El liturgista italiano Enrico Finotti responde a una lectora de Aleteia
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| Marko Vombergar-ALETEIA |
Dicho esto, prosigue Finotti, “es
también necesario solicitar la formación del lector, que se extiende a tres
aspectos fundamentales”. Por tanto, estas son las tres reglas fundamentales
para los lectores en la misa:
1 LA FORMACIÓN BÍBLICO-LITÚRGICA
“El lector debe tener al menos un
conocimiento mínimo de la Sagrada Escritura: estructura, composición, número y
nombre de los libros sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento, sus principales
géneros literarios (histórico, poético, profético, sapiencial, etc.). Quien
sube al ambón debe saber lo que va a hacer y qué tipo de texto va a proclamar.
Además, debe tener una suficiente
preparación litúrgica, distinguiendo los ritos y sus partes y sabiendo el
significado del propio papel ministerial en el contexto de la liturgia de la
palabra.
Al lector corresponde no sólo la
proclamación de las lecturas bíblicas, sino también la de las intenciones de la
oración universal y otras partes que le señalen en los diversos ritos
litúrgicos”.
2 LA PREPARACIÓN TÉCNICA
El lector debe saber cómo acceder
y estar en el ambón, cómo usar el micrófono, cómo usar el leccionario, cómo
pronunciar los diversos nombres y términos bíblicos, de qué modo proclamar los
textos, evitando una lectura apagada o demasiado enfática.
Un lector no puede llegar a la
celebración tarde o con el tiempo justo, sino con anticipación suficiente para
prepararse los textos que va a proclamar. Debe también ocupar un lugar cercano,
dentro de la asamblea, y saber cuándo debe levantarse y retirarse. Si tiene
dudas, debe consultar y atenerse al respecto a las instrucciones del acólito o
del propio sacerdote.
Debe tener clara conciencia de
que ejerce un ministerio público ante la asamblea litúrgica: su proclamación
por tanto debe ser oída por todos. Debe levantar la voz y pronunciar con
claridad y concisión.
El Verbum Domini con el
que termina cada lectura no es una constatación (Esta es la Palabra de Dios),
sino una aclamación llena de asombro, que debe suscitar la respuesta agradecida
de toda la asamblea (Deo gratias).
3 LA FORMACIÓN ESPIRITUAL
La Iglesia no encarga a actores
externos el anuncio de la Palabra de Dios, sino que confía este ministerio a
sus fieles, en cuanto que todo servicio a la Iglesia debe proceder de la fe y
alimentarla.
El lector, por tanto, debe
procurar cuidar la vida interior de la Gracia y predisponerse con espíritu de
oración y mirada de fe.
Esta dimensión edifica al pueblo
cristiano, que ve en el lector un testigo de la Palabra que proclama. Esta,
aunque es eficaz por sí misma, adquiere también, de la santidad de quien la
transmite, un esplendor singular y un misterioso atractivo.
Del cuidado de la propia vida
interior del lector, además que del buen sentido, dependen también la propiedad
de sus gestos, de su mirada, del vestido y del peinado.
El ministerio del lector implica
una vida pública conforme a los mandamientos de Dios y las leyes de la Iglesia.
Leer en misa es un honor, no un
derecho
Esta triple preparación, precisa
el liturgista, “debería constituir una iniciación previa a la asunción de los
lectores, pero después debería seguir siendo permanente, para que no se relajen
las costumbres. Esto vale para los ministros de cualquier grado y orden.
Será finalmente muy útil para él
mismo y para la comunidad que todo lector tenga el valor de verificar si siguen
estando en él todas estas cualidades, y si disminuyeran, saber renunciar con
honradez.
Realizar este ministerio es
ciertamente un “honor” y en la Iglesia siempre lo ha considerado así. Sin
embargo, concluye, no se puede acceder a él a toda costa, ni debe ser
considerado un derecho, sino un servicio en pro de la asamblea litúrgica, que
no puede ejercerse sin las debidas habilitaciones, por el honor de Dios, el
respeto a Su pueblo y la eficacia misma de la liturgia.
Gelsomino
del Guercio
Fuente: Aleteia






