¿Dios
puede llamar a algunos a permanecer solteros?
Existe
la vocación al amor. Todos estamos llamados al amor. Evidentemente, esta
vocación al amor se declina para cada uno en una modalidad concreta: el
matrimonio o la virginidad. En sentido estricto, no hay una vocación a la
soltería.
Pero
muchos chicos sí querrían casarse y formar una familia…
Está
claro que el deseo de comunión es universal. Benedicto XVI decía que todo
hombre tiene el deseo de una casa, de un hogar. El propio Sínodo habla de un
deseo de familia. ¿Qué ocurre? Este deseo hay que concretarlo. Hoy vivimos una
gran crisis de la promesa y de la temporalidad. Los jóvenes encuentran gran
dificultad para entrar en las relaciones, en los vínculos fuertes y estables.
No basta proyectarse en las personas o en relaciones ideales; hay que
desmitificar la figura del príncipe azul: no existe, hay personas concretas,
con cualidades y defectos. No hay que idealizar a nadie, sino aprender a prometer.
¿Qué
decir entonces a una persona que sufre por estar soltera?
Lo
primero que les diría es que ya están viviendo su vocación filial. Es
comprensible el sufrimiento de aquellos que ven cómo van pasando los años y no
concretan la promesa esponsal de su vocación. Dios nos promete a cada uno un
amor pleno, al que vamos gradualmente respondiendo, sin angustias ni temores.
Este
plan no está preestablecido desde el principio de los tiempos, para que se
cumpla sí o sí. No, Dios nos ama primero, y en la trama de la vida se va
entretejiendo esa respuesta, en diálogo con el Señor y con los demás. Por eso
hay que estar atento, para reconocer Su presencia en las mediaciones humanas y
poder realizar la promesa del amor para siempre.
Sobre
este tema de la vocación hay dos peligros: el primero es interpretar el amor
como una intensa atracción emotiva hacia otra persona; y el segundo es entender
la vocación como un oficio, una función que Dios nos encomienda y que debemos
cumplir.
¿Pueden
tener, en cualquier caso, una vida fecunda?
Por
supuesto que sí. La experiencia originaria humana a la que nos ha llamado Dios
es la de ser hijos. Desde ella se aspira a ser esposos y ser padres.
La
fecundidad es la sobreabundancia de un amor pleno, y ellos también pueden vivir
esta plenitud. El amor verdadero siempre es fecundo. Una persona soltera puede
cuidar a sus padres, a sus abuelos, a sus sobrinos…, o ayudar en la catequesis
de la parroquia, o en una ONG como voluntario, ser un gran profesional… Así se
puede vivir plenamente el amor filial y tener una vida fecunda muy concreta.
Los matrimonios descubren que en la continencia hay también una misteriosa
fecundidad; los sacerdotes en el celibato, los religiosos en la virginidad. La
fecundidad tiene su origen en el Espíritu Santo y encuentra en el misterio
doloroso de la Cruz y en el glorioso de la Resurrección su fuente primera.
¿Qué
puede hacer la Iglesia?
Es
muy conveniente promover encuentros con personas concretas. No se puede decir:
Tengo vocación al matrimonio pero aún no he encontrado a la persona adecuada.
Esa persona no es un detalle menor, sino que es la esencia de la vocación al
amor: ¿A quién me voy a entregar? En este sentido, hay un buen trabajo que
hacer con los jóvenes en la llamada preparación próxima, promoviendo también
encuentros verdaderos entre ellos. Es una oportunidad preciosa dentro de la
Iglesia, para integrar la pastoral juvenil con la pastoral matrimonial y
familiar.
¿Y
cómo pueden ayudar los matrimonios?
Los
cónyuges son, sobre todo, testigos de un amor grande y hermoso: el amor de
Cristo a su Iglesia. Los matrimonios que viven del amor que reciben de Dios y
lo comunican se convierten en testimonio vivo y creíble. Eso tiene un gran
poder de atracción. Ese testimonio es importantísimo para que otros puedan
recorrer su propio camino vocacional, para que puedan decir: Yo quiero vivir
así.
Por:
Juan Luis Vázquez Díaz
Fuente: Catholic.net