Palabras
antes del Ángelus
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| Ángelus, 7 junio 2020 (C) Vatican Media |
A
las 12 del mediodía de este domingo, 28 de junio de 2020, el Papa Francisco se ha asomado a la
ventana del estudio del Palacio Apostólico vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos
reunidos en la plaza de San Pedro y ha subrayado que la gratitud es
“característica distintiva del cristiano”
El
Santo Padre ha comentado el Evangelio (cf. Mateo 10, 37-42) en el que
Jesús pide a sus discípulos que tomen en serio las exigencias del Evangelio
“incluso cuando esto requiere sacrificio y esfuerzo”.
Dos demandas
Así,
la primera demanda se refiere a situar el amor de Dios por encima del familiar:
“Jesús ciertamente no pretende subestimar el amor a los padres y a los hijos,
pero sabe que los lazos de parentesco, si se ponen en primer lugar, pueden
desviarse del verdadero bien”, dice el Papa.
En
segundo lugar, Jesús “El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí” y
esto consiste en “seguirlo por el camino que Él mismo ha recorrido, sin buscar
atajos. No hay amor verdadero sin una cruz, es decir, sin un precio a pagar por
persona”, indica Francisco.
Y
añade que “llevada con Jesús, la cruz no da miedo, porque Él siempre está a
nuestro lado para apoyarnos en la hora de la prueba más dura, para darnos
fuerza y coraje”.
Gratitud contagiosa de
Dios
Finalmente
Francisco señala que “la plenitud de la vida y la alegría se encuentra al
entregarse por el Evangelio y por los hermanos, con apertura, aceptación y
benevolencia” y, de este modo, “podemos experimentar la generosidad y la
gratitud de Dios”.
Se
trata de una gratitud “contagiosa” que “nos ayuda a cada uno de nosotros a
mostrar gratitud hacia aquellos que se preocupan por nuestras necesidades” y
que constituye un “simple pero genuino signo del Reino de Dios, que es el reino
del amor gratuito y generoso”.
A
continuación siguen la traducción no oficial de palabras del Papa al introducir
el Ángelus, ofrecida por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
Palabras del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En
este domingo, el Evangelio (cf. Mateo 10, 37-42) expresa con fuerza
la invitación a vivir plenamente y sin vacilación nuestra fidelidad al Señor.
Jesús pide a sus discípulos que tomen en serio las exigencias del Evangelio,
incluso cuando esto requiere sacrificio y esfuerzo.
Lo
primero que les exige a quienes le siguen es poner el amor a Él por encima del amor
familiar. Dice: “El que ama a su padre o a su madre, […] a su hijo o a su hija
más que a mí, no es digno de mí” (v. 37). Jesús ciertamente no pretende
subestimar el amor a los padres y a los hijos, pero sabe que los lazos de
parentesco, si se ponen en primer lugar, pueden desviar del verdadero bien.
Lo
vemos: ciertas corrupciones en los gobiernos se dan precisamente porque el amor
por la parentela es mayor que el amor por la patria y ponen en los cargos a los
parientes.
Lo
mismo con Jesús: cuando el amor [por los familiares] es mayor que [el amor por]
Él, no va bien. Todos podríamos dar muchos ejemplos a este respecto. Sin
mencionar las situaciones en las que los lazos familiares se mezclan con
elecciones opuestas al Evangelio. Cuando, por el contrario, el amor a los
padres y a los hijos está animado y purificado por el amor del Señor, entonces
se hace plenamente fecundo y produce frutos de bien en la propia familia y
mucho más allá de ella. En este sentido, dice Jesús la frase.
Recordemos
también cómo reprende Jesús a los doctores de la ley que privan a sus padres de
lo necesario con el pretexto de dárselo al altar, de dárselo a la Iglesia
(cf. Mc 7,8-13). ¡Los reprende! El verdadero amor a Jesús requiere
verdadero amor a los padres, a los hijos, pero si primero buscamos el interés
familiar, esto siempre nos lleva por el camino equivocado.
Luego
dice Jesús a sus discípulos: “El que no toma su cruz y me sigue no es digno de
mí” (v. 38). Se trata de seguirlo por el camino que Él mismo ha recorrido, sin
buscar atajos. No hay amor verdadero sin cruz, es decir, sin un precio a pagar
en persona. Y lo dicen muchas madres, muchos padres que se sacrifican tanto por
sus hijos y soportan verdaderos sacrificios, cruces, porque aman. Y si se lleva
con Jesús, la cruz no da miedo, porque Él siempre está a nuestro lado para
apoyarnos en la hora de la prueba más dura, para darnos fuerza y coraje.
Tampoco es necesario inquietarse por preservar
la vida, con una actitud temerosa y egoísta. Jesús amonesta: “El que encuentre
su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí —es decir, por amor, por
amor a Jesús, por amor al prójimo, por servir a los demás—, la encontrará” (v.
39). Es la paradoja del Evangelio. Pero también tenemos, gracias a Dios, muchos
ejemplos. Lo vemos en estos días. ¡Cuánta gente, cuánta gente lleva cruces para
ayudar a otros! Se sacrifica para ayudar a quienes lo necesitan en esta
pandemia. Pero, siempre con Jesús, se puede hacer. La plenitud de la vida y la
alegría se encuentra al entregarse por el Evangelio y por los hermanos, con
apertura, aceptación y benevolencia.
De
este modo, podemos experimentar la generosidad y la gratitud de Dios. Nos lo
recuerda Jesús: “Quien a vosotros acoge, a mí me acoge […]. Y todo aquel que dé
de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños […] no perderá
su recompensa” (vv. 40; 42). La generosa gratitud de Dios Padre tiene en cuenta
hasta el más pequeño gesto de amor y de servicio prestado a nuestros hermanos.
En estos días, un sacerdote me contó que se había conmovido porque un niño de
la parroquia se le acercó y le dijo: “Padre, estos son mis ahorros, una cosa
pequeña, es para sus pobres, para aquellos que hoy lo necesitan a causa de la
pandemia”. ¡Pequeña cosa, pero grande!
Es
una gratitud contagiosa que nos ayuda a cada uno de nosotros a mostrar gratitud
hacia aquellos que se preocupan por nuestras necesidades. Cuando alguien nos
ofrece un servicio, no debemos pensar que todo no es debido. No, muchos
servicios se realizan de forma gratuita. Pensad en el voluntariado, que es una
de las mejores cosas que tiene la sociedad italiana. Los voluntarios… ¡Y
cuántos de ellos dejaron sus vidas en esta pandemia! Se hace por amor,
simplemente por servicio. La gratitud, el reconocimiento, es en primer lugar
una señal de buenos modales, pero también es una característica distintiva del
cristiano. Es un simple pero genuino signo del reino de Dios, que es el reino
del amor gratuito y generoso.
Que
María Santísima, que amó a Jesús más que a su propia vida y lo siguió hasta la
cruz, nos ayude a ponernos siempre ante Dios con el corazón abierto, dejando
que su Palabra juzgue nuestro comportamiento y nuestras opciones.
Larissa
I. López
Vatican
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