Una
situación excepcional que puede traer grandes frutos para el futuro
Para muchas personas en todo el globo, la epidemia
de coronavirus ha supuesto una limitación total o parcial a la vida de las
parroquias. Bodas, bautizos, comuniones, incluso la asistencia a misa y la
participación en los sacramentos ha sido imposible durante meses por motivos
sanitarios. Y no se sabe si esta situación ha sido excepcional, o si más bien
posibles rebrotes obligarán a repetirla en los próximos meses.
Paralelamente,
se ha producido una auténtica explosión de retransmisiones on
line de misas y otros actos de culto. Muchos
católicos han debido familiarizarse rápidamente con el concepto de «comunión
espiritual», habitual en tiempos de guerra y de catástrofes.
Incluso, ha habido iniciativas de «peregrinaciones virtuales».
Muchos fieles
han «descubierto» la retransmisión de la misa como forma de mantenerse en
contacto con su parroquia. Otros han «descubierto» la universalidad de la
Iglesia, conectándose a misas de otras ciudades e incluso de otros países. No
son pocos los que han «vuelto» virtualmente a la Iglesia, después de años de no
tener contacto con ella.
Por parte de los sacerdotes, dado que los
fieles no podían acudir a los templos, muchos han tenido que encontrar vías
creativas para llegar a ellos: Whatsapp, Youtube, Facebook han sustituido a la
sacristía y a la puerta de la iglesia como lugar de reunión. Otros
han experimentado una profunda soledad en su ministerio, y han tenido que
lidiar con ella. Hay parroquias que sencillamente han echado el cierre
esperando que pase la tormenta, y otras que han aprovechado la oportunidad.
¿Son cambios
superficiales, o está cambiando algo profundo? Para responder a esta inquietud,
Aleteia organizó el pasado 18 de junio un webinar, en el que invitó a José
Alberto Barrera y Cristina Salcedo, responsables para España de los Cursos
ALPHA, y expertos en nueva evangelización y formación de sacerdotes y agentes
pastorales.
Discipulado
Para José Alberto y Cristina, la epidemia
ha supuesto una ocasión histórica en la que, por necesidad, muchos católicos
han «descubierto» de manera práctica algunas de las intuiciones del Concilio
Vaticano II.
Para ellos,
el cierre de templos y la cancelación de eventos, lleva a preguntarse por lo
fundamental: «¿cuál es la esencia de la Iglesia? Si un día no pudiéramos hacer
procesiones ni tuviéramos templos, ¿la Iglesia desaparecería?». «Se ha
puesto demasiado acento en la pastoral sacramental, en una ‘pastoral de
mantenimiento’, y nos hemos olvidado de hacer discípulos», argumenta
José Alberto. «Y quizás el COVID-19 esté ayudando a poner las cosas en su
sitio».
«¿Qué
es lo esencial de la Iglesia? – responden – La Iglesia es liturgia, es
comunidad de los creyentes, es caridad y es misión. La Iglesia es la misión de
Cristo en la Tierra». «Hay que cambiar la mentalidad de los fieles, de ser
‘usuarios’ de las parroquias, a ser ‘discípulos’, a ser comunidad de creyentes».
Iglesia en salida
En este sentido, afirman José Alberto y
Cristina, la «revolución» de las redes sociales ha puesto de manifiesto algo
importante: la necesidad de que termine el anonimato en el pueblo de Dios. «Estamos
acostumbrados a ir a misa y no conocer al que se sienta al lado. Pero cuando
uno se conecta a la misa a través de las redes sociales, ya no eres anónimo,
porque todos pueden saber quién eres». Paradójicamente,
las redes sociales han acercado a los fieles entre sí, precisamente cuando el
contacto social se volvía imposible.
«Muchos
sacerdotes nos dicen que ahora, gracias a la crisis, pueden poner cara a sus
fieles, a través de las redes sociales, hablar de tú a tú con ellos. Esta nueva
forma de cercanía y de acogida, que va más allá de los avisos al final de las
celebraciones litúrgicas, a los que estábamos acostumbrados, como forma de
comunicación entre el párroco y los fieles. Ha sido una situación que ha puesto de
manifiesto la importancia de la corresponsabilidad de los fieles hacia sus
parroquias y hacia sus sacerdotes, y viceversa».
El
confinamiento ha sido también una oportunidad para ser esa «Iglesia en salida»
soñada por el Papa Francisco: «La Iglesia, al quedarse ‘vacía’ por dentro, ha
tenido de ‘salir’ de sí misma, y lo ha hecho a través de su presencia en las
redes sociales, pero sobre todo a través de la caridad y del acompañamiento a
las personas, sobre todo a los enfermos», explica José Alberto.
«El coronavirus nos ha obligado a salir de
la comodidad y la seguridad de los templos. Y esto no es malo, todo lo
contrario. Puede
ser la oportunidad histórica de hacer estos cambios de mentalidad necesarios
para dar un nuevo rostro a nuestras parroquias», añade.
Iglesia doméstica
Otro de los grandes avances previstos por
el Concilio Vaticano II, la recuperación de la importancia de la familia como
‘iglesia doméstica’, que tan imposible parecía sobre el papel, se ha convertido
en algo cercano y tangible.
Cientos de miles de familias cristianas se
vieron obligadas a celebrar la Pascua en el comedor de su casa, a explicar a sus hijos qué era el
Jueves o el Viernes Santo, a rezar el rosario juntos o a sentarse juntos en el
salón de casa para «asistir» a misa.
Precisamente, recuerda Barrera, «es así
como nace la iglesia primitiva: como congregaciones en casas familiares (oikos),
de donde viene el término parroquia (reunión de iglesias domésticas). Este es
el término precisamente que Juan Pablo II rescata en la Cristifideles
Laici, la parroquia como iglesia en el centro de los hogares
cristianos. Este es el verdadero sentido en el que hay que entender lo que son
las ‘comunidades de base'».
Incluso, la
respuesta al cierre de los cursos de catequesis de comunión y confirmación,
podría ser no ya las «catequesis virtuales» con los niños a través de
videoconferencias, lo que parece poco realista, sino la preparación de los
padres a través de esas videoconferencias para que sean ellos quienes
catequicen a sus propios hijos. En realidad, es así como debería ser: los
padres como primeros educadores de la fe de sus hijos.
No obstante,
concluye Cristina, hay que «evitar caer en la trampa de lo
digital como fin de los esfuerzos pastorales. Lo digital es un medio, que
ayuda a lo importante: a acoger a las personas y a llevarles a Jesucristo.
Ciertamente, es un medio providencial, que puede ayudar a superar barreras y a
cambiar mentalidades, pero sigue siendo solo un medio».
¿Son cambios
a corto plazo, los que se han producido, o son a largo plazo y ayudarán a
cambiar el rostro de la Iglesia del siglo XXI? Los propios fieles católicos
tienen la respuesta: ¿querrán volver a «lo de siempre» o se dejarán interpelar
por los «signos de los tiempos»?…
Inma Álvarez
Fuente: Aleteia






