Aprende a vivir con paz en medio de tus dudas
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Kelly Sikkema/Unsplash | CC0 |
Quiero aprender
a vivir con paz en medio de mis dudas. No siempre es tan necesario resolver
todas mis preguntas. Tiendo a preguntar, quiero saberlo todo, tener certezas.
Parece como que
la vida se juega en encontrar respuestas a todas las preguntas posibles. Como
si hubiera un tutorial en internet para cada duda que se me plantee. Hay muchas
respuestas, pero no están todas.
A veces me
angustio en mis preguntas y busco un sacerdote, un gurú, un catedrático, alguien
culto, un santo, un terapeuta, un sabio que me lo aclare todo.
Pretendo que
ellos con una sabiduría que yo no poseo resuelvan todos mis conflictos
interiores, aclaren todas las dudas, despejen todos mis miedos.
Busco a alguien
siempre fuera de mí, por encima de mí, con la autoridad suficiente como para
decirme lo que está bien y lo que está mal en todas esas preguntas y temas
delicados donde quizás yo no lo tengo todo tan claro.
¿Qué sostiene
la Iglesia? ¿Qué defiende la ciencia? ¿Qué afirma el mundo? ¿Qué susurra
Dios? Quiero tener certezas sólidas que me permitan caminar por la vida
sin tambalearme.
Me asustan las
incertidumbres de este tiempo. Es como un mar revuelto lleno de
futuribles inciertos entre los que la barca de mi vida sufre entre las olas.
Quiero
afirmaciones contundentes, respuestas definitivas, dogmas claros y férreos que
tranquilicen mi conciencia. Espero incluso que otros decidan por mí, cuando yo no soy capaz de tomar decisiones.
Y si luego me
siento atacado o juzgado por otros, diré, con mucha calma y elegancia, que son
otros los que me han aconsejado e incluso tomado una decisión de la cual no soy
responsable.
Y así mi alma
seguirá estando tranquila dejándose llevar por las rutas que otros me marcan.
Sin madurar yo, sin hacer el ejercicio sabio de discernir lo
que Dios quiere para mi vida.
Creo que este
tiempo que me toca vivir me invita a vivir con preguntas abiertas.
¿Cuándo acabará
esta pandemia? ¿Cuándo podré realizar todos mis planes previstos? ¿Cuándo podré volver a mi vida normal, esa vida de antes? ¿Se habrá
perdido algo en este tiempo de guerra, algo esencial en mi vida de antes?
¿Habré perdido algo de lo que tenía guardado en mi alma? ¿Habrán cambiado
muchas cosas en mi forma de vivir, de amar, de entregarme?
En mi
mentalidad masculina me cuesta vivir con preguntas sin respuestas, con
problemas no resueltos, encrucijadas en las que no tomo una dirección concreta
y permanezco detenido, sin respuestas, aguardando.
Me da miedo
quedarme quieto en medio de indecisiones que me turban por dentro. Me asustan
esas verdades calladas y esas otras mentiras expuestas que veo a mi alrededor
tantas veces e incluso dentro de mi alma.
Quiero
conservar la alegría y la paz en medio de vientos extraños y noches sin
estrellas. Sueño con la luz clara del día que llevo dentro
del alma.
Y sé que
despejando nubes no alcanzaría a ver el sol que tanto sueño. Por eso me dejo
llevar en las alas del viento. Confiando en que las respuestas
más importantes ya me las ha dado Dios en mi alma.
La única
certeza que sostiene mi vida es su amor inmenso. Me gustan esas palabras:
«¡Somos hijos
de la luz, no de las tinieblas! Aquel ‘alégrate’ abre en modo programático la
realización de la salvación, la cual entra en el mundo como un don que se acoge
con alegría y para la alegría, aun en medio de la incertidumbre o el
sufrimiento. La ‘buena noticia’ llena de gozo a la Virgen, aceptando el
mandato-don de alegrarse, aunque broten dudas, incertezas y preguntas de ‘cómo’
se cumplirá el plan divino».
Sigo guardando
en el alma miedos y dudas, incertidumbres y preguntas abiertas. Pero sé que el
don que recibo de Dios es la confianza para seguir caminando como María lleno
de alegría.
Ya no me turbo
al pensar que no tengo muchas respuestas ni para mí, ni para otros. Tengo preguntas que
despiertan nuevas preguntas y eso me alegra.
A veces creo
que me aburriría contar con respuestas claras y definitivas para todo. Me
quitaría la paz pensar que le puedo decir a cualquiera lo que tiene que hacer
en cada momento. Y creer que sé muy bien el camino que debe tomar para ser
feliz.
Esa presunción
me asusta. Creer que tengo una sabiduría por encima de otros y que tengo
respuestas que otros no tienen. Me gusta más la sensación de mi alma pobre que
no cuenta con muchas respuestas y que vive anclada en profundas preguntas.
Confiando siempre en que la certeza única que sostiene mi vida sea ese amor
personal y profundo que Dios me tiene.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia