Gratitud, profecía, esperanza
Se trata del tercer centenario (22
de noviembre de 2020 – 1 de enero de 2020) de este Instituto, cuyo tema es
“Renovar nuestra misión: gratitud, profecía, esperanza”.
En este jubileo, el Santo Padre se une espiritualmente
a “vuestra alegría por el don de la vocación recibida para vivir y proclamar la
memoria de la Pasión de Cristo, haciendo del misterio pascual el centro de
vuestra vida”.
Nuevos objetivos apostólicos
Para Francisco, el carisma de los Pasionistas “es
una irradiación del amor salvífico que brota del misterio trinitario, se revela
en el amor al Crucificado (cf. Exhortación Apostólica Vita consecrata 17-19.
23), se derrama sobre una persona elegida por la Providencia y se extiende en
una comunidad determinada, para implantarse en la Iglesia en respuesta a
necesidades particulares de la historia”.
“Esta importante conmemoración del centenario
representa una oportunidad providencial para emprender nuevos objetivos
apostólicos, sin ceder a la tentación de ‘dejar las cosas como están’”.
(Ap. Evangelii gaudium, 25)”, expresa el mensaje.
Testimonio de la identidad
“La humanidad se encuentra en la espiral de
cambios que ponen en tela de juicio no sólo el valor de las corrientes
culturales que la han enriquecido hasta ahora, sino incluso la íntima
constitución de su ser”, describe el Papa, a la vez que les indica: “Se os pide
que identifiquéis nuevos estilos de vida y nuevas formas de lenguaje para
proclamar el amor del Crucificado, dando así testimonio del corazón de vuestra
identidad”.
A este respecto, el Papa se reconoce conocedor de
las reflexiones de la Congregación durante el Capítulo, que “os han llevado al
compromiso de renovar vuestra misión, centrándoos en tres caminos: la gratitud,
la profecía y la esperanza”.
Compromiso con la humanidad
Igualmente, el Pontífice espera que los miembros
del citado Instituto “se sientan ‘marcados a fuego’ por la misión enraizada en
la memoria passionis” y recordó que su fundador, San Pablo de la
Cruz, “define la Pasión de Jesús como ‘la obra más grande y más bella del amor
de Dios’ (Cartas II, 499)”.
“No os canséis de acentuar vuestro compromiso con
las necesidades de la humanidad. Que esta preocupación misionera se dirija
sobre todo a los crucificados de nuestro tiempo: los pobres, los débiles, los
oprimidos y los descartados por las múltiples formas de injusticia”, deseó el
Obispo de Roma.
“No es posible, en efecto, convencer a los demás
del amor de Dios sólo a través de un anuncio verbal e informativo”, por ello,
“se necesitan gestos concretos que hagan experimentar ese amor en nuestro mismo
amor que se entrega compartiendo las situaciones crucificadas, incluso gastando
nuestra vida hasta el final, aunque quede claro que entre el anuncio y su
aceptación en la fe corre la acción del Espíritu Santo”, subrayó.
A continuación, sigue el mensaje completo del
Papa.
***
Mensaje del Santo Padre
Al Reverendo Padre Joachim REGO C.P.
Superior General
Congregación de la Pasión de Jesucristo
(Pasionistas)
Las celebraciones jubilares del tercer centenario
de vuestra congregación me ofrecen la ocasión de unirme espiritualmente a
vuestra alegría por el don de la vocación recibida para vivir y proclamar la
memoria de la Pasión de Cristo, haciendo del misterio pascual el centro de
vuestra vida (cf. Constituciones 64). Este carisma vuestro, como
todos los carismas de la vida consagrada, es una irradiación del amor salvífico
que brota del misterio trinitario, se revela en el amor al Crucificado
(cf. Exhortación
Apostólica Vita consecrata 17-19. 23), se derrama sobre una persona
elegida por la Providencia y se extiende en una comunidad determinada, para
implantarse en la Iglesia en respuesta a necesidades particulares de la
historia. Para que el carisma perdure en el tiempo, es necesario hacer que se
adapte a las nuevas exigencias, manteniendo viva la fuerza creadora de los
comienzos.
Esta importante conmemoración del centenario representa una oportunidad providencial para emprender nuevos objetivos apostólicos, sin ceder a la tentación de “dejar las cosas como está”. (Ap. Evangelii gaudium, 25). El contacto con la Palabra de Dios en la oración y la lectura de los signos de los tiempos en los acontecimientos cotidianos os hará capaces de percibir el soplo creativo del Espíritu que alienta en el tiempo, señalando las respuestas a las expectativas de la humanidad.
No se le escapa a
nadie que vivimos hoy en un mundo donde nada es como antes. La humanidad se
encuentra en la espiral de cambios que ponen en tela de juicio no sólo el valor
de las corrientes culturales que la han enriquecido hasta ahora, sino incluso
la íntima constitución de su ser. La naturaleza y el cosmos, sometidos al dolor
y a la caducidad por la manipulación humana (cf. Rom 8:20), adquieren
preocupantes rasgos degenerativos. A vosotros también se os pide que
identifiquéis nuevos estilos de vida y nuevas formas de lenguaje para proclamar
el amor del Crucificado, dando así testimonio del corazón de vuestra identidad.
A este respecto, he sabido que vuestras recientes reflexiones durante el Capítulo os han llevado al compromiso de renovar vuestra misión, centrándoos en tres caminos: la gratitud, la profecía y la esperanza. La gratitud es la experiencia que vive el pasado con la actitud del Magnificat y camina hacia el futuro con una actitud eucarística. Vuestra gratitud es el fruto de la memoria passionis. Quien se sumerge en la contemplación y está comprometido en el anuncio del amor que se entrega por nosotros en la Cruz, se convierte en su prolongación en la historia, y su vida se realiza y es feliz. La profecía es pensar y hablar en el Espíritu. Esto es posible para aquellos que viven la oración como el aliento del alma, y pueden captar los gestos del Espíritu en lo profundo de los corazones y en toda la creación. Entonces la palabra anunciada siempre se adapta a las necesidades del presente.
Que la memoria passionis os
haga profetas del amor del Crucificado en un mundo que está perdiendo el
sentido del amor. La esperanza es ver en la semilla que muere la espiga que
rinde el treinta, el sesenta, el cien por ciento. Se trata de percibir que en
vuestras comunidades religiosas y parroquiales, cada vez más menguadas,
continúa la acción generadora del Espíritu, que nos hace estar seguros de la
misericordia del Padre que no nos abandona. La esperanza es regocijarse por lo
que hay, en lugar de quejarse por lo que falta. En cualquier caso, no os dejéis
«robar la alegría de la evangelización» (Exhortación Apostólica, Ap. Evangelii
gaudium 83)
Espero que los miembros de vuestro Instituto se sientan “marcados a fuego” (ibíd., 273) por la misión enraizada en la memoria passionis. Vuestro fundador, San Pablo de la Cruz, define la Pasión de Jesús como «la obra más grande y más bella del amor de Dios» (Cartas II, 499). Sentía que dicho amor ardía y quería incendiar el mundo con su actividad misionera personal y la de sus compañeros. Es muy importante recordar que “la misión es una pasión por Jesús, pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo.
Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su
amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos,
empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de
cariño y de ardor hacia todo su pueblo. Así redescubrimos que Él nos quiere
tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado. Nos
toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra
identidad no se entiende sin esta pertenencia”. (Exhortación Apostólica
Evangelii gaudium, 268).
Mientras que como Cabeza nuestro Salvador ha resucitado y ya no muere, en su cuerpo – que místicamente es la Iglesia, pero misteriosamente es también cada ser humano con el que se ha unido de alguna manera en la Encarnación (cf. Constitución Apostólica Gaudium et Spes, 22) – todavía sufre y muere. No os canséis de acentuar vuestro compromiso con las necesidades de la humanidad. Que esta preocupación misionera se dirija sobre todo a los crucificados de nuestro tiempo: los pobres, los débiles, los oprimidos y los descartados por las múltiples formas de injusticia.
La
realización de esta tarea requerirá por vuestra parte un sincero esfuerzo de
renovación interior que proviene de la relación personal con el
Crucificado-Resucitado. Sólo quien es crucificado por el amor, como lo fue
Jesús en la Cruz, es capaz de socorrer a los crucificados de la historia con
palabras y acciones eficaces. No es posible, en efecto, convencer a los demás
del amor de Dios sólo a través de un anuncio verbal e informativo. Se necesitan
gestos concretos que hagan experimentar ese amor en nuestro mismo amor que se
entrega compartiendo las situaciones crucificadas, incluso gastando nuestra
vida hasta el final, aunque quede claro que entre el anuncio y su aceptación en
la fe corre la acción del Espíritu Santo.
La Madre del Crucificado-Resucitado, figura de la
Iglesia, Virgen que escucha, reza, ofrece y genera vida, es la memoria
permanente de Jesús, especialmente de su Pasión. Os encomiendo a ella e
invocando la intercesión de vuestro fundador, San Pablo de la Cruz, y de los
santos y beatos pasionistas, imparto de corazón la Bendición Apostólica a toda
la familia pasionista y a todos los que participarán en las diversas
celebraciones de vuestro solemne Jubileo.
Roma, San Juan de Letrán, 15 de octubre de 2020
FRANCISCO
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Larissa I. López
Fuente: Zenit