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| El Papa Francisco en la Audiencia General Foto: Vatican Media |
“Los santos y las santas nos demuestran que se puede alabar siempre, en las buenas
y en las malas, porque Dios es el Amigo fiel. Este es el
fundamento de la alabanza: Dios es el Amigo fiel y su amor nunca falla.
Siempre. Él está al lado de nosotros, nos espera siempre”, indicó el Papa.
Al continuar con su serie de catequesis sobre la oración, el
Pontífice se detuvo en “un pasaje crítico de la vida de Jesús” relatado en el
Evangelio de San Mateo “después de los primeros milagros y la implicación de
los discípulos en el anuncio del Reino de Dios, la misión del Mesías
atraviesa una crisis. Juan Bautista duda: ‘¿Eres tú el que ha de venir, o
debemos esperar a otro?’”.
De este modo, el Santo Padre reconoció que “en la vida siempre hay momentos
obscuros, momentos de noche espiritual y así Juan está pasando
este momento”.
El Papa señaló el ejemplo de Jesús para indicar la importancia de
la alabanza a Dios y destacó el capítulo 11 de San Mateo en que se describe un
“momento de decepción” cuando el pueblo mostró hostilidad después de los signos
prodigiosos de Jesús y precisamente en ese momento, “Jesús no eleva al Padre un lamento,
sino que eleva un himno de júbilo: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y
de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las
has revelado a pequeños’”.
“En plena crisis, en plena obscuridad -digamos así- Jesús bendice
al Padre, Jesús alaba al Padre. ¿Por qué?”, cuestionó el Papa.
En primer lugar, el Santo Padre explicó que Jesucristo alabó a
Dios Padre gracias
a la filiación divina ya que “sobretodo lo alaba por lo
que es: ‘Padre, Señor del cielo y de la tierra’” y añadió que “Jesús se
regocija en su espíritu porque sabe y siente que su Padre es el Dios del
universo, y viceversa, el Señor de todo lo que existe es Padre, ‘Padre mío’.
De esta experiencia de sentirse ‘hijo del Altísimo’ brota la alabanza. Jesús
se siente hijo del Altísimo”.
Además, el Papa explicó que “Jesús alaba al Padre porque favorece a los pequeños”
y agregó que “es lo que Él mismo experimenta predicando en los pueblos: los
‘sabios’ y los ‘inteligentes’ permanecen desconfiados y cerrados, hacen
cálculos, mientras que los ‘pequeños’ se abren y acogen el mensaje”.
Por ello, el Santo Padre alentó: “también nosotros debemos
alegrarnos y alabar a Dios porque las personas humildes y sencillas acogen el
Evangelio” y recordó a la “gente sencilla, esa gente humilde que va a las
peregrinaciones, que va a rezar, que canta, que hace alabanza, gente a la cual
quizá le faltan muchas cosas, pero que la humildad los lleva a alabar a Dios”.
“En el
futuro del mundo y en las esperanzas de la Iglesia están siempre los
‘pequeños’: aquellos que no se consideran mejores que los
otros, que son conscientes de los propios límites y de los propios pecados,
que no quieren dominar sobre los otros, que, en Dios Padre, se reconocen todos
hermanos”, advirtió.
En este sentido, el Papa subrayó que “en ese momento de aparente
fracaso, donde todo es obscuro, Jesús reza alabando al Padre” por lo que animó
a “juzgar de forma
diferente nuestras derrotas personales, juzgar de forma
diferente las situaciones en las que no vemos clara la presencia y la acción
de Dios, cuando parece que el mal prevalece y no hay forma de detenerlo”.
“Jesús, que también recomendó mucho la oración de súplica,
precisamente en el momento en el que habría tenido motivo de pedir
explicaciones al Padre, sin embargo, lo alaba. Parece una contradicción, pero
allí está la verdad”, añadió.
De este modo, el Papa explicó que el tiempo de la alabanza “no es
solo cuando la vida nos colma de felicidad, sino sobre todo en los momentos
difíciles, momentos obscuros, cuando el camino sube cuesta arriba” así como
“Jesús, en el momento obscuro alaba al Padre para que aprendamos que a través
de esa cuesta, de ese sendero fatigoso, de esos pasajes arduos, se llega a ver
un panorama nuevo, un horizonte más abierto”.
“Alabar es
como respirar oxígeno puro, te purifica el alma, te hace mirar
lejos, no permanecer encarcelado en el momento difícil, obscuro, de las
dificultades”, agregó el Papa.
Oración de San Francisco
Luego, el Santo Padre recordó el ejemplo de San Francisco de Asís
cuando escribió la oración del “cántico de las criaturas” al final de su vida,
oración que “no la compuso en un momento de alegría, momento de bienestar,
sino al contrario, en medio de las dificultades”.
El Papa relató que San Francisco escribió esta oración cuando
estaba “ya casi ciego, y siente en su alma el peso de una soledad que nunca
antes había sentido: el mundo no ha cambiado desde el inicio de su
predicación, todavía hay quien se deja destrozar por las riñas, y además
siente que se acercan los pasos de la muerte”.
“Podría ser el momento de la decepción, de la decepción extrema
y de la percepción del propio fracaso. Pero Francisco en ese instante de tristeza, en ese
instante obscuro reza:
‘Laudato si, mi Señor...’. Reza alabando. Francisco alaba a Dios por todo, por
todos los dones de la creación, y también por la muerte, que con valentía
logra llamar ‘hermana’, la ‘hermana muerte’”, destacó el Papa.
Por último, el Santo Padre subrayó que “estos ejemplos de santos y de santas y
también de Jesús de alabar a Dios en los momentos difíciles nos abren las puertas
de un camino muy grande hacia el Señor, nos purifican siempre, la alabanza
purifica siempre” por lo que concluyó preguntando: “¿A quién sirve la
alabanza? ¿A nosotros o a Dios?”
“La oración de alabanza nos sirve a nosotros”, respondió el Papa
con el prefacio común IV del Misal Romano que dice: “aunque tú no necesitas
nuestra alabanza, tú inspiras en nosotros que te demos gracias, para que las
bendiciones que te ofrecemos nos ayuden en el camino de la salvación por
Cristo nuestro Señor”.






