En
cierto modo, cualquier diócesis católica puede reclamar la Luna como parte de
su obispado
Cuando
observas la Luna, ¿qué ves? ¿Un hombre pisándola? ¿La diosa china Chang’e y el
conejo de jade? ¿El barco de Peter Pan navegando hacia el País de Nunca Jamás?
¿Sabías
que la Iglesia católica no solo ha dejado su impronta en los confines de la tierra,
sino también en el espacio exterior?
Actualmente, 35 cráteres en la superficie
lunar reciben el nombre de astrónomos, físicos y matemáticos
jesuitas. Desde el año 1645, los selenógrafos, que generan mapas de la
superficie lunar, han estado poniéndoles a los cráteres de la luna nombres de científicos
jesuitas y, en algún momento de la historia, hasta 40 cráteres han llevado el
nombre de epónimos jesuitas. Michel Florent van Langren creó en
1645 el primer mapa real de la Luna:
A
muchos de los accidentes les dio nombres de carácter católico. A los cráteres
se dio el nombre de periodos de la realeza católica y a los cabos y
promonitorios les otorgó nombres de santos. Los mares lunares recibieron
nombres en latín y los cráteres menores nombres de astrónomos, matemáticos y
otros eruditos de la época o anteriores.
Los
astrónomos jesuitas Giovanni Battista Riccioli y Francesco Maria Grimaldi
continuaron con esta costumbre lunática al
publicar un esquema en 1651 que constituye la base actual de la nomenclatura
lunar.
Tal
como el historiador de la ciencia J.L. Heilbron observó en su publicación The
Sun in the Church:
“La
Iglesia católica romana ha proporcionado más ayuda financiera y apoyo social al
estudio de la astronomía durante seis siglos, desde la recuperación de los
conocimientos antiguos en el transcurso de la Edad Media hasta la Ilustración,
que ninguna otra institución, y problablemente más que el resto en su
conjunto”.
Este
hecho se debe a que nuestros días festivos y Pascua están determinados por
observaciones astronómicas precisas.
La
Compañía de Jesús ha sido un centro neurálgico para la actividad científica y misionera.
Después de que San Ignacio de Loyola fundara dicha orden, aproximadamente 1000
sacerdotes, hermanos y novicios viajaron a Italia, España, Francia, Alemania,
Portugal, Brasil, Etiopía, India y Japón a lo largo de su vida. Crearon
universidades, que fueron admiradas por su rigor científico, y actuaron como
directores del Observatorio Vaticano.
El
padre Joseph MacDonnell, perteneciente a la Compañía de Jesús, registró de
forma meticulosa los detalles de cada cráter lunar jesuita en esta página sobre recursos
jesuitas de la Universidad de Fairfield.
El
cráter de mayor tamaño de la cara visible de la Luna es Clavius, que debe su
nombre a Cristóbal Clavio (1538-1612), jesuita. Clavio, junto con Luis Lilio,
concibió el calendario gregoriano, que es el calendario civil aceptado
internacionalmente que utilizamos hoy en día y que fue promulgado en 1582 por
el papa Gregorio XIII.
Clavio
fue un reconocido profesor del Renacimiento que apoyó la teoría sobre el
heliocentrismo del sistema solar y ayudó a que Galileo obtuviera su cátedra en
la Universidad de Pisa. Asimismo, elaboró diversos manuales de astronomía que
se utilizaron como los textos estándares para las universidades de toda Europa
durante finales del siglo XVI y principios del XVII.
Resulta
irónico que un cráter haya recibido su nombre, pues mantuvo ciertas reservas
acerca de la existencia de crácteres y montañas lunares, ya que los bordes de
la Luna parecían tener una redondez perfecta (Shea y Artigas, Galileo in
Rome).
Otro
cráter en la cara visible de la Luna es Riccius, al sureste del cráter Rabbi
Levi. Este cráter recibe su nombre por Matteo Ricci (1552-1610), también
jesuita, que fue un famoso misionero en China e introdujo la ciencia y las
matemáticas occidentales en el Imperio medio.
Por
supuesto, también existen cráteres que reciben el nombre de científicos
católicos no jesuitas. Al este-noreste de Riccius se encuentra Stiborius, que
recibe su nombre por el sacerdote alemán Andreas Stöberl, un teólogo,
matemático y astrónomo humanista que trabajó principalmente en la Universidad
de Viena.
Aparte
de esto, las zonas oscuras y llanas de la Luna se conocen como maría, que
es el plural latino de “mar”. Esta nomenclatura lunar conmoverá a los
católicos, pues María se describe como “hermosa como la luna” (Cantar de los
cantares 6,9, utilizada en la oración Catena Legionisde la Legión de
María) y se identifica con la mujer con la luna debajo de sus pies en
Apocalipsis 12,1. La luna se ha utilizado como simbolismo mariano desde los siglos
XIV y XV como una evolución de los motivos del siglo IX que representaban a la
Iglesia.
El
venerable arzobispo Fulton Sheen dijo: “Dios, que hizo el Sol, también
hizo la Luna. A la Luna no
se le puede quitar el brillo del Sol. Toda su luz es reflejo del Sol. La
Santísima Virgen refleja a su divino Hijo; sin él, ella no es nada. Con él,
ella es la Madre de los Hombres”.
Incluso
puede que algún día construyamos una iglesia en la Luna. Forma parte de una
diócesis, al fin y al cabo:
El
arzobispo William Borders fue ordenado obispo en 1968, el primero de Orlando,
Florida. La nueva diócesis abarcaba Florida Central y también comprendía Cabo
Cañaveral, desde donde se lanzó un año después el Apolo 11 hacia la Luna. Tras
este histórico lanzamiento y llegada a la Luna, con todas las imágenes de
nuestros astronautas caminando, jugando al golf y plantando la bandera, Borders
viajó a Roma para realizar una visita ad limina al papa Pablo VI.
Durante
dicha visita, Borders confesó de forma casual al Santo Padre que él era
el sacerdote de la Luna.
El
Papa lo miró de forma perpleja, probablemente preguntándose en qué momento este
prelado estadounidense había perdido el juicio. Borders explicó entonces que
debido al Código de Derecho Canónico existente (1917), era el ordinario de
facto del territorio “recién descubierto”.
Por
tanto, la próxima vez que mires a la Luna, reza una oración por aquellos
científicos católicos que ampliaron las fronteras del conocimiento humano, e
inspírate en tu misión bautismal para llevar la palabra de Dios a todos,
reflejando la luz de Cristo en su oscuridad, hasta el amanecer de la nueva
creación de Dios.
Jean Elizabeth Seah
Fuente:
Aleteia






