“Reconstruir mejor”
![]() |
Con respecto al tema de este año
“Reconstruir mejor: hacia un mundo post COVID-19 que incluya la discapacidad,
accesible y sostenible”, el Santo Padre comenta: “Me llama la atención la
expresión ‘reconstruir mejor’; evoca la parábola evangélica de la casa
construida sobre roca o sobre arena”.
La cultura del descarte
Por ello, realiza su reflexión
siguiendo esa parábola, a través de tres 3 puntos. El primero de ellos es “La
amenaza de la cultura del descarte”, representados por la “lluvia”, los “ríos”
y los “vientos” del pasaje evangélico.
Y esta afecta especialmente a los
sectores más frágiles, entre los que se encuentran las personas con
discapacidad. Aunque la conciencia de la dignidad de la persona ha aumentado,
todavía subsisten “expresiones que contradicen de hecho este enfoque. Debido
también a una mentalidad narcisista y utilitarista, se constatan actitudes de
rechazo que conducen a la marginación, sin considerar que,
inevitablemente, la fragilidad pertenece a todos”.
Por lo tanto, es importante,
“especialmente en este Día, promover unacultura de la vida, que afirme
continuamente la dignidad de cada persona, en particular en defensa de los
hombres y mujeres con discapacidad, de cualquier edad y condición social”.
La “roca” de la inclusión
En segundo lugar, para el Papa,
“una primera ‘roca’ sobre la que se deba edificar nuestra casa es la inclusión”.
Esta “debería ser la ‘roca’ sobre la que las instituciones civiles construyan
programas e iniciativas, para que nadie quede excluido, especialmente quienes
se encuentran en mayor dificultad”, pues “la fuerza de una cadena depende del
cuidado que se dé a los eslabones más débiles”.
Respecto a las instituciones
eclesiales, el Pontífice reitera “la exigencia de disponer de instrumentos
adecuados y accesibles para la transmisión de la fe” y desea “que se
pongan a disposición de quienes los necesitan, en cuanto sea posible
gratuitamente, incluso a través de las nuevas tecnologías”.
También alienta a que exista
“una formación ordinaria para sacerdotes, seminaristas, religiosos,
catequistas y agentes de pastoral, sobre la relación entre la discapacidad y el
uso de instrumentos pastorales inclusivos. Que las comunidades parroquiales se
comprometan a que se desarrolle en los fieles el estilo de acogida hacia las
personas con discapacidad”.
La “roca” de la participación
activa
En tercer lugar, el Sucesor de
Pedro considera que para “reconstruir mejor” nuestra sociedad es necesario que
la inclusión de quienes son más frágiles comprenda también la promoción de su
participación activa”.
De este modo, ante todo, insiste
en “el derecho de las personas con discapacidad a recibir los sacramentos como
los demás miembros de la Iglesia. Todas las celebraciones litúrgicas de la
parroquia deberían ser accesibles, para que cada uno —junto a los hermanos y
hermanas— pueda profundizar, celebrar y vivir la propia fe”.
“Se debe prestar especial
atención a las personas con discapacidad que aún no han recibido los
sacramentos de la iniciación cristiana: estas podrían ser acogidas e incluidas
en el itinerario de catequesis para la preparación a estos sacramentos. La
gracia de la que son portadores no puede ser negada a nadie”, apunta el Obispo
de Roma.
En este sentido, remite a Fratelli
Tutti: “Muchas personas con discapacidad sienten que existen sin pertenecer y
sin participar. Hay todavía mucho que les impide tener una ciudadanía plena. El
objetivo no es sólo cuidarlos, sino que participen activamente en la comunidad
civil y eclesial. Es un camino exigente y también fatigoso, que contribuirá
cada vez más a la formación de conciencias capaces de reconocer a cada
individuo como una persona única e irrepetible” (FT, 98).
Riqueza para las parroquias
Y subraya que, en efecto, “la
participación activa de las personas con discapacidad en la catequesis
constituye una gran riqueza para la vida de toda la parroquia”, ya que
“injertadas en Cristo en el Bautismo, comparten con Él, en su particular
condición, el ministerio sacerdotal, profético y real, evangelizando a
través, con y en la Iglesia”.
Finalmente, el Papa Francisco
desea “que la voluntad común de ‘reconstruir mejor’ pueda desencadenar sinergias entre
las organizaciones tanto civiles como eclesiales, para edificar, contra toda
intemperie, una ‘casa’ sólida, capaz de acoger también a las personas con
discapacidad, porque está construida sobre la roca de la inclusión y
de la participación activa”.
A continuación, sigue el mensaje
completo de Francisco.
***
Mensaje del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas:
La celebración del Día
Internacional de las Personas con Discapacidad me permite este año expresar mi
cercanía a quienes están viviendo situaciones de particular dificultad en esta
crisis causada por la pandemia. Todos estamos en la misma barca en medio de un
mar agitado que puede asustarnos; pero en esta barca a algunos les resulta más
difícil, entre ellos a las personas con discapacidades graves.
El tema de este año es “Reconstruir
mejor: hacia un mundo post Covid-19 que incluya la discapacidad, accesible y
sostenible”. Me llama la atención la expresión “reconstruir mejor”; evoca la
parábola evangélica de la casa construida sobre roca o sobre arena (cf. Mt 7,24-27; Lc 6,47-49).
Por ello, aprovecho esta preciosa ocasión para compartir algunas reflexiones,
siguiendo precisamente esa parábola.
La amenaza de la cultura del descarte
En primer lugar, la “lluvia”, los
“ríos” y los “vientos” que amenazan la casa pueden ser identificados con la
cultura del descarte, difundida en nuestro tiempo (cf. Exhort. ap. Evangelii
gaudium [EG], 53). Para dicha cultura, “partes de la humanidad parecen
sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un sector humano
digno de vivir sin límites. En el fondo no se considera ya a las personas como
un valor primario que hay que respetar y amparar, especialmente si son pobres o
discapacitadas” (Carta enc. Fratelli tutti [FT], 18).
Esa cultura afecta principalmente
a los sectores más frágiles, entre los que se encuentran las personas con
discapacidad. En los últimos cincuenta años se han dado pasos importantes,
tanto en el ámbito de las instituciones civiles como de las realidades eclesiales.
La conciencia de la dignidad de cada persona ha aumentado, lo que ha llevado a
tomar decisiones valientes para la inclusión de cuantos padecen una limitación
física y/o psíquica. Sin embargo, todavía subsisten en el sustrato cultural
demasiadas expresiones que contradicen de hecho este enfoque. Debido también a
una mentalidad narcisista y utilitarista, se constatan actitudes de rechazo que
conducen a la marginación, sin considerar que, inevitablemente, la
fragilidad pertenece a todos. En realidad, hay personas con discapacidades
incluso graves que, aun con gran esfuerzo, han encontrado el camino hacia una
vida buena y rica de significado, como hay muchas otras “normalmente dotadas”
que sin embargo están insatisfechas, o a veces desesperadas. “La vulnerabilidad
pertenece a la esencia del ser humano” (cf. Discurso a los participantes
del Congreso “La catequesis y las personas con discapacidad”, 21 octubre
2017).
Por lo tanto, es importante,
especialmente en este Día, promover una cultura de la vida, que
afirme continuamente la dignidad de cada persona, en particular en defensa de
los hombres y mujeres con discapacidad, de cualquier edad y condición social.
La “roca” de la inclusión
La pandemia que estamos viviendo
ha puesto en evidencia aún más las disparidades y las diferencias que
caracterizan nuestro tiempo, sobre todo en detrimento de los más débiles. “El
virus, si bien no hace excepciones entre las personas, ha encontrado, en su
camino devastador, grandes desigualdades y discriminación. ¡Y las ha incrementado!”
(Catequesis en la Audiencia general, 19 agosto 2020).
Por esta razón, una primera
“roca” sobre la que se deba edificar nuestra casa es la inclusión. Aunque
a veces se abusa de este término, sigue siendo actual la parábola evangélica
del Buen Samaritano (cf. Lc 10,25-37). De hecho, a menudo nos
encontramos en el camino de la vida con personas heridas, que en ocasiones
llevan precisamente los rasgos de la discapacidad y la fragilidad. “La
inclusión o la exclusión de la persona que sufre al costado del camino define
todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos. Enfrentamos
cada día la opción de ser buenos samaritanos o indiferentes viajantes que pasan
de largo” (FT, 69).
La inclusión debería ser la
“roca” sobre la que las instituciones civiles construyan programas e
iniciativas, para que nadie quede excluido, especialmente quienes se encuentran
en mayor dificultad. La fuerza de una cadena depende del cuidado que se dé a
los eslabones más débiles.
Respecto a las instituciones eclesiales,
reitero la exigencia de disponer de instrumentos adecuados y accesibles para
la transmisión de la fe. Además, deseo que se pongan a disposición de quienes
los necesitan, en cuanto sea posible gratuitamente, incluso a través de las
nuevas tecnologías, que han demostrado ser tan importantes para todos en este
período de pandemia. Asimismo, aliento a que exista una formación
ordinaria para sacerdotes, seminaristas, religiosos, catequistas y agentes
de pastoral, sobre la relación entre la discapacidad y el uso de instrumentos
pastorales inclusivos. Que las comunidades parroquiales se comprometan a que se
desarrolle en los fieles el estilo de acogida hacia las personas con
discapacidad. Crear una parroquia plenamente accesible requiere no sólo que se eliminen
las barreras arquitectónicas, sino que los parroquianos asuman sobre todo
actitudes y acciones de solidaridad y servicio hacia las personas con
discapacidad y hacia sus familias. El objetivo está en que lleguemos a dejar de
hablar de “ellos” y lo hagamos sólo de “nosotros”.
La “roca” de la participación activa
Para “reconstruir mejor” nuestra
sociedad es necesario que la inclusión de quienes son más frágiles comprenda
también la promoción de su participación activa.
Ante todo, reitero con fuerza el
derecho de las personas con discapacidad a recibir los sacramentos como
los demás miembros de la Iglesia. Todas las celebraciones litúrgicas de la
parroquia deberían ser accesibles, para que cada uno —junto a los hermanos y
hermanas— pueda profundizar, celebrar y vivir la propia fe. Se debe prestar
especial atención a las personas con discapacidad que aún no han recibido los
sacramentos de la iniciación cristiana: estas podrían ser acogidas e incluidas
en el itinerario de catequesis para la preparación a estos sacramentos. La
gracia de la que son portadores no puede ser negada a nadie.
“En virtud del Bautismo recibido,
cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero. Cada
uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado
de ilustración de su fe, es un agente evangelizador” (EG, 120). Por eso,
también las personas con discapacidad, tanto en la sociedad como en la Iglesia,
piden convertirse en sujetos activos de la pastoral y no sólo en
destinatarios. “Muchas personas con discapacidad sienten que existen sin
pertenecer y sin participar. Hay todavía mucho que les impide tener una
ciudadanía plena. El objetivo no es sólo cuidarlos, sino que participen
activamente en la comunidad civil y eclesial. Es un camino exigente y también
fatigoso, que contribuirá cada vez más a la formación de conciencias capaces de
reconocer a cada individuo como una persona única e irrepetible” (FT, 98). En
efecto, la participación activa de las personas con discapacidad en la catequesis
constituye una gran riqueza para la vida de toda la parroquia. Estas, en
efecto, injertadas en Cristo en el Bautismo, comparten con Él, en su particular
condición, el ministerio sacerdotal, profético y real, evangelizando a
través, con y en la Iglesia.
Por consiguiente, también la
presencia de personas con discapacidad entre los catequistas, según sus propias
capacidades, representa un recurso para la comunidad. En este sentido, es
preciso favorecer su formación, para que puedan adquirir además una preparación
más avanzada en el campo teológico y catequético. Espero que en las comunidades
parroquiales sean cada vez más, las personas con discapacidad que puedan
convertirse en catequistas, para transmitir la fe de manera eficaz, también con
su propio testimonio (cf. Discurso a los participantes del Congreso “La
catequesis y las personas con discapacidad”, 21 octubre 2017).
“Peor que esta crisis, es
solamente el drama de desaprovecharla” (Homilía en la Solemnidad de Pentecostés,
31 mayo 2020). Por eso, animo a cuantos, cada día y a menudo en el silencio, se
sacrifican en favor de las situaciones de fragilidad y discapacidad. Que la
voluntad común de “reconstruir mejor” pueda desencadenar sinergias entre
las organizaciones tanto civiles como eclesiales, para edificar, contra toda
intemperie, una “casa” sólida, capaz de acoger también a las personas con
discapacidad, porque está construida sobre la roca de la inclusión y
de la participación activa.
Roma, San Juan de Letrán, 3 de
diciembre de 2020
FRANCISCO
© Librería Editora Vaticana
Larissa I. López
Fuente: Zenit






