace bien– intercedamos por
él: esto nos ayudará mucho.
Rosa
Die Alcolea
©
Librería Editorial Vaticano
Fuente:
Zenit






