Jesús escoge a tres para subir
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Staff/Shutterstock |
Lo han visto vulnerable. Saben de sus dolores y pasiones, de sus
luces y temores. Han dormido bajo las estrellas soñando un mañana diferente.
Y ahora les pide que vayan con Él a la cima de un monte. Algo
normal, rutinario incluso, no tiene por qué ser un día especial. Y van ellos
tres, los más cercanos.
¿Tendrán envidia los que permanecen en el valle? A mí me costaría
renunciar a esos encuentros marcados por la intimidad con Jesús. Puede que
otros discípulos lo sientan. No son los predilectos, los más cercanos.
¿Es injusto que el amor no sea igual para todos? ¿Es injusto
querer a una persona más que a otras y tratarla de forma diferente? El amor es un
don, nunca un derecho. Y la elección de los amigos es lo mismo,
una gracia que Dios me da. Un regalo que se me entrega.
No quiero tener miedo a amar más a unos que a otros. Parece
injusto, pero no lo es. El amor es siempre libre. También
ese amor que Jesús tuvo a los hombres.
Nos amó a todos, y a algunos de forma
especial los eligió para que fueran a su lado.
Y allí están ellos caminando por los caminos de la vida al lado de
Jesús. ¡Qué privilegio! Y pueden compartir esa noche en el Tabor. Un día
diferente, mágico.
Porque allí cambian muchas cosas, en solo una noche. Ese día suben
a la montaña con sus miedos y sus problemas. Jesús les ha dicho que lo van a matar
y ellos tienen miedo.
La noche es oscura y alberga horrores que el alma no puede
soportar. Y con
Jesús parece todo más fácil, pero pensar en perderlo para siempre es demasiado.
Ellos no pueden cargar con ese dolor, con esa tristeza honda. No
sufren tanto pensando en su dolor, sino en el propio. Así es mi corazón tantas
veces…
No pienso en el otro y en su dolor. Pienso en el mío, pienso en mi
angustia y en mis miedos, en mi pequeñez y en mi pecado, en la herida que
sangra. En la espada que atraviesa mi corazón. No pienso en el dolor de los
otros hombres.
Quiero ser más empático y compasivo.
Acercarme al que sufre y tomarlo de la mano.
Una muestra del cielo
Hoy Jesús quiere consolar a sus tres más íntimos. Y en ellos
quiere consolar a todo el grupo y a mí mismo. ¿Qué me espera después de la muerte? Una
vida plena, un nuevo comienzo. No es sólo el final.
Ese temor inconsciente a perder la
vida no se justifica cuando algo más grande me espera. Jesús les abre los ojos
y les muestra el cielo:
«Y se transfiguró delante de ellos.
Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos
ningún batanero del mundo».
Les ha mostrado antes su humanidad. Es hombre como ellos. Sufre el
frío y el calor, el hambre y la sed, y el sueño. Pero ahora les muestra
su divinidad.
Ya les ha mostrado su poder. En los milagros se ve que es hijo de
Dios, pero no basta, hace falta algo más. Y ese día en el Tabor ven algo más
grande.
Jesús es Dios, es el Hijo amado de
Dios y les deja ver la eternidad y el cielo a través de su carne humana. Ya no
hay nada que temer como repito en el salmo:
«Si Dios está con nosotros, ¿quién
estará contra nosotros?».
Paz ante la muerte
Cuando Dios está conmigo todo es más fácil, nada temo. La vida me
sonríe y es fácil llegar al cielo. Está más cerca de lo que pienso. Al
contemplar la gloria de Dios pueden decir que ya se esfuman sus temores y
exclaman:
«Caminaré en presencia del Señor en el
país de la vida».
Es lo que puede decir el que ha visto el cielo. Si ya sé lo que me
espera al atravesar la puerta, ¿por qué sigo teniendo miedo?
Es algo irracional que hay en mi piel
que se resiste a la muerte. Me resisto a morir, a dejar esta vida llena de
sinsabores. Aun cuando he visto el cielo en el corazón de Jesús y sé que
mi vida está destinada a ser más grande, más plena, más libre. Una vida sin
temores ni angustias.
Y yo me resisto con uñas y dientes a dejar que mueran mis días.
Los discípulos en el Tabor pierden el temor a la muerte. Ya todo
parece tener un sentido interno que ellos aún desconocen. Pero intuyen que algo
nuevo ha comenzado. El temor desaparece y la paz llega a sus
vidas. es lo que yo quiero.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia