Por qué querer con toda el alma
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| Jan Faukner | Shutterstock |
Necesito vincularme, atarme, echar raíces. Es como
si lo tuviera marcado en mi vocación de vida. No me imagino en soledad
recorriendo las rutas de la vida, perdido en mí mismo buscando el sentido.
Tengo una
tendencia natural a echar raíces, en la tierra, en las almas. Busco un bosque
de eternidad entre los árboles del camino. Como a tientas buscando el sentido a
todo lo que sueño, busco y deseo.
La necesidad
es algo que brota del corazón herido. No todo lo que creo necesitar siempre me
conviene. A veces digo que necesito, pero no es necesidad
sino dependencia
enfermiza.
Pero otras veces la necesidad es real como
necesitar el sueño y el descanso después de un día que me agota. O necesitar la
comida después de pasar mucha hambre.
Entonces la
necesidad es un grito del alma que en la ausencia ha tejido un deseo de
eternidad apenas dibujado con trazos débiles en la arena.
Mi necesidad de vínculos es lo más humano
que poseo. Y la
independencia que anhelo es algo bueno en sí que sólo es posible si me he
vinculado antes.
Soy más
independiente cuanto más amo de verdad. Y más esclavo cuando más amo de forma
enfermiza, amándome torpemente, de forma egoísta y posesiva.
Tocar a Dios
Amar significa echar raíces y estar
dispuesto después a dejar volar los sueños. Mi abrazo no retiene de forma
posesiva. Mi mano suelta lo que sostiene. Y deja caminar solo al que ha amado.
Mi necesidad
no es dependencia insana. Es más bien la sed del alma que camina por el
desierto. Necesito tocar a Dios en gestos humanos. Y
en palabras sostenidas en la voz vislumbrar los deseos de ese corazón eterno
que me ama.
Son
los lazos humanos lanzados a la tierra para que ascienda por ellos.
¿Cuándo
decido que es bueno soltar las amarras que unen el cielo y las aguas de mi
océano? ¿Cuándo puedo liberarme liberando para atarme al Dios de mis tardes de
invierno?
El vínculo es
la cadena invisible que me ata a la vida presente, como una raíz honda que sana
todas mis heridas. Cubriéndome Dios con las manos humanas que ha dejado caer
sobre la tierra para salvar mi vida.
¿Cuándo es
sano cortar? ¿Cuándo seguir sujetando la vida entre el cielo y la tierra?
Comenta el padre José Kentenich:
«Si no existe un vínculo real, un vínculo
instintivo, no se cumple el sentido del vínculo. Entonces, es exactamente como
si yo tocara por un instante al otro y partiera de inmediato hacia lo alto»[1].
No quiero cortar lo humano de mi vida.
Más vínculos
¿Y el riesgo de la enfermedad en un vínculo
esclavo y egoísta? El riesgo del amor siempre ha existido. La posibilidad de
amar hasta el extremo perdiendo incluso la vida. Así lo hizo Jesús a cada paso.
No temo.
«El hombre moderno está tan poco vinculado
a las cosas queridas por Dios, que de algún modo tendríamos que acentuar los
vínculos, los vínculos locales y personales. El
hombre actual tiene que vincularse más a las personas«[2].
Sin
vínculos me pierdo por el desierto de una vida llena de hastío.
¿Y los
peligros? El alma necesita tocar el abismo y detenerse admirada ante la
grandeza de Dios que se hace carne para mostrarme la belleza del amor humano.
Para rescatarlo del pecado y de la muerte. Para salvarlo de sus límites
esclavos.
Quisiera
contar en mi alma sólo vínculos sanos y cuidar los enfermos para que lleguen
más alto, al cielo. La carne humana trasparenta a Dios en mi
vida, lo hace real y concreto.
Un amor
humano incondicional me habla torpemente del amor eterno que desean mis pasos.
Ese amor para siempre en el que no hay ocaso.
El amor de
abrazos y gestos, de ternura y silencios que contienen un sí definitivo a esa vida que
sostienen por un tiempo.
Un corazón
vinculado, enraizado, atado a la vida humana. Sin miedo a perder el tiempo, el
alma y los sueños. Sin miedo a querer con toda el alma,
con toda la vida y para siempre.
Un amor que
no quiere pasar de puntillas por la vida que se me confía. Sosteniendo ese lazo
humano que Dios me tiende, sin dejarlo a un lado por los temores que se
apoderan del alma. Dios me quiere tanto a través de los que
amo…
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






