“La
solidaridad y la virtud de la fe”
En
su catequesis de hoy, el Papa Francisco remarcó que, ante la crisis provocada
por la pandemia de la COVID-19, la solidaridad constituye un camino para salir
“mejores, no con cambios superficiales, con una capa de pintura así y todo está
bien. No. ¡Mejores!”.
Durante
la audiencia general de este miércoles 2
de septiembre de 2020, celebrada en el patio de San Dámaso con presencia de fieles por primera vez
tras la llegada de la pandemia de coronavirus, el Santo Padre expuso su quinta
catequesis para “Curar al mundo”, sobre el tema “La solidaridad y la virtud de
la fe”.
Salir de la pandemia
juntos
Al
comenzar su catequesis, Francisco resaltó que “después de tantos meses
retomamos nuestro encuentro cara a cara y no pantalla a pantalla. Cara a cara.
¡Esto es bonito!” y cómo la pandemia “ha puesto de relieve nuestra
interdependencia: todos estamos vinculados, los unos con los otros, tanto en el
bien como en el mal”.
Por
eso, considera que, para salir mejores de esta crisis, “debemos hacerlo juntos.
Juntos, no solos, juntos. Solos no, ¡porque no se puede! O se hace juntos o no
se hace. Debemos hacerlo juntos, todos, en la solidaridad. Hoy quisiera
subrayar esta palabra: solidaridad”.
Interdependencia en la
solidaridad
El
Papa explicó que como familia humana, “vivimos en una casa común, el
planeta-jardín, la tierra en la que Dios nos ha puesto; y tenemos un destino
común en Cristo”, pero si se olvida todo esto se pierde la “interdependencia en
la solidaridad” y aumentan “la desigualdad y la marginación; se debilita el
tejido social y se deteriora el ambiente”.
Para
el Pontífice, la palabra “solidaridad” está “un poco desgastada” y se
interpreta mal a veces: “No es solo cuestión de ayudar a los otros —esto está
bien hacerlo, pero es más—: se trata de justicia (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica,
1938-1940). La interdependencia, para ser solidario y fructífero, necesita
raíces fuertes en la humanidad y en la naturaleza creada por Dios, necesita
respeto por los rostros y la tierra”.
Babel
Después,
el Papa Francisco se refirió al pasaje de la Torre de Babel, que describe lo
que sucede cuando tratamos de llegar al cielo, “nuestra meta”, ignorando “el
vínculo con la humanidad, con la creación y con el Creador”: “Queremos ser amos
de la Tierra, pero arruinamos la biodiversidad y el equilibrio ecológico”.
En
esta línea, el Santo Padre lamentó también que en la actualidad si cae la cuota
de mercado, la noticia está en todas las agencias, pero “caen miles de personas
por el hambre, la miseria y nadie habla de ello”.
Pentecostés
En
contraposición a Babel, Francisco propone Pentecostés momento en el que el
Espíritu Santo “crea la unidad en la diversidad, crea la armonía”. Con
Pentecostés, “Dios se hace presente e inspira la fe de la comunidad unida en la
diversidad y en la solidaridad”, de manera que la diversidad y solidaridad van
“unidas en armonía, este es el camino”.
La
diversidad solidaria posee “los anticuerpos para sanar estructuras y procesos
sociales que han degenerado en sistemas de injusticia, en sistemas de opresión
(cfr. Compendio de la doctrina social de la Iglesia,
192)”. Por tanto, la solidaridad “hoy es el camino para recorrer hacia un mundo
post-pandemia, hacia la sanación de nuestras enfermedades interpersonales y
sociales”.
Solidaridad guiada por la
fe
“En
medio de la crisis, una solidaridad guiada por la fe nos permite traducir el
amor de Dios en nuestra cultura globalizada, no construyendo torres o muros —y
cuántos muros se están construyendo hoy— que dividen, pero después caen, sino
tejiendo comunidad y apoyando procesos de crecimiento verdaderamente humano y
solidario”, expuso el Pontífice.
Para
esto ayuda la solidaridad: “¿yo pienso en las necesidades de los otros? Cada
uno que responda en su corazón”, planteó.
A
continuación, sigue la catequesis completa del Papa Francisco.
***
Catequesis del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Después
de tantos meses retomamos nuestro encuentro cara a cara y no pantalla a
pantalla. Cara a cara. ¡Esto es bonito! La pandemia actual ha puesto de relieve
nuestra interdependencia: todos estamos vinculados, los unos con los otros,
tanto en el bien como en el mal. Por eso, para salir mejores de esta crisis,
debemos hacerlo juntos. Juntos, no solos, juntos. Solos no, ¡porque no se
puede! O se hace juntos o no se hace. Debemos hacerlo juntos, todos, en la
solidaridad. Hoy quisiera subrayar esta palabra: solidaridad.
Como
familia humana tenemos el origen común en Dios; vivimos en una casa común, el
planeta-jardín, la tierra en la que Dios nos ha puesto; y tenemos un destino
común en Cristo. Pero cuando olvidamos todo esto, nuestra interdependencia se
convierte en dependencia de unos hacia otros — perdemos esta armonía de
interdependencia en la solidaridad —, aumentando la desigualdad y la
marginación; se debilita el tejido social y se deteriora el ambiente. Siempre
es lo mismo que actuar.
Por
tanto, el principio de solidaridad es hoy más necesario que nunca, como ha
enseñado Juan Pablo II (cfr. Enc. Sollicitudo rei socialis, 38-40). De una
forma interconectada, experimentamos qué significa vivir en la misma “aldea
global”. Es bonita esta expresión: el gran mundo no es otra cosa que una aldea
global, porque todo está interconectado. Pero no siempre transformamos esta
interdependencia en solidaridad. Hay un largo camino entre la interdependencia
y la solidaridad. Los egoísmos — individuales, nacionales y de los grupos de
poder — y las rigideces ideológicas alimentan, al contrario, “estructuras
de pecado” (ibid., 36).
“La
palabra ‘solidaridad’ está un poco desgastada y a veces se la interpreta mal,
pero es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad. ¡Es más! Supone
crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de
la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos”
(Exhort. ap. Evangelii gaudium, 188). Esto significa
solidaridad. No es solo cuestión de ayudar a los otros —esto está bien hacerlo,
pero es más—: se trata de justicia (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica,
1938-1940). La interdependencia, para ser solidario y fructífero, necesita
raíces fuertes en la humanidad y en la naturaleza creada por Dios, necesita
respeto por los rostros y la tierra.
La
Biblia, desde el principio, nos advierte. Pensemos en el pasaje de la Torre de
Babel (cfr. Gen 11, 1-9) que describe lo que sucede cuando tratamos
de llegar al cielo —nuestra meta— ignorando el vínculo con la humanidad, con la
creación y con el Creador. Es una forma de hablar: esto sucede cada vez que uno
quiere subir, subir, sin tener en cuenta a los otros. ¡Yo solo! Pensemos en la
torre. Construimos torres y rascacielos, pero destruimos la comunidad.
Unificamos edificios y lenguas, pero mortificamos la riqueza cultural. Queremos
ser amos de la Tierra, pero arruinamos la biodiversidad y el equilibrio
ecológico. Os conté en alguna otra audiencia de esos pescadores de San
Benedetto del Tronto que vinieron este año y me dijeron: “Hemos sacado del mar
24 toneladas de basura, de las cuales la mitad era plástico”. ¡Pensad! Estos
tienen el espíritu de recoger los peces, sí, pero también la basura y sacarla
para limpiar el mar. Pero esta [contaminación] es arruinar la tierra, no tener
solidaridad con la tierra que es un don y un equilibrio ecológico.
Recuerdo
una historia medieval que describe este “síndrome de Babel”, que es cuando no
hay solidaridad. Esta historia medieval dice que, durante la construcción de la
torre, cuando un hombre caía —eran esclavos— y moría nadie decía nada, como
mucho: “Pobrecillo, se ha equivocado y ha caído”. Sin embargo, si caía un
ladrillo, todos se lamentaban. ¡Y si alguno era culpable, era castigado! ¿Por
qué? Porque un ladrillo era caro de hacer, de preparar, de cocer. Se necesitaba
tiempo y trabajo para hacer un ladrillo. Un ladrillo valía más que la vida
humana. Cada uno de nosotros piense en qué sucede hoy. Lamentablemente también
hoy puede suceder algo parecido. Cae la cuota del mercado financiero —lo hemos
visto en los periódicos estos días— y la noticia está en todas las agencias.
Caen miles de personas por el hambre, la miseria y nadie habla de ello.
Diametralmente
opuesto a Babel es Pentecostés (cfr. Hch 2, 1-3), lo hemos escuchado
al principio de la audiencia. El Espíritu Santo, descendiendo del alto como
viento y fuego, inviste la comunidad cerrada en el cenáculo, la infunde la
fuerza de Dios, la impulsa a salir, a anunciar a todos a Jesús Señor. El
Espíritu crea la unidad en la diversidad, crea la armonía. En la historia de la
Torre de Babel no hay armonía; había ese ir adelante para ganar. Allí, el
hombre era un mero instrumento, mera “fuerza-trabajo”, pero aquí, en
Pentecostés, cada uno de nosotros es un instrumento, pero un instrumento
comunitario que participa con todo su ser a la edificación de la comunidad. San
Francisco de Asís lo sabía bien, y animado por el Espíritu daba a todas las
personas, es más, a las criaturas, el nombre de hermano o hermana
(cfr. LS, 11; cfr. San Buenaventura, Legenda
maior, VIII, 6: FF 1145). También el hermano lobo, recordemos.
Con
Pentecostés, Dios se hace presente e inspira la fe de la comunidad unida en la
diversidad y en la solidaridad. Diversidad y solidaridad unidas en armonía,
este es el camino. Una diversidad solidaria posee los “anticuerpos” para que la
singularidad de cada uno — que es un don, único e irrepetible — no se enferme
de individualismo, de egoísmo. La diversidad solidaria posee también los
anticuerpos para sanar estructuras y procesos sociales que han degenerado en
sistemas de injusticia, en sistemas de opresión (cfr. Compendio de la doctrina social de la Iglesia,
192). Por tanto, la solidaridad hoy es el camino para recorrer hacia un mundo
post-pandemia, hacia la sanación de nuestras enfermedades interpersonales y
sociales. No hay otra. O vamos adelante con el camino de la solidaridad o las
cosas serán peores. Quiero repetirlo: de una crisis no se sale igual que antes.
La pandemia es una crisis. De una crisis se sale o mejores o peores. Tenemos
que elegir nosotros. Y la solidaridad es precisamente un camino para salir de
la crisis mejores, no con cambios superficiales, con una capa de pintura así y
todo está bien. No. ¡Mejores!
En
medio de la crisis, una solidaridad guiada por la fe nos permite traducir el
amor de Dios en nuestra cultura globalizada, no construyendo torres o muros —y
cuántos muros se están construyendo hoy— que dividen pero después caen, sino
tejiendo comunidad y apoyando procesos de crecimiento verdaderamente humano y
solidario. Y para esto ayuda la solidaridad. Hago una pregunta: ¿yo
pienso en las necesidades de los otros? Cada uno que responda en su corazón.
En
medio de crisis y tempestades, el Señor nos interpela y nos invita a despertar
y activar esta solidaridad capaz de dar solidez, apoyo y un sentido a estas
horas en las que todo parece naufragar. Que la creatividad del Espíritu Santo
pueda animarnos a generar nuevas formas de hospitalidad familiar, de
fraternidad fecunda y de solidaridad universal. Gracias
Larissa
I. López
© Librería
Editorial Vaticana
Fuente:
Zenit






