No puedo vivir tapando los límites o molesto por tocarlos cada día, no puedo vivir negando su existencia, como si yo fuera capaz de todo
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Pero no es
verdad.
Hoy
cuesta asumir la propia culpa, aceptar los errores, reconocer la responsabilidad. Normalmente les
pido a los demás que den la cara y pidan perdón por sus errores. Pero yo acallo
mis errores, oculto mi culpa, tapo mis límites.
Se me olvida
quién soy. Sólo soy un hombre frágil. No lo puedo negar, los límites forman parte de mi
existencia. Es imposible hacerlo todo bien. No todo es posible. Hay
límites que me ponen en perspectiva y me muestran que no soy Dios.
El ser humano es limitado
Mi tarea a lo
largo de mi vida consiste en ensanchar mis límites. En potenciar mis
capacidades. En hacer
que mis habilidades den más fruto. No me guardo el talento
escondido y lo invierto en tierra fértil.
Los
límites me recuerdan siempre que soy humano, frágil y débil. Mi
herida en el alma aflora en esos momentos en los que me creo superior a otros,
mejor que muchos. Entonces destaca mi impureza y me siento leproso, enfermo,
roto por dentro.
Estas palabras
de la Biblia tienen que ver con mi vida, con mi alma.
«El enfermo de lepra
andará con la ropa rasgada y la cabellera desgreñada, con la barba tapada y gritando:
– ¡Impuro, impuro! Mientras le dure la afección, seguirá siendo impuro. Es
impuro y vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento».
Reconocer, aceptar
Me
siento impuro, incapaz de mirar la vida con pureza y de aceptar mis límites y
dolencias. No logro reconocer mi culpa, ni mi pecado.
Busco
enemigos fuera de mí, o culpables. Guardo mi impureza bajo la piel para
protegerme de
juicios y condenas. No quiero que vean que no soy tan perfecto como quiero
mostrar.
Hasta san Pablo
tenía ese aguijón clavado en la piel que le recordaba que solo no podía hacer
nada, que necesitaba a Dios cada día para poder caminar. Y en medio de sus
límites se atrevía a decirles a los suyos:
«Sed imitadores míos
como yo lo soy de Cristo».
Soy imitador de
Cristo y qué lejos me siento de vivir y amar como Él. Siendo lo que más deseo,
huyo cuando no lo consigo. Y me siento impuro, o veo mi impureza en el corazón. Me
siento débil y culpable y necesito
palpar su misericordia cada día.
Me recuerda
José Antonio Pagola cómo lo vivían sus discípulos:
«El amor íntimo que
ellos celebran y disfrutan, los gestos de cariño y ternura que se intercambian,
la entrega y fidelidad que viven día a día, el perdón y la comprensión que
sostienen su existencia. A pesar de sus errores y sus limitaciones, en el
interior de su amor han de saborear
ellos la gracia de Dios, su cercanía y su perdón«.
Me gusta esa
mirada desde la indigencia, desde el pecado y la culpa. La misericordia de
Jesús es ternura que sana, es una mirada que dignifica.
Yo
grito: «¡Impuro,
impuro!». Y Jesús me grita que soy puro, que no tenga miedo, que no dude. Que no me
guarde por no aceptarme en mi debilidad. Que no piense que es imposible que Él
pueda verme puro. Él lo puede todo y eso me calma. Su amor me purifica.
El límite como camino a Dios
Hay personas en
mi camino que me ven como Jesús me ve. Hay vidas que completan la mía, mi corazón.
Me gusta pensar en esas vidas que me completan.
Mi vida
también puede completar otras. Y la impureza que yo descubro tiene que ver con
mi fragilidad y mi pecado reconocido y asumido.
Es la
experiencia del límite que me hace más consciente de cuánto necesito a Dios en
mi camino. Sin Él a mi lado mi vida es pobre. Me lo recuerda Dios:
«Dichoso el que está
absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado. Confesaré al Señor mi
culpa. Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo, los de corazón
sincero».
Seré dichoso
porque el perdón de
Dios habrá sepultado toda mi culpa. Eso me alegra siempre. La
mirada de Dios saca lo mejor que hay en mí, el don escondido, la belleza
oculta.
Me mira y su
mirada queda grabada en lo más hondo de mi ser. Como un lazo que nadie puede
romper. Esa forma de
mirarme me levanta desde donde estoy caído.
Tiempo de límites… y de oportunidad
Tengo claro
que no puedo vivir
tapando los límites o molesto por tocarlos cada día. No
puedo vivir negando su existencia, como si yo fuera capaz de todo.
Quiero
alegrarme por todo lo que se me regala como un don. No quiero verlo
como un pago que se me debe. Dios es capaz de obrar milagros de gracia en mí.
Él cubre mi pecado con sus manos.
Siento su
abrazo cuando toco las aristas de mi pecado, de mi culpa, de mi impureza. En los momentos de dolor siento de nuevo
ese aguijón en la piel que me recuerda que mi vida está en las manos de Dios.
Los
límites de la pandemia que ahora sufro sólo me hacen más consciente de mi
vulnerabilidad,
soy creatura, no lo puedo todo. No me salvo solo y no puedo hacer siempre todo
lo que quiero.
Hay límites en
mi cuerpo y límites en el mundo que no puedo saltar. No puedo llegar siempre
tan lejos como quisiera. Hay una barrera humana que cargo en el alma y me hace
sentir débil y necesitado.
Los límites son
más conscientes en este tiempo que vivo. No importa, es una oportunidad que me
da Dios para entregarle a Él cada día mi impotencia, mi pobreza, mi
mediocridad. Y Él, con
su amor me levanta para seguir amando.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






