Y encuentra la respuesta, la paz y la felicidad al escuchar a Jesús decir tu nombre
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«Mujer, ¿por qué lloras? Ella les
dijo: – Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. Apenas
dicho esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, aunque no sabía que fuera él.
Jesús le preguntó: – Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?».
Esa pregunta ha recorrido los
días de la Semana Santa hasta haber sido testigos de la resurrección.
La búsqueda de los discípulos que
pensaron el domingo de Ramos que todo iba a ser tan distinto.
Por un momento creyeron que iba a
salir todo bien, y Jesús iba a ser coronado como rey. Un reino de este mundo,
no algo tan lejano.
Pero no, lo que ellos buscaban no
sucedió. Y vinieron el miedo y la tristeza. Corrieron las lágrimas del llanto.
¿Por qué lloro?
A la luz de la resurrección todo
queda más claro y el corazón se llena de esperanza. Ya la muerte parece no
tener la última palabra.
Pero esa pregunta llega a mi
interior en medio todavía de la muerte, de la oscuridad, en medio de este
tiempo extraño que vivo, lleno de pandemia y de incertidumbres.
¿Por qué lloro? ¿A quién busco en
medio de mi noche? Es la pregunta que atraviesa siempre mi alma.
Porque me detengo al borde del
camino en cosas poco importantes. Porque no me fijo en la meta de mis
pasos y me olvido del ideal que persigo.
Y me pasa como a María Magdalena
que no ve a Jesús, sino a un hortelano. Un pobre hombre sin respuestas. Hasta
que pronuncia su nombre: María.
Y cesan las lágrimas y todo
cambia.
¿He dejado de buscar?
Pero ese encuentro no sucede
siempre. Porque me he dedicado a perder la vida en lugar de darle valor a las
grandes cosas en mi corazón.
Dios me quiere mucho más de lo
que yo me quiero. Conoce mi nombre y lo pronuncia para que deje de buscar
su cuerpo muerto y me fije en lo que está vivo.
Me ha elegido para ser su hijo,
para caminar a su lado por un camino de esperanza. Tengo una misión imponente
entre mis manos, no quiero olvidarlo.
Con frecuencia no me doy cuenta.
Pienso que soy demasiado pequeño y mi vida no vale mucho.
Y dejo de buscar, de
preguntarme nada. Sobrevivo entre grandes tristezas y pequeñas alegrías
pasajeras.
¿Qué busco de verdad? ¿A quién
busco?
En primer lugar creo que me busco
a mí mismo y no acabo de encontrarme nunca. Pablo Neruda decía:
«Algún día en cualquier parte, en
cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y esa, sólo esa,
puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas».
Mi gran tarea
Encontrar mi verdad más íntima es
la búsqueda más importante de mi vida. Y algún día lo encontraré si busco de
forma correcta.
Quiero pensar que ese día será la
hora más feliz, no la más amarga. Saber quién soy, de lo que soy capaz.
Conocer mi alma y mis
rincones ocultos. Percibir mis miedos y darles un sí. Acariciar mis límites sabiendo
que en ellos me encuentro con mi pequeñez, con mi pobreza.
Esa es la gran tarea que tengo
ante mis ojos. No quiero olvidarme de buscar en lo más hondo la felicidad que
anhelo.
No fuera de mí, no en las
circunstancias, en el gobierno que gobierna mi país, en la situación económica
que me trae o me quita la paz, en la salud propia o de las personas a
las que amo.
¿Qué busco? Quisiera ser capaz de
mantener la calma en medio de las tormentas y los mares revueltos.
Con la certeza de saber que
mi paz no me la dan otros. Yo la encuentro dentro de mí y bebo de la
fuente que mana en lo más hondo de mi interior.
¿Hacia dónde?
No tengo miedo a lo que puede
matar el cuerpo pero no el alma. Es mi alma la que quiero conservar sana, con
paz.
La vida, lo que acontece, no es
definitivo, nunca lo es. Puedo ser feliz en las circunstancias más ásperas y
difíciles. Puedo mantener la calma aunque muchos la pierdan junto a mí.
Soy dueño de mis silencios, de mi
búsqueda en lo profundo de mi ser. El padre José Kentenich me lo dice de forma
sencilla:
«¿Hacia delante? ¿Hacia lo alto?
No, hacia dentro, más profundo«.
Si no busco dentro de mí dónde
echar el ancla de mi vida viviré perdido, sin un rumbo claro.
Se abre ante mí la esperanza de
un sepulcro vacío. Pero yo puedo seguir quedándome, como María Magdalena en la
superficie de las cosas.
Creer de verdad
Han robado el cuerpo de Jesús.
Han ocultado su carne. No voy más allá de esa evidencia. Ya no está, pero
no me acabo de creer la resurrección.
Así pasa a menudo en mi vida. Me
pierdo en los detalles, en la superficie de las cosas que me suceden.
No busco más adentro. No voy a lo
esencial. Me quedo en los detalles sin buscar en lo hondo. Y me pierdo en las
sutilezas sin indagar, sin pensar más.
Que pena caer en esta actitud tan
mundana. No creo en los milagros, ni en la vida eterna.
Cuento las cifras de los
enfermos. Critico al gobierno que gobierna, el que sea. Hablo mal de los que
hacen las cosas mal.
Me fijo en lo que falta, en lo
que no es perfecto. Deseo que pase lo malo y llegue lo bueno para poder ser
feliz, para vivir tranquilo, sin miedos.
Deseo una vida más cómoda, más
lograda, más plena, pero no hago nada por vivirla de verdad.
Me conformo con la mediocridad de
una vida de superviviente.
Necesito fe
¿Qué busco en mi interior? ¿Qué
necesito en esta hora de vida cuando el sepulcro está vacío?
Necesito que Dios venga a mí y me
saque de mi mirada estrecha y pobre, que ensanche mi horizonte y me haga
confiar en Él, en su amor y creer en todos esos imposibles que descarto,
porque me falta fe.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






