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El Santo Padre presidió la Eucaristía en el altar de la cátedra de
la Basílica de San Pedro con la asistencia de pocos fieles debido a las medidas
sanitarias cautelares provocadas por el COVID-19.
Como es tradición, al inicio de la celebración el Pontífice se
detuvo en silencio orante ante la imagen del Niño Jesús y después de la
proclamación del Evangelio por parte de un diácono, un cantante de la capilla
sixtina cantó el anuncio de la próxima Pascua que será el 4 de abril de 2021.
Durante su homilía, el Papa Francisco reflexionó en la narración del pasaje del Evangelio de San Mateo que relata el momento en que “los magos, cuando llegaron a Belén, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron”.
En esta línea, el Santo Padre reconoció que “adorar al Señor no
es fácil, no es un hecho inmediato: exige una cierta madurez espiritual, y es
el punto de llegada de un camino interior, a veces largo” y añadió que “el ser
humano necesita adorar, pero corre el riesgo de equivocar el objetivo” porque
“si no adora a Dios adorará a los ídolos, no hay un punto intermedio, o Dios
o los ídolos, para usar las palabras de un autor francés: ‘quien no adora a
Dios, adora al diablo’ y en vez de creyente se volverá idólatra. Y esto es
así”.
De este modo, el Papa subrayó la necesidad de dedicar “más tiempo a la adoración,
aprendiendo a contemplar al Señor cada vez mejor” ya que “se
ha pedido un poco el sentido de la adoración, debemos retomarlo, sea
comunitariamente que en la propia vida espiritual”.
Tres consejos para adorar mejor
Para ello, el Santo Padre sugirió colocarse “en la escuela de los
magos, para aprender de ellos algunas enseñanzas útiles: como ellos, queremos
ponernos de rodillas y adorar al Señor en serio” y aconsejó tres actitudes:
“levantar la vista”, “ponerse en camino” y “ver”.
En primer lugar, el Papa explicó que levantar la vista “es
una invitación a
dejar de lado el cansancio y las quejas, a salir de las
limitaciones de una perspectiva estrecha, a liberarse de la dictadura del
propio yo, siempre inclinado a replegarse sobre sí mismo y sus propias
preocupaciones”.
“Para adorar al Señor es necesario ante todo ‘levantar la vista’,
es decir, no dejarse atrapar por los fantasmas interiores que apagan la
esperanza, y no hacer de los problemas y las dificultades el centro de nuestra
existencia. Eso no significa que neguemos la realidad, fingiendo o creyendo que
todo está bien. Se
trata más bien de mirar de un modo nuevo los problemas y las angustias,
sabiendo que el Señor conoce nuestras situaciones difíciles, escucha
atentamente nuestras súplicas y no es indiferente a las lágrimas que
derramamos”, afirmó.
En este sentido, el Santo Padre señaló que “esta mirada que, a
pesar de las vicisitudes de la vida, permanece confiada en el Señor, genera la
gratitud filial. Cuando esto sucede, el corazón se abre a la adoración” y
agregó que “por el contrario, cuando fijamos la atención exclusivamente en los
problemas, rechazando alzar los ojos a Dios, el miedo invade el corazón y lo
desorienta, dando lugar a la rabia, al desconcierto, a la angustia y a la
depresión”.
Además, el Papa invitó “levanta la vista en torno, mira: el Señor nos invita sobre todo a
confiar en Él, porque cuida realmente de todos” y añadió que
“si alzamos la mirada hacia el Señor, y contemplamos la realidad a su luz,
descubriremos que Él no nos abandona jamás: ‘el Verbo se hizo carne’ y
permanece siempre con nosotros, todos los días, siempre”.
“Cuando elevamos los ojos a Dios, los problemas de la vida no
desaparecen, pero sentimos que el
Señor nos da la fuerza necesaria para afrontarlos. ‘Levantar
la vista’, entonces, es el primer paso que nos dispone a la adoración. Se
trata de la adoración del discípulo que ha descubierto en Dios una alegría
nueva, distinta”, dijo.
Sin embargo, el Pontífice advirtió que la mirada del mundo “se
basa en la posesión de bienes, en el éxito y en otras cosas por el estilo.
Siempre yo al centro. La alegría del discípulo de Cristo, en cambio, tiene su
fundamento en la fidelidad de Dios, cuyas promesas nunca fallan, a pesar de las
situaciones de crisis en las que podamos encontrarnos. Y es ahí, entonces, que
la gratitud filial y la alegría suscitan el anhelo de adorar al Señor, que es
fiel y nunca nos deja solos”.
En segundo lugar, el Papa aconsejó “ponerse en camino” ya
que “antes de poder adorar al Niño nacido en Belén, los magos tuvieron que
hacer un largo viaje” porque “no se llega a adorar al Señor sin pasar antes a
través de la maduración
interior que nos da el ponernos en camino”.
“Llegamos a ser adoradores del Señor mediante un camino gradual.
La experiencia nos enseña, por ejemplo, que una persona con cincuenta años
vive la adoración con un espíritu distinto respecto a cuando tenía treinta.
Quien se deja modelar por la gracia, normalmente, con el pasar del tiempo,
mejora. El hombre exterior se va desmoronando —dice san Pablo—, mientras el
hombre interior se renueva día a día, preparándose para adorar al Señor
cada vez mejor”.
Desde este punto de vista, el Santo Padre dijo que “los fracasos, las crisis y los errores
pueden ser experiencias instructivas” porque “con el paso
del tiempo, las pruebas y las fatigas de la vida —vividas en la fe— contribuyen
a purificar el corazón, a hacerlo más humilde y por tanto más dispuesto a
abrirse a Dios”.
Para ello, el Papa recomendó “dejarnos instruir por el camino de la vida,
marcado por las inevitables dificultades del viaje” y alentó a “no permitir que
los cansancios, las caídas y los fracasos nos empujen hacia el desaliento”
sino a reconoerlos “con humildad” para avanzar hacia el Señor Jesús.
“La vida no
es una demostración de habilidades, sino un viaje hacia Aquel que nos ama. Nosotros
no debemos mostrar en cada paso de la vida la tarjeta de las virtudes que
tenemos. Con humildad debemos dirigirnos hacia el Señor. Mirando al Señor,
encontraremos la fuerza para seguir adelante con alegría renovada”, afirmó.
Por último, el tercer consejo del Papa es “ver” más allá de la
apariencia como los magos que “arrodillándose ante el
Niño nacido en Belén, expresaron una adoración que era sobre todo interior:
abrir los cofres que llevaban como regalo fue signo del ofrecimiento de sus
corazones”.
“Para adorar al Señor es necesario ‘ver’ más allá del velo de
lo visible, que frecuentemente se revela engañoso. Herodes y los notables de
Jerusalén representan la mundanidad, perennemente esclava de la apariencia,
ven y no saben ver, no digo ven y no creen, es demasiado, no, no saben ver,
porque su capacidad es exclava de la apariencia, están en busca de
entretenimiento”.
De este modo, el Santo Padre exhortó a mirar “con objetividad la
realidad de las cosas, llegando finalmente a la comprensión de que Dios se
aparta de cualquier ostentación” porque “el Señor está en la humildad”.
“Este modo de ‘ver’ que trasciende lo visible, hace que nosotros
adoremos al Señor, a menudo escondido en las situaciones sencillas, en las
personas humildes y marginales. Se trata pues de una mirada que, sin dejarse
deslumbrar por los fuegos artificiales del exhibicionismo, busca en cada
ocasión lo que no es fugaz, busca el Señor”.
Finalmente, el Papa Francisco rezó para que “el Señor Jesús nos
haga verdaderos adoradores suyos, capaces de manifestar con la vida su designio
de amor, que abraza a toda la humanidad” e invitó a “pedir la gracia para cada
uno de nosotros y para toda la Iglesia de aprender a adorar, de continuar a
adorar, la oración de adoración, porque solo Dios es adorado”.






