¿Qué tal estás?
¿Cómo te va? Y sigo mi camino con miedo a que mi pregunta traiga respuestas
largas y tediosas. No quiero perder el tiempo, no quiero
quedarme a escuchar. Como una persona me decía con cierto
sarcasmo: «¿Te
digo que bien o te lo cuento?».
Hay preguntas
que hago sin el deseo de escuchar las respuestas. Me
asusta el poder de una pregunta. Y quizás no deseo escuchar lo que me van a
contestar.
Una pregunta puede abrir un abismo escondido dentro del alma. Y
desatar una cascada, un huracán, un fuego que pueda arrasarlo todo, como lava
de volcán. Puede brotar un oleaje de mar que me lleve lejos de la orilla.
Me asustan las
preguntas lanzadas al viento que desatan tempestades ocultas, miedos olvidados,
historias calladas. En mi propia alma o en el alma de los que están cerca.
Obvio las preguntas.
¿Cómo te encuentras de verdad? No quiero saberlo, no quiero
tener que cambiar, no quiero que otros cambien. Y entonces sigo haciendo
preguntas sin detenerme a escuchar.
¿No quiero
saber de verdad cómo se encuentra aquel a quien amo? Sí y no al mismo tiempo.
Pero mi silencio puede llevar a que un día estalle y me lo eche en cara:
«Nunca me has preguntado cómo me encuentro. No quieres saber cómo
estoy. No sabes qué me preocupa, qué me inquieta, qué me duele».
Me asustan
esas preguntas cuya respuesta temo. Me asusta tener que hacerme cargo de lo que
habita en el alma de las personas a las que quiero, con las que convivo.
Preguntar tiene sus riesgos. No preguntar es peor y mi
silencio me acaba acusando. No quiero que me molesten, que me cambien los
planes, que me inquieten. Y entonces callo y no pregunto.
Otras veces mis preguntas pueden tener un fin acusatorio o perseguir
segundas intenciones.
Como la que le
hicieron una vez a Jesús:
«Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios
conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente
sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?».
Son preguntas
que persiguen feas intenciones. Quieren que Jesús conteste y se arriesgue, y
diga lo que está mal, lo que no corresponde.
En mi vida yo
caigo en esas preguntas con otros. Les pregunto para ponerlos a prueba, para
cuestionar su fidelidad, para poder acusarlos, para ver si aman tanto a quien
dicen amar.
No soy
transparente, soy culpable con mis preguntas. Tengo
intenciones impuras en mi alma. Busco que el que responde
caiga en las redes de mi trampa.
Quiero que diga
lo incorrecto o simplemente diga la verdad y se acabe acusando a sí mismo.
Pierdo la inocencia. En realidad no quiero saber la verdad.
Puede pasarme
que deseo el mal de otros y busco que se acusen, que den un mal paso, que se
equivoquen en su opinión, en sus palabras, en sus gestos.
Deseo que mis
preguntas desaten su perdición. No quiero conocer la verdad. En mi
pregunta ya estoy acusando.
Ellos no
querían saber si estaba mal o bien pagar el impuesto al César. No era su
intención.
Antes de hacer
la pregunta adulan a Jesús con palabras suaves, acarameladas. Halagando buscan
ocultar su malicia. Dicen verdades llenas de dulzura y así disimulan sus feas
intenciones. Y Jesús ve en sus corazones.
No cae en su
juego. No se deja engañar por sus palabras. Jesús lee entre líneas. Sabe ver
debajo del agua las intenciones de los hombres. No va a caer en lo que ellos desean. Y
responde astutamente.
Me llama la
atención su mirada ante la trampa que le tienden. Les llama hipócritas y pone
en sus manos la respuesta que pretenden.
Pero no es tan
claro, es más astuto y lo dice de tal manera que no podrán acusarlo ante el
César, ni dejarlo en entredicho frente al pueblo que odia al César. Jesús no
cae en su trampa.
Tampoco se altera al ver las intenciones con las que le buscan.
Está acostumbrado a la oscuridad de ciertos corazones y responde con paz.
No se altera,
no se indigna. Me gusta la paz interior de Jesús cuando lo que desean a su
alrededor es su muerte, su condena.
Me da miedo
ser un manipulador y perseguir segundas intenciones con mis actos. No ser
claro, no ser trasparente. Me asusta aparentar una cosa distinta de la que
pretendo.
No quiero
ocultar la verdad que me mueve. Quiero ser más ingenuo, más niño. Ir con la
verdad por delante. Manifestar mis deseos sin ocultarlos en falsas apariencias.
Si quiero algo lo digo. Si no lo quiero lo expreso.
No quiero
pecar de falsa modestia o pudor. No quiero que los demás vean en mí lo que no
soy, lo que no pienso ni deseo.
No quiero
actuar con dobles intenciones. Ceder mi puesto a alguien porque yo busco otro
puesto. No quiero preguntar sin la intención de querer saber la verdad. No
quiero preguntar sin el deseo de aprender.
Tengo miedo de
ser un manipulador. Buscando que se cumplan mis deseos sin desvelar la
intención que persiguen mis actos. Quiero que la verdad vaya siempre por
delante en mi vida.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia