El Congreso fue una ocasión fecunda para visibilizar la calidad de nuestra realidad eclesial, pero ¡¡aún queda mucho camino!!
Y aunque las circunstancias que
vivimos en estos meses son tan extraordinarias que parecen distanciar años luz
lo anterior, el «renovado Pentecostés» del Congreso se ha convertido en un faro
de esperanza y empuje en nuestro compromiso como laicos en la sociedad.
El Congreso fue una ocasión
fecunda para visibilizar la calidad de nuestra realidad eclesial, pero ¡¡aún
queda mucho camino!! La pandemia ha activado acciones que, con mucha
creatividad y sin programar, han impulsado los itinerarios del Congreso y sobre
todo no ha frenado el compromiso por la sinodalidad, implicando a un número
creciente de agentes de pastoral de la Iglesia en la periferia.
También crecieron las propuestas
formativas, fundamentalmente con recursos online, entre las que destacan:
materiales de catequesis, planes sobre discernimiento, escuelas de
acompañamiento o sobre temas como la cultura del encuentro.
Fundamental el uso de las redes
sociales u otras herramientas comunicativas, que despertaron la imaginación
para actividades en el campo del primer anuncio. En algunas entidades este tipo
de acciones ha cristalizado en la creación de nuevos grupos o consolidado los
existentes en distintas ciudades.
Se ha dado asimismo un mayor
compromiso público, en redes de solidaridad de barrio, en la acogida de
inmigrantes, en la defensa de los más pobres y con situaciones más precarias,
al igual que ha crecido la cooperación entre grupos y el apoyo mutuo. No se han
detenido actividades que ya se hacían anteriormente, como la presencia en
órganos de representación civil, en los medios, en ámbitos universitarios,
empresariales o del mundo del trabajo. Algún movimiento ha comunicado un
incremento de participación en la vida pública, especialmente a nivel
municipal. Y todo sin olvidar los grandes temas también presentes en estos
meses como la eutanasia o la educación y sobre los que hemos tratado de hacer
sentir nuestra voz. Además, siendo conscientes del paso grandísimo que supuso
el Congreso y en un ejercicio de corresponsabilidad, en varias entidades se
programaron acciones de difusión del «patrimonio» de ese momento y del proceso
sinodal (ahora mismo la Guía del Poscongreso) y se está dando una mayor
implicación en distintos ámbitos diocesanos.
Existe un mayor deseo de reforzar
la vida comunitaria, con la certeza de ser parte de un solo cuerpo, potenciando
la escucha, compartiendo la vida del Evangelio y los bienes materiales,
saliendo de nosotros mismos para enriquecernos con las aportaciones de los
hermanos, en vistas a ser fermento en la sociedad. Preocupa cuidar y acompañar
a los mayores y también saber estar cerca de los más jóvenes.
Mucha vida y esperanza, muchas
inquietudes y situaciones frágiles que fortalecer, para discernir lo que Dios
quiere para llevar adelante, con nuevas formas, nuestro ser laicos hoy.
Termino recordando a los que nos
han dejado en este tiempo, que son «raíz de vida nueva» de nuestro camino.
Ánimo, ¡¡esto no ha hecho nada
más que empezar!!






