¿Quieres la ingenuidad que te permite volver a disfrutar de la belleza de la vida y pensar bien de los demás? Una mirada lo hace posible...
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Yuliya Evstratenko | Shutterstock |
Pero a veces la vida con sus
cruces y desengaños rompe esa tela suave que cubre mi alma protegiéndola desde
que soy niño.
Y cuando esto sucede, dejo
de pensar que todo es bello. La vida ya no siempre me sonríe.
Y no todas las personas son
buenas y honestas, al menos ya no me lo parecen. Y empiezo a ver
suciedad bajo una apariencia perfecta.
Y me desengaño y rompo por dentro
cuando las heridas rasgan mi alma provocando dolor.
Empezar de nuevo
Quisiera pedirle a Dios cada
Pascua una nueva ingenuidad para vivir la vida. Volver a nacer de
nuevo a la vida y sonreír.
Para maravillarme con la belleza
escondida en los árboles. Contemplar sobrecogido un paisaje, con una sonrisa.
Y hablar bien de los méritos de
mi hermano y no condenar sus caídas. Para elogiar al que construye sin quedarme
en las críticas por la forma como lo ha hecho.
¿Volverá?
No sé si volverá esa ingenuidad
primera que tanto extraño. Porque hace tiempo la perdí corriendo por las
calles.
Esa ingenuidad de Pedro cuando
quiere salvar a Jesús de una muerte inminente, prometiéndole la seguridad de su
espada.
Esa ingenuidad de María Magdalena
que ve en Jesús a un simple hortelano y quiere saber dónde ha puesto su cuerpo.
Esa ingenuidad de los discípulos
que lloran de alegría al ver resucitado a su maestro.
No sé cómo va a hacer Jesús para
devolverme esa mirada ingenua sobre la vida.
Esa mirada capaz de alegrarse con
los pequeños regalos de cada día y pasar por alto los pequeños golpes que voy
recibiendo.
Esa ingenuidad que me deja mirar
con sorpresa el corazón de aquel que está junto a mí sin buscar en él pecados
ocultos.
Es posible la pureza
Me da miedo pensar que me han
robado la ingenuidad para siempre y que ni siquiera Jesús pueda ser capaz de
levantar la losa para hacer que nazca de nuevo y resucite a una nueva mirada, a
una nueva forma de ver la vida.
Quiero pensar que es posible
cambiar por dentro y volver a ser el que era con las heridas resucitadas.
Quiero pensar que puedo mirar la
vida sin rencores ocultos, sin rabias escondidas, sin sentimientos negativos.
Y alegrarme con las
cosas sencillas como los niños cuando juegan sin importarles lo que pueda
suceder mañana.
Quiero pedirle a Dios que me
limpie por dentro no para romper mi historia borrándola de un plumazo.
Dar gracias y siempre volver a
intentar
No quiero esa ingenuidad que
provoca el olvido. Quiero recordar muy bien lo que ha pasado, lo que he hecho,
lo que me han hecho.
Pero al mismo tiempo quiero poder
contemplarlo con ojos grandes y sorprendidos. Y alabar a Dios por todo lo
que me ha regalado en medio de este camino, lo bueno y lo malo que he
sufrido.
Quiero la ingenuidad capaz de ver
la bondad oculta debajo de obras malas y la mirada pura en actos que no son tan
puros.
Quiero pensar que puedo empezar
de nuevo aun después de haber caído una y mil veces. Y creer en la vida después
de haber palpado la muerte y las heridas.
Jesús lo hace posible
Quiero creer que Jesús con sus
manos limpias y abiertas por las llagas es capaz de darme una vida nueva, una
sangre limpia, una mirada pura, un corazón grande y una capacidad de amar mucho
más ancha que la que tenía.
Que no está todo dicho. No
quiero juzgar a los demás pensando que no es verdad lo que viven, tal vez
me equivoco.
Quiero creer en lo bueno que hay
en cada uno en primer lugar y en mi propio corazón a veces tan herido.
Pensar bien de los demás y no
tratar de dármelas de listo, suponiendo en mi hermano intenciones que tal vez
no tenga. O si las tiene, ¿quién soy yo para presuponerlas?
Quiero la mirada ingenua de María
Magdalena esa mañana de resurrección. La mirada ingenua de Juan y Pedro que
corren el sepulcro vacío y creen cuando no ven nada.
La mirada ingenua de los
discípulos de Emaús que se sorprenden al ver a aquel hombre que no sabe nada de
Jesús el Nazareno.
Como los niños
Quiero la mirada pura de los
niños que en medio de la batalla son capaces de fijarse en las flores que
crecen junto al camino.
No descarto la posibilidad de
volver a ser ingenuo como los niños, ya que un día lo fui. Con mis ojos
grandes, mi sonrisa ancha y mi mano tendida buscando otra mano que me guíe por
los caminos.
Es la ingenuidad de Jesús
resucitado que se fija en lo bueno de aquellos a los que ama y los busca para
decirles que no teman, que está su lado, que siempre va a ir con ellos por el
camino de la vida.
Esa es la mirada de Jesús sobre
mí cada día cuando voy caminando. Su mirada me hace más puro. Me limpia por
dentro.
Su mirada me vuelve ingenuo, no
sé cómo pero lo consigue.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia