La
Iglesia católica cree que el Espíritu Santo puede conferir carismas, como hizo
con los apóstoles el día de Pentecostés. Ya sean extraordinarios u ordinarios,
son competencias que poner en primer lugar al servicio de Dios y de la Iglesia
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bruce mars/Unsplash | CC0 |
El fuego existe, pero no
existe. Quema a otro distinto de él, quema la madera, mientras que él mismo no
es más que una llama ligera.
El Espíritu Santo no actúa
de forma distinta con nosotros. Ilumina, arde, se eleva, consume. Nada podría contenerlo. Es
invisible, se contenta con iluminar los rostros.
Cuando
la madera está ennegrecida, ¡el Espíritu Santo huye! Nosotros somos los
troncos. Siempre encendidos, siempre consumidos…
Distinguir bien el don del carisma
Se
habla mucho de los carismas del Espíritu Santo. Los carismas del Espíritu Santo
no son magia para los cristianos. Son el efecto
del sacramento de la Confirmación.
La Confirmación es, junto
con el bautismo, un sacramento de carácter. Es una cualidad permanente del
alma. Está siempre activa.
Los carismas del Espíritu
Santo están en nosotros. No hay necesidad de ir a buscar lo inédito. Todo está
ahí y gime por no ser asumido.
Los carismas –incluyendo los
más espectaculares–, no son nada más que una actualización del sacramento de la
confirmación.
Hay que distinguir entre lo
que corresponde al don y lo que corresponde al carisma. El don
es una gracia que nos hace santos. El carisma es una gracia que nos permite
hacer santos a los demás.
A
menudo, los carismas espirituales se acoplan a cualidades humanas. Por
supuesto, el Espíritu nos eleva más alto de lo que habíamos previsto, pero en
la línea de aquello que somos.
San Pablo era un buen orador
¡y se convirtió en apóstol de Cristo!
El secreto para hacer crecer nuestro carisma
No
obstante, los dones y los carismas necesitan crecer en virtudes. La virtud es
la orquesta de los dones en los ensayos. Los ensayos son necesarios para el
éxito del concierto.
El error estaría en correr
de carisma en carisma –de hecho, de emoción en emoción, de Fe sentida en Fe
sentida– y descuidar las virtudes.
Del mismo modo, la oración
es una virtud que cultivar cada día. Puede perderse. El
fuego se mantiene no con más fuego, sino con troncos.
Por
fray Thierry-Dominique Humbrech
Fuente: Aleteia