Vivir
el “hoy y ahora”
Hoy,
en “Teología para Millennials”, el sacerdote mexicano Mario
Arroyo Martínez, reflexiona sobre las carencias de origen que posee
la expresión “ahora que pase todo esto” utilizada con respecto a la situación
de pandemia que estamos viviendo, que deseamos que sea provisional.
“La
provisionalidad, la incertidumbre, el deseo de que todo esto pase, distrae
nuestra mirada de la realidad, nos lleva a poner la atención en un futuro
incierto e indeterminado, quitándola de lo único real: el presente”, señala el
padre, y nos impide vivir el “hoy y ahora”.
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Algunas
expresiones tienen éxito, se fraguan en un contexto preciso y rápidamente se
generaliza su uso, “ahora que pase todo esto” es una de ellas. Quiere expresar
el comprensible deseo que “pase todo esto” y podamos retomar nuestra vida
normal. Aneja a ella, en lo que eso sucede, se ha fraguado otra correlativa:
“la nueva normalidad”, la cual denota la situación provisional producida
mientras conseguimos que “pase todo esto”. El uso de tales expresiones es
legítimo y comprensible, pero denota una cierta carencia de origen, ¿cuál es?
Vivimos
ahora en una lacerante situación de provisionalidad, doblemente dolorosa, pues
no tiene contornos bien determinados, no sabemos cuándo “va a pasar todo esto”,
no podemos señalar con precisión el fin de la pandemia y esa variable juega en
contra de nuestras previsiones y nuestra esperanza. Esto ha generado
situaciones inusuales, incómodas, dolorosas. Piénsese, por ejemplo, en la
cantidad de matrimonios que no han podido realizarse, y que han visto pospuesta
la fecha de boda una y otra vez. Casarse es algo serio e importante, y de la
nada muchas parejas, ya con todo armado, han tenido que posponer un año la
celebración, en la esperanza de que después de ese lapso de tiempo, “haya
pasado todo esto” y puedan realizar su noble propósito.
Algunos,
que buscan seguir fielmente la ley divina, se han visto compelidos a posponer
indefinidamente su deseo de estar juntos, lo que encierra cierta dosis de
heroicidad, otros, menos convencidos, han iniciado la convivencia, a veces con
dolosos conflictos de conciencia.
A
ello podríamos añadir muchísimas realidades: negocios frustrados, graduaciones
virtuales, grandes eventos familiares cancelados, empleos perdidos con pocas
esperanzas de conseguir otro pronto y un largo etcétera, ¡todos queremos que
pase todo esto! Deseo comprensible y, desde una perspectiva de fe, motivo de
nuestra incesante petición a Dios. Pero, bien mirado, encierra una cierta
“carencia teológica”, un error de apreciación. La provisionalidad, la
incertidumbre, el deseo de que todo esto pase, distrae nuestra mirada de la
realidad, nos lleva a poner la atención en un futuro incierto e indeterminado,
quitándola de lo único real: el presente.
¿Por
qué es una “inexactitud teológica”? Por dos motivos: Dios es eterno, está en un
presente continuo, a Dios lo encontramos en la realidad, en el presente. En
segundo lugar, porque a su Providencia no le cuadran las provisionalidades, no
hay “errores en el sistema”, y cuenta con nuestra situación real, por
extraordinaria que parezca, como parte de nuestro camino hacia Él. Es en
nuestra situación real, presente, concreta, donde encontramos a Dios, en ella
Él nos espera. En esa realidad y no en otra hipotética o posterior es donde le
podemos servir y encontrar nuestro camino, Dios cuenta con esta situación
extraordinaria. No es algo sin sentido, o algo que tenemos que esperar
necesariamente a que pase; por el contrario, es nuestra tarea actual y nuestro
lugar de encuentro con Dios.
Eso
quiere decir que una parte importante de nuestro camino hacia la santidad viene
determinada por cómo vivimos esta situación extraordinaria. Dios, en su
Providencia, ha contado con ella como parte de nuestra biografía y como parte
del proceso de purificación del mundo. Es una realidad a través de la cual
podemos crecer interiormente, desprendernos de lo superfluo, vivir más
generosamente, e incluso más heroicamente nuestra fe. Se trata de ver a Dios
que nos llama en nuestra situación real, por incómoda que sea y, más que algo
sin sentido y que hayamos de superar o simplemente esperar que pase,
descubrirla como un desafío, como una oportunidad.
Humanamente
hablando, algunos han aprovechado la crisis para crecer. Hace poco salía a la
luz, por ejemplo, que el hombre más rico del mundo, Jeff Bezos, había
incrementado su fortuna hasta alcanzar 204 mil millones de dólares. Había
capitalizado la crisis como una oportunidad de crecimiento. Con visión
sobrenatural, con ojos de fe, podemos capitalizarla también y ver en ella la
oportunidad de crecer en santidad y en unión con Dios, vivir el “hoy y ahora”,
vivirla intensamente y dar lo mejor de nosotros mismos a través de ella. A Dios
lo encontramos y lo servimos “ahora”, no “ahora que pase todo esto”.
Mario
Arroyo Martínez
Fuente:
Zenit






