Tendría que pasar por alto la ofensa, pero me cuesta mucho. No logro perdonar tan fácilmente. No sé si es mi orgullo o esa herida que tanto me duele
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«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas
veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?». Jesús le contesta: «No
te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». ¿Aunque mi hermano sea reincidente en
el daño? ¿Es eso posible? Perdonar al mismo por lo mismo.
Mi corazón se
resiste al perdón como una fiera salvaje a entrar en el redil. Llevo cuentas
del mal. No quiero perdonar porque no quiere mi alma excusar al que tanto daño
me ha hecho. ¿Y si la ofensa ha sido porque yo esperaba más de él? Puede ser
que la culpa sea mía por esperar lo que no debía. Puse en él expectativas
imposibles.
Siempre
recuerdo ese dicho: «No le pidas peras
al olmo». Tal vez lo hice y sufrí, por no recibir lo que esperaba.
Entonces no hay solución y duele aún más el daño. Porque no tiene arreglo.
Porque lo que yo creía que era de una forma a lo mejor es de otra. No me aman
tanto como yo amo.
El amor es
asimétrico, no puedo olvidarlo. Una de las partes siempre ama más que la otra.
A veces puedo ser yo el que ama más. Otras es el otro el que más me ama. No
quiero buscar el equilibrio perfecto, no existe.
Pero duele
ver que no me buscan tanto como yo los busco. No desean estar conmigo tanto
como yo lo deseo. Entonces sufro porque la realidad no se adapta a mis sueños.
¿Es culpa mía? ¿Es culpa de los otros? Tal vez sería más feliz si no me
sintiera herido de esa forma al dejarme llevar por mis expectativas.
Ese daño que experimento me hace perder la
paz. Pero no tiene sentido sufrir por lo que no puedo cambiar. No puedo
obligar a nadie a que me quiera más. Pero aún así el daño
permanece en mi corazón. ¿Puedo perdonarlo? No es sencillo. La decepción, la
indignación, la impotencia llenan el alma.
También puede
ser que me hayan hecho daño a sabiendas, con maldad, con críticas y juicios,
difamándome. Me han hecho daño porque no me aman, no me quieren, me tienen
envidia o simplemente no soy importante para el que me ha herido. He sido
víctima por sus actos llenos de rabia, odio o indiferencia. Es más difícil aún
el perdón. Pienso que no se lo merece. Y mi alma se llena de ira y quiero la
venganza. No quiero exculpar sus actos malvados.
Pero hoy
escucho: «Rencor e ira también son
detestables, el pecador los posee. Perdona la ofensa a tu prójimo y, cuando
reces, tus pecados te serán perdonados. No guardes rencor a tu prójimo;
acuérdate de la alianza del Altísimo y pasa por alto la ofensa».
Estas
palabras me desconciertan. La ira y el deseo de venganza me matan por dentro.
Tendría que pasar por alto la ofensa, pero me cuesta mucho. No logro perdonar
tan fácilmente. No sé si es mi orgullo o esa herida que tanto me duele. Es
verdad que deseo la paz que trae consigo el perdón, pero no es tan sencillo
perdonar.
El perdón me libera de la cárcel de
sufrimiento en el que vivo por mi rencor. Cuando mi corazón no olvida y la
rabia vuelve a surgir muy dentro cada vez que recuerdo lo ocurrido. Acaricio mi
piel herida y sufro. No me basta que me pidan perdón de rodillas, una y mil
veces.
No acepto
perdonar porque me siento mejor así, creo que así el que me ofende está más
atado a mí, pero no es verdad. Se me olvida lo más importante, cuando perdono
lo hago por egoísmo, por mí mismo. Porque yo necesito liberarme de la prisión
del rencor. Necesito tener paz y no vivir atormentado.
Pero a veces
parece que lo que deseo es la misma muerte del que me ha herido y roto la vida.
Quiero que sufra lo que yo he sufrido, pero eso no es posible. Yo
también causo daño a otros. Yo no soy tan inocente. Y si no lo veo es que estoy
ciego. Soy torpe y no logro ver las consecuencias de mis
actos. Y si yo no perdono a mi prójimo, ¿qué queda para mí?
Mi corazón se
resiste al perdón de forma inmadura. Me gustaría poseer un corazón nuevo que
sepa perdonar al que me hiere. Me falta mucho amor en el alma. Me cuesta
perdonar al que repite el daño una y otra vez. Un reincidente en el mal no
merece perdón.
Tengo claro
que sólo el perdón me sana por dentro y me libera de todas mis cadenas. El
perdón humilde. El perdón que es don de
Dios.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia