
A continuación, siguen las palabras del Papa, según la
tradición oficial ofrecida por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
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Palabras antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, en mi tierra se dice: “Al
mal tiempo buena cara”. Con esta “buena cara” os digo: ¡buenos días!
Los exponentes de esta religiosidad “de fachada”, que Jesús
desaprueba, eran en aquella época «los sumos sacerdotes y los ancianos del
pueblo» (Mt 21, 23), los cuales, según la admonición del Señor, en el
Reino de Dios serán superados por los publicanos y las rameras (cfr. v. 31).
Jesús les dice: “Los publicanos, es decir los pecadores, y las rameras llegan
antes que vosotros al Reino de Dios”. Esta afirmación no debe inducir a pensar
que hacen bien los que no siguen los mandamientos de Dios, los que no siguen la
moral, y dicen: “Al fin y al cabo, ¡los que van a la Iglesia son peor que
nosotros!”. No, esta no es la enseñanza de Jesús. Jesús no señala a los
publicanos y las prostitutas como modelos de vida, sino como “privilegiados de
la Gracia”. Y quisiera subrayar esta palabra “gracia”, la gracia, porque la
conversión siempre es una gracia. Una gracia que Dios ofrece a todo aquel que
se abre y se convierte a Él. De hecho, estas personas, escuchando su
predicación, se arrepintieron y cambiaron de vida. Pensemos en Mateo, por
ejemplo, San Mateo, que era un publicano, un traidor a su patria.
En el Evangelio de hoy, quien queda mejor es el primer
hermano, no porque ha dicho «no» a su padre, sino porque después el “no” se ha
convertido en un “sí”, se ha arrepentido. Dios es paciente con cada uno de
nosotros: no se cansa, no desiste después de nuestro “no”; nos deja libres
también de alejarnos de Él y de equivocarnos. ¡Pensar en la paciencia de Dios
es maravilloso! Cómo el Señor nos espera siempre; siempre junto a nosotros para
ayudarnos; pero respeta nuestra libertad. Y espera ansiosamente nuestro “sí”,
para acogernos nuevamente entre sus brazos paternos y colmarnos de su
misericordia sin límites. La fe en Dios pide renovar cada día la elección del
bien respecto al mal, la elección de la verdad respecto a la mentira, la
elección del amor del prójimo respecto al egoísmo. Quien se convierte a esta
elección, después de haber experimentado el pecado, encontrará los primeros
lugares en el Reino de los cielos, donde hay más alegría por un solo pecador
que se convierte que por noventa y nueve justos (cfr. Lc 15, 7).
Pero la conversión, cambiar el corazón, es un proceso, un
proceso que nos purifica de las incrustaciones morales. Y a veces es un proceso
doloroso, porque no existe el camino de la santidad sin alguna renuncia y
sin el combate espiritual. Combatir por el bien, combatir para no caer en la
tentación, hacer por nuestra parte lo que podemos, para llegar a vivir en la
paz y en la alegría de las Bienaventuranzas. El Evangelio de hoy cuestiona la
forma de vivir la vida cristiana, que no está hecha de sueños y bonitas
aspiraciones, sino de compromisos concretos, para abrirnos siempre a la
voluntad de Dios y al amor hacia los hermanos. Pero esto, también el compromiso
concreto más pequeño, no se puede hacer sin la gracia. La conversión es una
gracia que debemos pedir siempre: “Señor dame la gracia de mejorar. Dame la
gracia de ser un buen cristiano”.
Que María Santísima nos ayude a ser dóciles en la acción del
Espíritu Santo. Él es quien derrite la dureza de los corazones y los dispone al
arrepentimiento, para obtener la vida y la salvación prometidas por Jesús.
Raquel Anillo
Fuente: Zenit





