![]() |
Akin Ozcan | Shutterstock |
El tamaño de mi
cariño está relacionado con mis gestos que lo expresan. Pero no siempre lo hago bien, o no lo hago como esperan de mí, de la
forma que desean.
Hiero pasando
por alto los gustos de los que me aman. No valoro sus opciones dejándome llevar
por lo que yo deseo. Ignoro sus preferencias haciendo caso omiso de sus
reclamos. Y hago daño.
Me cuesta hacer
daño de forma gratuita. Causar heridas que quedan grabadas en el alma para
siempre. Es tan sencillo quebrar un jarrón sin pretenderlo…
Nada sirve para
reparar la herida causada. No puedo volver al instante previo al daño. El mal
está hecho. Por eso me duele tanto herir, no responder al amor que me
tienen, no dar lo que esperan de mí.
No quiero hacer
daño, ni tampoco abusar de mi poder cuando lo tengo. Olvidarme de hacer lo que
me piden que haga. Ignorar al que necesita ser escuchado en un momento
determinado, cuando yo no me doy cuenta.
Me duele tanto
causar daño a los que están ya heridos, por otros o por mí mismo con
anterioridad. Me espanta cometer errores que nunca se olvidan ni perdonan.
Una palabra mal
dicha, un silencio mal guardado, una respuesta incorrecta, un gesto estúpido. Me duele no ser tan capaz de hacer el bien que deseo en lugar de ese
mal que detesto.
Me oprime el
alma esa sensación de pena por no lograr los resultados que mi amor siempre ha
soñado. Ese deseo de hacerlo todo bien, perfecto.
Pero no puedo.
Por eso me da
miedo que la profundidad del daño sea irreparable. La percepción de mis
acciones y omisiones es subjetiva, impredecible su eco.
A menudo el
daño que causo es sin intención. La convivencia, el compartir la vida,
los roces, la cercanía, la intimidad. Todo hace que cometa errores.
Y temo que mi
ofensa nunca sea perdonada. Incluso cuando yo no me siento tan culpable. Pero
creo que quizás no merezco ese perdón que busco. He hecho daño
a aquel que es vulnerable. He herido sin cuidarme en mis gestos.
Sé que llevar
cuenta del daño que me hacen es algo habitual. Guardar en el ánimo los golpes
recibidos es una actitud común.
¿Cómo se puede
perdonar al que me ha hecho daño, al que me ha herido? ¿Cómo olvidar al que me
ha ignorado? Los daños causados y recibidos. Las heridas que sufro y las que
alguien me causa. Los olvidos que me duelen y mis olvidos que les duelen a
otros.
Y todo esto en
un vaivén que tiene la vida. Paso de causar daño a alguien a que me lo causen a
mí. Paso de perdonar a que me tengan que perdonar. Todo en un continuo
ir y venir.
Mi deseo de ser
perdonado. El deseo de otros de que yo les perdone. A menudo me siento yo
herido y tengo que perdonar. Y mi orgullo me lo pone difícil. Y confundo el
perdón con el olvido. Y vivo en esas luchas internas que sufre
el alma.
Para no herir a
nadie tendría que protegerme más. Quizás no vincularme tanto y así no crear
expectativas. Tratar de no amar más de la cuenta, para no herir ni ser herido.
Pero me doy cuenta de cómo es mi alma. Y no puedo evitarlo.
Sé muy bien
que cuanto más amo más puedo ofender y herir, y más expectativas creo. Y
cuanto menos amo quizá menos daño causo, porque nada esperan de mí.
Pero no amar me
empobrece y no tiene nada que ver conmigo. No puedo vivir sin
vincularme. Y tal vez prefiero llegar a herir sin pretenderlo, antes que no
amar pasando de puntillas por la vida.
Escondido en mi guarida, olvidado entre mis muros. Me veo siempre ante esa
disyuntiva: o amo más hiriendo más al mismo tiempo, haciendo daño o siendo yo
dañado, o amo menos hiriendo menos, escondiéndome más y viviendo sin alegría.
Ese juego
constante que se da entre los amantes es el que el alma desea. La vida
es más rica cuando soy capaz de entregarme, de darme, de amar y servir la
vida que se me confía.
Entre aquellos
que abrazan y aquellos que se alejan, opto por el abrazo. ¡Qué
difícil amar sin herir nunca! ¡Qué difícil herir cuando no se ama!
O tal vez sí,
porque la falta de amor daña a quien espera más de mí, más entrega, más amor,
más gestos. Entonces tampoco me sirve esconderme en una cueva. Siempre alguien
se sentirá herido por mi ausencia.
Vuelvo a optar
por el amor, por dar la vida, por exponerme. Aunque hiera y tenga que ser
perdonado o perdonar.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente: Aleteia