7 – Abril. Martes de la Octava de Pascua
El día de la resurrección, María
se había quedado llorando junto al sepulcro de Jesús. Sin dejar de llorar, se
asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar
donde había estado el cuerpo de Jesús, uno en la cabecera y el otro junto a los
pies. Los ángeles le preguntaron: “¿Por qué estás llorando, mujer?” Ella les
contestó: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto”.
Dicho esto, miró hacia atrás y
vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Entonces él le dijo: “Mujer,
¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?” Ella, creyendo que era el jardinero,
le respondió: “Señor, si tú te lo llevaste, dime dónde lo has puesto”. Jesús le
dijo: “¡María!” Ella se volvió y exclamó: “¡Rabuní!”, que en hebreo significa
‘maestro’. Jesús le dijo: “Déjame ya, porque todavía no he subido al Padre. Ve
a decir a mis hermanos: ‘Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios’ ”.
María Magdalena se fue a ver a los discípulos para decirles que había visto al Señor y para darles su mensaje.
COMENTARIO
Permanecemos muy atentos a esta
escena evangélica. Respetamos la soledad y la tristeza de María de Magdala,
pues intuimos que algo grande va a ocurrir. Ella ya había visto el sepulcro
vacío y, pensando que se habían llevado el cuerpo del Señor, anunció la triste
noticia a Pedro y al discípulo amado. Ellos acudieron, y luego se fueron; pero
María permaneció junto al sepulcro vacío y estalló en llantos: no podía
soportar haber perdido el cuerpo sin vida de su Señor. Tampoco reconoce a los
ángeles como mensajeros de una gran noticia. Es tal su tristeza, que ni
siquiera distingue la voz del Maestro que le interroga.
Pero el presunto “hortelano”
insiste, esta vez llamando a la mujer por su nombre: “María”. La reacción es
inmediata: “¡Maestro!”. Jesús había sido para María el Médico divino que la
liberó de los siete demonios (cf. Lucas 8,2). Desde entonces fue su Maestro.
Ahora, junto al sepulcro, es su Buen Pastor, el que “llama a sus propias ovejas
por su nombre y las conduce fuera (...) y conocen su voz” (Juan 10,3.4).
¡Bienaventurada María que lloraba porque ha sido consolada! (cf. Mateo 5,4).
Hasta el mismo Jesús tiene que frenar la fuerza de María que no quiere
soltarle. Es más, tiene que irse para anunciar la gran noticia a los “hermanos”
de Jesús. Antes había anunciado la falsa noticia del robo del cadáver de
Cristo. Ahora ha de anunciar la verdad: ¡Ha visto al Señor vivo y le ha dicho
que sube al Padre!
María es ejemplo de quien busca
al Señor con afán, como la amada del Cantar: “En mi lecho, por las noches,
busqué al que ama mi alma, y no lo encontré”. Pero superada la prueba,
“encontré al que ama mi alma. Lo abracé y no lo soltaré” (Cantar de los
cantares, 3,1.4). En un mundo en el que parece oculta la presencia de Dios, la
actitud de María, perseverante en su búsqueda, es ejemplo para no desfallecer
en las buenas obras de cada día, donde Jesús nos espera y nos llama, vivo y
resucitado. Y así, con una fe renovada, somos, como la Magdalena, apóstoles.
Ella fue la primera en anunciar la resurrección, verdad siempre nueva que ha de
ser anunciada al mundo entero.
Josep Boira
Fuente: Opus Dei






