19 Sábado de
la III semana de Adviento
Evangelio según Lucas 1, 5-25
En los días de
Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, del turno de
Abías, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel.
Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y
leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de
edad avanzada.
Una vez que Zacarías oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según
la costumbre de los sacerdotes, le tocó en suerte a él entrar en el santuario
del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando
durante la ofrenda del incienso.
Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso.
Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor.
Pero el ángel le dijo:
«No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu
mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de
alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los
ojos del Señor: no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en
el vientre materno, y convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá
delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, “para convertir los
corazones de los padres hacia los hijos”, y a los desobedientes, a la sensatez
de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto».
Zacarías replicó al ángel:
«¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer
es de edad avanzada».
Respondiendo el ángel, le dijo:
«Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido
enviado para hablarte y comunicarte esta buena noticia. Pero te quedarás mudo,
sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis
palabras, que se cumplirán en su momento oportuno».
El pueblo, que estaba aguardando a Zacarías, se sorprendía de que tardase tanto
en el santuario. Al salir no podía hablarles, y ellos comprendieron que había
tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas, porque seguía
mudo.
Al cumplirse los días de su servicio en el templo, volvió a casa. Días después
concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir de casa cinco meses, diciendo:
«Esto es lo que ha hecho por mí el Señor, cuando se ha
fijado en mí para quitar mi oprobio ante la gente».
PALABRAS DEL
SANTO PADRE
Hay una cuna vacía aquí, podemos mirarla. Puede ser un símbolo de esperanza porque el Niño vendrá, puede ser un objeto de museo, vacía toda la vida. Nuestro corazón es una cuna. ¿Cómo es mi corazón? ¿Está vacío, siempre vacío, o está abierto para recibir y dar vida continuamente? ¿Para recibir y ser fructuoso? ¿O es un corazón conservado como un objeto de museo que nunca ha estado abierto a la vida y a dar la vida? (Santa Marta 19 de diciembre 2017)
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